Una mujer enterrada viva a los 18 años relata su gran suerte y la mayor desgracia de Cádiz 12 bisnietos después

Mercedes Salinas Romero, a sus 96 años y pico, recibirá la Medalla de Oro de la Ciudad de Cádiz en nombre de los afectados por la explosión de 1947 que costó 150 vidas y se conmemora cada 18 de agosto

Mercedes Salinas Romero muestra una foto suya en los días de la explosión, cuando tenía 18 años.
24 de agosto de 2025 a las 07:49h

"No escuché nada ni vi luz en el cielo ni todo eso. Sólo recuerdo despertarme enterrada, con la boca llena de tierra, sin ver. Al rato me encontraron y me sacaron. Un pastor alemán que teníamos iba avisando, se paraba donde había gente debajo".

Es uno de los terrores más comunes en la humanidad, con larga bibliografía, el enterramiento en vida. Mercedes Salinas Romero lo conoció y lo tiene presente. "Lo que me quedó de aquella noche para toda la vida fue dormir con alguna luz encendida, aunque sea pequeña, y una ventana o una puerta abierta. Siempre. Todos los días".

Han sido muchos días desde entonces. Cada uno con su noche. Y su luz y su aire, pequeños remedios para una claustrofobia leve y llevadera. Poca secuela para lo que fue. Esta viuda gaditana nació en junio de 1929, "aunque en los documentos se equivocaron y pone 1930, una vez pensé cambiarlo pero para qué".

La superviviente recibirá la Medalla de Oro de Cádiz en octubre.  JUAN CARLOS TORO

El próximo 22 de octubre, con 96 años cuatro meses y unos pocos días, recibirá la Medalla de Oro de la Ciudad de Cádiz en nombre de todas las víctimas y supervivientes de la explosión del polvorín de San Severiano, el 18 de agosto de 1947.

"Me han hecho entrevistas, muchas, estos últimos años, hasta vinieron de una televisión y todo", sonríe cuando se le sugiere que la han tomado por representante y portavoz del inexistente colectivo de afectados, que la van a premiar.

Tiene una ventaja incuestionable y enorme para ejercer ese figurado papel: la salud crónica y larga. "El éxito involuntario de la salud" escribió Manuel Vilas. Las células se juntan por lo que sea. Deciden seguir unidas y en buena compaña diez décadas, por motivos desconocidos, un día tras otro, así 96 años, sorteando todo tipo de amenazas. Hasta explosiones.

En su casa no murió nadie

Hablar con Mercedes Salinas intimida por más afable que sea. Es contemplar la inmensa influencia del azar en la vida de todos. La del destino, "lo que decide Dios", dice ella. Bien está como lo llame cada cual. Todos los nombres valen para definir la fuerza desconocida.

Sólo a través de esos cruces inescrutables de millones de casualidades biológicas y de las otras puede comprenderse su historia. Y la Historia. Había pasado aquella tarde de paseo para cuidar a la hija pequeña de la vecina. Llevó a la niña, Inmaculada, de vuelta a casa y la dejó con su madre, Juliana Blasco. No volvería a verlas.

A sus 18 años, la relación con su novio y futuro marido era lo principal, claro. Entró en casa porque iba a recibir su llamada. Él estaba en la Escuela Naval de Marín y la conferencia iba a llegar a las 21.45 horas.

Lo que sucedió cuando el reloj se puso ahí fue la mayor desgracia que recuerde la ciudad de Cádiz. Bombas y torpedos, equivalentes a 200 toneladas de dinamita o TNT, volaron por los aires apenas a cien metros de la casa de Mercedes, con ella y casi toda su familia dentro.

De forma inexplicable, la casa de Mercedes Salinas, a cien metros de la explosión equivalente a 200 toneladas de dinamita, fue la única en muchos metros a la redonda sin ninguna víctima mortal

Las fotos de la época muestran la zona —lo que hoy sería todo el espacio entre los barrios de Bahía Blanca y Astilleros— devastada hasta límites apocalípticos. A pequeña escala, diminuta, las imágenes remiten a Hiroshima, con esas manzanas allanadas por la brutalidad explosiva. Nada en pie. Ni una pared.

En su vivienda no murió nadie. No hay explicación técnica a la que agarrarse. El mayor experto y estudioso del episodio, José Antonio Aparicio, se encoge de hombros. No hay forma de decir por qué esa casa, aunque arrasada, no tuvo ningún fallecido. A la redonda, todo se convirtió en un cementerio.

En todas las de alrededor, en otras construcciones mucho más separadas del polvorín, chalés de la época, edificios religiosos o comerciales, un hospicio, algunos a 300 y 500 metros, murieron todos. En el mejor de los casos, muchos.

150 fallecidos y miles de heridos

La cifra oficial fue de 150 fallecimientos. La de heridos ascendió a miles. Ella salió con cortes, rasguños y golpes, "al día siguiente no me podía mover, todo el cuerpo amoratado, entero". No se sabe si por la onda expansiva, por las paredes y techos que se le vinieron encima o por ambas circunstancias.

