La zona noble del Paseo Marítimo de Cádiz recibe a 20 migrantes: "Esto es vivir en la frontera, hermano"

Una patera lleva hasta la playa Victoria a dos decenas de jóvenes magrebíes, de los que cinco logran huir, para que paseantes, vecinos y trabajadores contemplen en directo una realidad mil veces vista por televisión

Varios de los migrantes esperan en el chiringuito Bebo los Vientos
Varios de los migrantes esperan en el chiringuito Bebo los Vientos JUAN CARLOS TORO

"A ver, repasamos: dos cajas de tomate rama, dos de tomate raf y dos de ensalada. Los pimientos verdes...". La conversación sale con fuerza desde la cocina del chiringuito Bebo los Vientos, uno de los más conocidos y apreciados de la zona noble de la playa Victoria de Cádiz.

Son las 10.30 de la mañana y tres camareros montan la terraza. En la barandilla del Paseo Marítimo, una decena de paseantes, mayores en su mayoría, se van turnando para asomarse discretos, en silencio. Algún deportista urbano, algún dueño de perro, también forma parte del aforo en rotación.

Abajo, en el lateral del restaurante playero, mientras la cocina se organiza de viva voz, descansan 15 migrantes sentados. Los trabajadores de hostelería les han dado agua, les asisten hasta donde pueden.

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Los migrantes llegados a la playa Victoria, sentados en el chiringuito bajo el Paseo Maritimo. JUAN CARLOS TORO

 

Antes de esperar ahí, los migrantes estuvieron arriba, en la acera convertida en bulevar, con mantas de esas de las películas americanas de catástrofes, las plateadas y doradas, brillantes.

Abajo están más protegidos de las miradas. Los protagonistas del desembarco, sentados, aparecen uniformados. Todos con sudadera y capucha. Todas, menos dos, oscuras. Negras, grises, azul marino. Alguna gorra de visera. Cualquiera les echaría 18, 20 años de edad media. La vista bien atornillada en el suelo, en silencio, como los que observan desde arriba.

Cada uno con su teléfono móvil que la Policía Nacional les pide y devuelve varias veces. Mochilas y unas pocas pertenencias que entran y salen de bolsas de plástico transparente. Cuatro agentes de la Policía Nacional les cachean con mucha consideración, casi paternales. Preguntan si llevan algo más.

Los recién llegados apenas contestan. Tienen la nariz quemada y un cerco en los ojos con forma de antifaz blanco. El sol y el salitre que se han comido en la travesía.

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Un policía nacional, con los inmigrantes en Cádiz, este miércoles.  JUAN CARLOS TORO

¿De dónde venís? pregunta un espontáneo, seguramente periodista o simplemente curioso, igualmente impertinente. Todos callan y le quitan la mirada. Uno murmura "Morocco".

Se quedan al otro lado de la barrera del idioma. Vienen del otro lado, del agua salada, el miedo y el agotamiento. Ahora esperan pacientes, resignados y quietos bajo la pared de hormigón pintada de blanco, en una zona que miles de afortunados asocian a un paraíso abierto por quincenas, en julio, en agosto.

Unos, los habitantes de la orilla pudiente y afortunada, arriba, en la balaustrada o en los balcones, en bici, corriendo. Los otros, los navegantes por desesperación y los trabajadores del bar, abajo.

Una mítica serie británica de los años 80 se llamaba Arriba y abajo. En aquella ficción victoriana, la suerte congénita y la riqueza hereditaria estaban en las plantas superiores. El servicio, los curritos, esperaban y vivían bajo el suelo. Las cosas cambian despacio. Si cambian.

Los observados llegaron al borde del amanecer. De las 7.50 horas de este miércoles son los primeros avisos. Les vieron desde el Paseo Marítimo. Detectaron el desembarco desde esos pisos que se alquilan por una fortuna, desde unas ventanas que dan al mar, se disfruta y no se teme.

Una patera, "retirada enseguida por los servicios de limpieza", segun un miembro de la Cruz Roja, les dejó en la orilla. Era una zodiac que llegó con el motor apagado, al ralentí. Los ocupantes bajaron sin apresurarse. 

Algunos se lanzaron al suelo para rezar en muestra de agradecimiento. Todos cogieron la misma ruta, arena arriba, que los sacudidores de toallas al término de una feliz jornada de playa. Sin carreras. Una cuarta parte de los 20 alcanzó las calles de Cádiz sin que conste su intercepción hasta el momento. Uno precisó atención hospitalaria por un inicio de hipotermia. La Cruz Roja atendió a todos en todo momento.

La Policía Local, primero, y la Policía Nacional, después, concentró a los 15 restantes en las escaleras superiores del restaurante. Luego, les bajaron. Esperaban el traslado "a San Roque, todos van a San Roque".

Salen en dos furgones con 20 minutos de diferencia. A las 11 de la mañana ya no están. Circulen, circulen, aquí no hay nada que ver.

La recepción improvisada estuvo a cien metros de un estadio de fútbol que, igual, han visto por televisión alguna vez cuando lo visita el Real Madrid, el Barcelona. A 150 metros del cuartel de la Policía Local.

A tres pasos de los edificios con idílicas colmenas por temporadas. Los trabajadores del chiringuito pasaron un mal rato pero se habituaron y siguieron. Los visitantes llevaban tres horas por allí, el impacto inicial se superaba con humor.

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Varios de los que desembarcaron este miércoles en Cádiz mientras esperaban su traslado a San Roque.  JUAN CARLOS TORO

"Esto es vivir en la frontera, hermano", le dice con media sonrisa sarcástica un conocido que pasa a uno de los empleados que combate con rutina laboral un episodio impactante.

Un matrimonio sexagenario resume lo que todos piensan desde el palco improvisado: "Lo que habrán pasado las criaturas. Y encima han tenido suerte de llegar. A saber los que se han quedado por el camino".

La contemplación en directo de la escena cien veces vista en la televisión, desde hace tantos años, modifica la actitud del espectador. Sin pantalla, cuando se comparte viento y luz con los protagonistas, el gesto de los observadores tiene algo de rictus, de mueca parecida al pesar, la compasión y la incomprensión.

No sólo es la frontera, es la realidad cotidiana. Es así, todos los días. Arriba y abajo. La única diferencia es que el millón de veces anterior fue dos kilómetros más allá. O 200. O en Canarias. En Lampedusa. Hasta Brasil llegan los cadáveres. El único cambio es el lugar exacto, la ubicación. La representación es la misma.

Sobre el autor:

Afot

José Landi

Nacido en Cádiz, en 1968. Inicia su trayectoria en 1990. Columnista, editorialista, redactor, colaborador, corresponsal o jefe de área en 'El Periódico de la Bahía de Cádiz', 'Cádiz Información', 'Marca', 'El Mundo' y 'La Voz de Cádiz'. Ha colaborado en magacines o integrado tertulias de Canal Sur Radio, Cadena SER, Canal Sur Televisión, Onda Cero y COPE. Premio Paco Navarro de la Asociación de la Prensa de Cádiz en 1997 y 2012 (a título colectivo). Premio Andalucía 2008 a la mejor labor en internet (colectivo). Ganador del I Premio de Relatos Café de Levante. Autor de la obra de autoficción ("no sabía que existiera ese género", dice) 'Ya vendrán tiempos peores' (Editorial Cazador, 2016). Puso en marcha el proyecto de periodismo gastronómico 'Gurmé Cádiz' y mantuvo durante diez años blog como 'El Obélix de San Félix' y 'L'Obeli'. Forma parte del equipo que realiza el 'podcast' de divagación cinematográfica 'A mitad de sala'.

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