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800, que pueden llegar a ser incluso menos, con los que esta ciudad contraerá una deuda histórica en cuanto se percate de la importancia y la generación de riqueza que supone tener un centro histórico rehabilitado y repoblado.

Vivimos en un tiempo en el que tenemos todo el conocimiento y toda la información a mano, a sólo un golpe de clic; sin embargo, el bajo nivel cultural se va abriendo camino. Si vamos a Madrid, por ejemplo, el primer lugar que queremos visitar es el Santiago Bernabeu. Ya si después sobra tiempo y eso, pues iremos a ver el Museo del Prado, pasaremos a toda pastilla por innumerables obras de arte y terminaremos quejándonos de la cantidad de tiempo que se echa en un museo. Paralelamente nos haremos tropecientas mil fotos con las copas de Europa o sentados en el mismo banquillo que nuestros jugadores favoritos y el tiempo parece que no importara.

Prácticamente lo mismo sucede con la televisión que consumimos o los libros que, de milagro, leemos. Ojo, que cada uno sabrá lo que hace con su vida y con los hábitos que les inculcan a sus hijos creyéndose que con hablar inglés lo van a tener todo solucionado, pero no es así. Acostumbrando, como lo hacemos, a nuestros pequeños a ser aleccionados por peloteros que no saben ni hablar y por personajes del corazón de escasa formación, nula educación y nada de vergüenza, el futuro que se nos avecina como sociedad es, como poco, desolador e inquietante. Pero vamos, allá cada cual.

Todo esto viene porque, con ese panorama, hacer y contar la historia de forma atractiva y dinámica parece fundamental, aunque se cometan errores y se caiga en lagunas de confusión y desconocimiento bastante resaltables. El cine parece haber entendido este concepto y ha convertido películas sobre la mitología y la antigüedad grecorromana en verdaderas superproducciones de ritmo frenético, con múltiples efectos visuales y muy poco trabajo de documentación previo. Filmes como Troya, donde se prescinde de la fundamental intervención mitológica y se cometen errores geográficos de bulto; Furia de Titanes, que parece más una secuela de Jungla de Cristal, o Gladiator, que de un plumazo se cargó más de doscientos años de Imperio Romano, son el caldo de cultivo de donde extraen los conceptos históricos esos que prefieren sentarse en el sillón de Messi o Cristiano Ronaldo antes que perderse en los detalles de El Jardín de las Delicias de El Bosco o Las Meninas, de Velázquez.

Quizá una de las películas que en su estilo se ha mantenido medio fiel a la realidad histórica ha sido 300, de Zack Snyder a partir de los cómics de Frank Miller. Gracias a ella muchos sabrán algo de Leónidas, Jerjes, la traición de Efialtes o la Batalla del Paso de las Termópilas. Por lo menos sonarán los nombres de los protagonistas que consiguieron retrasar, que no vencer, el avance del mastodóntico ejército persa, propiciando así que los ejércitos panhelénicos se reagrupasen en el estrecho de Salamina, donde asestarían un primer golpe que se tornaría en definitivo en la llanura de Platea un año más tarde. Si somos de los que nos quedamos con los abdominales aceitosos y los piercings de los protagonistas de la película, ya se estará saturado de información; pero si queremos conocer de verdad la historia, hay bibliografía suficiente al respecto.

Según datos extraídos del Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía, el corazón de intramuros jerezano reúne a poco más de 800 habitantes (sin contar ocupas), lo que sin duda es un drama. Recordemos que la primera fase del proceso de gentrificación es el abandono y la expulsión de la vecindad tradicional de una zona, la misma que posteriormente se revitalizará y se convertirá en un simple parque temático donde ni el comercio tradicional ni las relaciones de convivencia de toda la vida tendrán cabida. Lógicamente no todos los vecinos son iguales de civilizados, de comprometidos, ni están igual de concienciados con su entorno (ojalá), pero en este caso prefiero invertir el proceso y tomar el todo por la parte. 800 incomprendidos que se aferran no sólo al lugar en el que viven, sino al que quieren vivir, porque vivir donde uno quiere es un privilegio a pesar de que muchos consideren lo mismo una verdadera locura.

800 en lugar de 12.000, que es la capacidad habitacional que afloró el diagnóstico que en su día hicieron Irene Luque y Jorge Izquierdo, el mismo que ningún político o técnico municipal se molestó en conocer durante el más de un mes que estuvo expuesto en la sala Julián Cuadra hace ya tres años. Si no se mira de frente y se asume la existencia de un problema, es francamente difícil encontrar la solución a dicho problema. 800 espartanos, sin ningún Leónidas al mando, que actúan a base de conciencia con su entorno y que defienden la esencia de toda la ciudad encerrada tras los viejos y también descuidados muros almohades ante el pasotismo flagrante de políticos y paisanos. 800 personas que libran la batalla de su generación en esta guerra eterna contra el olvido y el abandono. 800 valientes que saben que posiblemente su tiempo de vida no les dará para ver su barrio regenerado, pero que son conscientes de que su pelea contemporánea dará sus frutos para disfrute de generaciones venideras que, como suele suceder, no reconocerán la importancia de los hechos actuales. 800, que pueden llegar a ser incluso menos, con los que esta ciudad contraerá una deuda histórica en cuanto se percate de la importancia y la generación de riqueza que supone tener un centro histórico rehabilitado y repoblado. 800 reconocimientos y 800 gracias desde estas humildes líneas. Es lo mínimo que puedo hacer.

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