Ese éxito particular inexplicable entre la tragedia general, la suerte sobre la que nadie decide, ha llevado a Doña Mercedes Salinas hasta ahora. 96 años recién estrenados con los cinco sentidos despiertos. Memoria y conversación fluidas, envidiables.

Hay algunos supervivientes más del entorno próximo de la deflagración pero ninguno tiene su fortuna ni sus años. Tenía 18 años aquel día de 1947 y conserva una vitalidad asombrosa en el verano de 2025. “Cuatro meses después de aquello, me casé. Mi marido dijo que después de lo que habíamos pasado, el resto ya lo pasábamos juntos".

Mercedes Salinas bromea con el investigador de la tragedia, José Antonio Aparicio.  JUAN CARLOS TORO

"Cuando llegue a Marín, te llamo. Hoy a las diez menos cuarto", le había dicho su prometido. Esa fecha y esa hora fueron las de la explosión. La llamada nunca llegó. “Cádiz no contesta, Cádiz no contesta" fueron las palabras que su futuro esposo, futuro capitán de navío Mayo, recibió cuando lo intentó.

Durante días, eso fue lo que oyeron todos los que trataban de hablar con Cádiz por teléfono desde cualquier punto de la provincia o de España porque las conferencias, por entonces con telefonista, no conectaban, el cable no funcionaba. Había pasado algo.

"Mi casa fue el único sitio en todos los alrededores en el que no hubo ningún muerto. Yo vivía con mis hermanos y mis tíos. Mi tío sí estuvo muy malo". Era entonces director de la Bazán. Estuvo tres meses en el hospital San Carlos. Le atravesó una viga y se le quedó el brazo inútil ya para toda la vida. Estuvo muy, muy mal. Pero en mi casa no hubo ningún muerto".

El momento de la explosión

Cuando se le pregunta por el momento exacto, en su privilegiada memoria no hay nada: "No sentí absolutamente nada en la explosión, no la recuerdo. Ni ruido, ni luz, nada. Cuando me desperté estaba enterrada. Y si has sobrevivido, eso es lo peor que le puede pasar a alguien, ese momento de incertidumbre".

"No sentí nada en la explosión. No la recuerdo. Ni ruido, ni luz, nada. Cuando me desperté estaba enterrada. No te puedes mover, ni un dedo, con tierra en la boca. Escupía arena, venga a escupir"

"No sabes qué te pasa y tienes que descubrir por qué estás enterrada. No te puedes mover, ni un dedo, ni respirar, con la tierra en la boca. Escupía arena, venga a escupir".

¿Cuánto tiempo estuvo usted así? "No lo sé. Mucho tiempo. Dos o tres horas, desde luego. Me puse nerviosa pero no podía más que esperar y esperar. Hasta que el perro y mis hermanos me pudieron sacar, también algunos marineros que aparecieron".

"El perro se llamaba Sleepy, como el enanito dormilón de Blancanieves pero le llamábamos de cualquier forma, Silpin o lo que fuera. Era buenísimo. Qué valiente. Me salvó", ríe.

Una foto con sus hermanos, en la casa en la que sufrió la explosión de 1947.  JUAN CARLOS TORO

De los primeros minutos tras el rescate tiene un recuerdo llamativo: "Mi hermana estaba asustada porque creía que nos iban a robar. Había mucho robo de la gente entre los escombros. Hubo mucho pillaje en las horas de después. Vimos a mi tío enterrado pero estaba destrozado y no podíamos sacarlo. Lo hicieron los marineros".

Ya con la noche cerrada, ya madrugada del 19 de agosto, lo que recuerda es el sonido. "No se veía nada pero recuerdo un silencio tremendo y, de vez en cuando, los estertores de la muerte, los sonidos de gente agonizando".

"El que lo ha escuchado sabe lo que digo. Las personas tenemos un sonido distinto en los últimos momentos. Lo más trágico que yo he escuchado jamás. No se me olvidará nunca".

"Después recuerdo un silencio tremendo y enmedio los estertores, la gente agonizando. El que lo ha escuchado sabe lo que digo"

Como para cientos de gaditanos, esa noche y tantas veces, la salvación era la playa. "Nos fuimos para la orilla, nos acompañaba un alférez y un soldado. No me dejaban volver a mi casa a buscar a mi familia. No hubo manera".

Buscó a su hermana, que estaba en el cine

En los momentos más difíciles, las neuronas aceleran. "Me acordé de que mi hermana se había ido al cine de verano que había en la plaza de toros, lo que hoy es Asdrúbal. La habían castigado pero ella era muy rebelde, muy lista, se las apañó para escaparse con la excusa de cambiar unas entradas del teatro y me dijo que luego iba al cine. Así que para allá me fui".

El ruido y el terrror que se habrían sentido en la plaza de toros sacó a todo el mundo de la película y les echó a la calle. "Mi hermana y su novio, asustados, iban en coche y se cruzaron conmigo. Me montaron. En San Fernando me pararon para una primera cura, me la hicieron alumbrando con los faros del coche en la plaza de toros".

