La protesta de las dudas en el metal desperdiga leves incidentes y algún exceso policial por Cádiz

Unos 300 manifestantes inician una marcha improvisada por la desconvocada huelga del metal desde la carretera industrial hasta la comisaría provincial, disuelta después de tres detenciones

Protesta de trabajadores del metal este lunes.
23 de junio de 2025 a las 16:02h

Pedro Lloret, secretario provincial de Industria de Comisiones Obreras, llegaba con leve retraso a la rueda de prensa para explicar el rechazo de su sindicato al acuerdo de renovación del convenio colectivo en el sector del metal de Cádiz.

Al entrar, y en una posterior intervención, justificaba esa mínima dilación con una llamada de la subdelegada del gobierno en la provincia, Blanca Flores, "que quería conocer la posición de nuestro sindicato".

Esa ronda de contactos se producía después de una mañana de incidentes leves e inusuales en la extensa casuística del sector local del metal, entre improvisados y discontinuos, amagos que ni siquiera llegaron a la categoría de disturbios.

Las protestas comenzaron al amanecer en el acceso a Navantia Cádiz, con unos cien trabajadores que cortaron la carretera industrial como muestra de rechazo al acuerdo cerrado apenas siete horas antes por la patronal Femca y UGT en Jerez.

Pasadas dos horas, esa concentración provocó una marcha, una manifestación sin convocar ni organizar, de unos 350 trabajadores. El recorrido fue uno de los habituales, avenida de Las Cortes ante El Corte Inglés, avenida de Huelva hacia Asdrúbal y avenida central hasta la Comisaría.

El diálogo, sobre todo entre Policía Local y manifestantes, parecía sereno y constante hasta que en la avenida central, ya pasadas las 10.30 horas, los ánimos se tensan levemente.

Algunos manifestantes, además de cortar el tráfico y obligar al desvío de coches o autobuses a su paso, empezaron a cruzar contenedores de basura. Sin incendiarlos ni volcarlos. Los policías, pacientemente, volvían a ponerlos en su lugar, junto a las aceras.

Los trabajadores decían dirigirse hacia el edificio Sindicatos, ya al borde de la plaza de la Constitución y las Puertas de Tierra, para manifestar su desprecio al pacto de renovación firmado por empresas y UGT.

Los partidarios de la mano dura darán la razón a los grupos de antidisturbios que, quizás como medida preventiva, decidieron que la marcha terminaba ahí. El mobiliario urbano movido de sitio y manifestarse sin permiso pueden ser considerados motivos suficientes, dirá la gente de orden.

Con evidentes malas formas, los funcionarios que abren las hostilidades arrancan a los más jóvenes, y descubiertos, integrantes de la protesta una pancarta que les identificaba como Sindicato de Estudiantes. Inmediatamente, les afean el gesto.

Corren los policías y, por tanto, todos. Aunque no hubo lanzamiento de objetos ni pirotecnia, aunque no fue preciso ni un disparo de bola de goma, los que protestaban se contagiaron el suficiente temor, unos a otros, como para que todos corrieran. Unos cuantos civiles que pasaban por allí, también.

Los antidisturbios realizan esa carga, la única de la mañana, y en su transcurso se producen las tres detenciones de la jornada, por desórdenes públicos y daños al mobiliario urbano.

Asedio llamativo al bar El Doce

La pequeña estampida que puso final a la comitiva se diluyó por las calles perpendiculares, especialmente en dirección al solar del antiguo pabellón Fernando Portillo.

Tras unos minutos de espera, con la avenida aún cortada, vacía, el Cuerpo Nacional de Policía toma la decisión de entrar en un patio de viviendas situado entre la avenida y el Paseo Marítimo. Es un pasaje situado junto al hotel Puerta Tierra que lleva a la terraza del conocido bar El Doce.

El velador cerrado con toldos está lleno de gente que desayuna, los policías ataviados con cascos, escudos, protecciones y escopetas toman posiciones alrededor de las mesas. Incluso dos flanquean la puerta del bar.

Entre las protestas de algunos ciudadanos que no entienden ese exceso de celo y las quejas de otros que deciden marcharse, algunos funcionarios justifican su actitud con la información de que algunos manifestantes se han ocultado dentro del establecimiento.

Algunos ciudadanos, en la terraza del bar que preside el patio entre viviendas, afearon a los funcionarios tanta vehemencia

Pasados unos minutos, sin enfrentamiento grande ni pequeño, uno de los policías grita "en columna hacia comisaría" y acaba el episodio.

La pequeña refriega -molesta para el tráfico pero intrascedente si se compara con las vividas el pasado miércoles- se desperdiga por Extramuros.

El tráfico vuelve a la normalidad en la avenida muchos minutos antes de las 12 de la mañana pero las sirenas se ven durante dos horas más por distintas zonas.

Parece que la Policía Nacional pretende apagar cualquier rescoldo de rebrote, no quiere llamas este lunes. Otra cosa está en saber si acierta con las cenizas analizadas.

Registros y cacheos

En el entorno del barrio de Astilleros se reproducen escenas llamativas para los peatones que circulan tranquilamente, para los conductores que observan asombrados desde los semáforos, las avenidas fuidas y los cruces abiertos.

En la avenida de Huelva, tres veinteañeros con cara de susto vacían los bolsillos sobre la acera, interceptados por tres policías antidisturbios.

En la avenida de Las Cortes, en la esquina ubicada frente a la Casa de las Artes y el parque Celestino Mutis, cinco adultos con las manos arriba, separadas y pegadas a la pared. Las piernas muy abiertas.

Los agentes les cachean y les dejan así durante unos 20 minutos. Uno de ellos les dice que ya les vale y habla serenamente con un policía. En un episodio y en otro, los abordados son conminados a seguir su camino sin denuncia.

Otro grupo, más joven, vive la misma situación justo en la puerta de la sede de Canal Sur, en la calle Juan Manzorro (antes Carpinteros de Ribera). Tras el intenso registro, cada uno sigue por su lado.

Si los más previsores creen que estas medidas son necesarias, los más partidarios del diálogo y la protesta cruzan maldiciones por lo que consideran unas prácticas humillantes e injustificadas.

Sobre el autor

José Landi

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