La superviviente muestra una foto con su marido y sus hijos.  JUAN CARLOS TORO

El viaje continuó hasta Chiclana, donde Mercedes Salinas se recuperó durante semanas en otra casa de familiares. De los días que siguieron recuerda sobre todo el terrible dolor de la pérdida, la pena honda de conocer los nombres de los fallecidos, sus vecinos, sus amigos, todos los que vivían alrededor.

Junto con Aparicio resalta un detalle. Dos de los colectivos profesionales más atacados por la explosión —al margen del militar, obviamente— fueron los trabajadores del sector naval, de los vecinos astilleros.También los de Echevarrieta y Larrinaga o Bazán. Muchos vivían en la zona.

También resaltan las bajas entre personas que trabajaban en el servicio doméstico. Cocineras, niñeras y ayudantes eran más comunes en la época que ahora. Mercedes tuvo que oír cómo le hablaban de la muerte de mujeres que conocía, sepultadas, abrasadas por el agua hirviendo con la que cocinaban. Vigas que se conviertieron en espadas. Un catálogo del horror.

"De aquello no se habló mucho luego. Eran otros tiempos"

Los meses pasaron y el tiempo cumplió su bendita función cicatrizante. "De aquello no se habló mucho luego. Eran otros tiempos. Hoy sería un revuelo enorme pero entonces la gente era de otra forma, no pedía explicaciones, no quería saber ni se quejaba, seguía".

Mercedes Salinas no considera que le deban una disculpa por negligencias administrativas ni cree que haya misterios por resolver alrededor de la tragedia.

"Visto con la mentalidad de hoy habría mucha gente hablando todo el día, y con razón porque fue terrible, pero hay que ponerse en aquel tiempo. Era otra cosa. Pasaron los días, lo taparon, lo taparon y la gente siguió con su vida. Así funcionaba".

Ni siquiera en los aniversarios, cada 18 de agosto, volvía el fantasma de la memoria y las preguntas. Mercedes guarda una anécdota ilustrativa: "Manolete, el célebre torero, murió unos pocos días después de la explosión en Linares —29 de agosto de 1947—".

"Manolete murió unos días después. Me llamó la atención que cada año, en agosto, los periódicos venían con historias de Manolete. Hoy hace un año, dos, tres. De la explosión de Cádiz, ni una palabra"

"Me llamó la atención durante años que cada mes de agosto venían los periódicos con historias de Manolete, hoy hace un año de Linares, hace dos años, tres, así estuvieron mucho tiempo. De la explosión de Cádiz no venía ni una palabra. Eran otros tiempos. Ahora cuesta entenderlo pero era así".

12 hijos y 12 bisnietos

Mercedes construyó una vida familiar llamativa, más ahora que entonces. Con su marido, el capitán Mayo que llegó a ser el marino militar con más horas de navegación de España, tuvo 12 hijos que terminaron por darle sus 12 bisnietos actuales. Incluso pasaron cortas temporadas en Vigo y Lisboa por motivos laborales.

La desgracia de la explosión quedó en el ámbito familiar, entre los conocidos. En muchas casas, como en la de los Mayo Salinas, era conversación recurrente pero no fue asunto público en Cádiz hasta la muerte de Franco. José Antonio Aparicio recuerda que no fue hasta 1987 cuando la sociedad gaditana empezó a desenterrar la dolorosa memoria.

"Hasta esa fecha, en la que Carlos Díaz decide que se conmemoren los 40 años no había nada. Luego, en 1997, con Teófila Martínez en la Alcaldía, también se conmemoran ya con más ceremonia los 50 años".

Mercedes Salinas, en su domicilio durante la entrevista.  JUAN CARLOS TORO

"En esas fechas comenzaron a publicarse trabajos muy buenos, los primeros, del periodista José Antonio Hidalgo Viaña, del historiador José Marchena, un documental excelente de Fernando Santiago y alguno más. A partir de ahí comenzó el recuerdo y la investigación pero antes de 1987, nada de nada", rememora el mayor estudioso de la tragedia en Cádiz.

Mercedes escucha el relato historiográfico pero puede compartir poco. Para ella, la explosión es vivencia personal y familiar, vecinal, cuestión de piel y no de papel. Las investigaciones, los juicios, las sospechas, culpabilidades o conclusiones le resultan extrañamente lejanas. Todo es pasado.

El futuro espera con una Medalla de Oro de la Ciudad de Cádiz el próximo 22 de octubre. Amparada en su edad tan elevada, pincha a sus hijos con un ejercicio de superstición: "Yo creo que no llego". Ellos le reprenden con cariño: "Cómo que no, anda ya, mamá".

Cómo que no. Cuesta creer que no vaya a conocer ese destino una persona tan fuerte y afortunada, una que sobrevivió a una pequeña bomba atómica a cien metros, que salió a respirar tras varias horas enterrada viva, que resistió 40 años de silencio con la única ayuda de una luz por la noche. Y alguna ventana o puerta abierta.

Seguro que llega y recibe el aplauso de un aforo asombrado por la potencia inabarcable del azar y la voluntad humana, por la capacidad de resistencia y aguante incluso en las peores circunstancias. Las peores que conoció Cádiz.

Sobre el autor

José Landi

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