Como casi todo, la monarquía se puede analizar o practicar. Mientras Juan Carlos I hace lo primero en Francia, su hijo Felipe VI se inclina por lo segundo en Cádiz.
Una parte del mundo, una vasta audiencia plebeya, atiende a las cuitas de cofres y camas de las casas reales en Windsor, Madrid o Dubai.
Otra, más pequeña, observa a los que tienen ese extraño trabajo monárquico, una tarea diaria centrada -casi exclusivamente- en el protocolo, la ceremonia y el simbolismo.
Quizás para hacer contraste entre las brillantes portadas lejanas con bandas doradas de Juan Carlos I en París, su heredero e hijo, sucesor y aspirante a corrector escogía este viernes visitar uno de los centros más desconocidos de la Guardia Civil en una provincia tan periférica que casi es recóndita, Cádiz. Más discreción, imposible.

El rey Felipe VI llegaba entre tanto ruido remoto a las 10.47 horas a la Unidad de Formación y Doctrina del Servicio Marítimo de la Guardia Civil en Cádiz. "Doctrina", palabra impopular últimamente aunque todo el mundo la busca para sus hijos y parientes, incluso para consumo propio. Cosa distinta es conocer, o elegir, qué contiene.
Este centro docente es casi un misterio para la mayoría de gaditanos. Muchos ni saben que existe. Está ubicado en un rincón de la aislada Zona Franca, rodeado de grandes camiones aparcados y vehículos requisados en operaciones contra la delincuencia.

En el centro de formación naval de la Guardia Civil
Para dejar bien claro que el monarca vigente iba a trabajar con la soberanía marítima —y no a teorizar sobre legados y pasados— apareció en traje de faena, en uniforme de camuflaje. Una vez recibido por los representantes del Estado —delegado del Gobierno en Andalucía, subdelegada en Cádiz, ministro del Interior y responsable de la Zona Franca— se puso a la tarea.
Con esa cara que ponen los reyes cuando se interesan por lo que hace la gente que está en los sitios que visitan, recorrió aulas y simuladores en los que se imparten clases y seminarios.

En este espacio se forma a los futuros agentes para realizar operaciones complejas e invisibles, en alta mar habitualmente, contra el narcotráfico o el transporte criminal de personas y armas. También actúan contra los atentados contra el medio ambiente cometidos a través de graves actos de contaminación.
Resultó llamativo el encuentro de Felipe VI con miembros de la Gendarmería francesa y su cuerpo especializado DPAF. Algunos de sus futuros integrantes realizan un intercambio de formación y conocimiento en Cádiz.
Luego, al buque 'Duque de Ahumada'
Tras ese largo recorrido, que contó con un acto de recepción y discursos explicativos de bienvenida, Felipe VI y el séquito se trasladaron unos 300 metros hasta los muelles situados junto a la conocida Harinera Villafranquina.
De nuevo, de la teoría a la práctica, de la formación a la acción. Nada lo representa mejor que el buque Duque de Ahumada con aspecto de nave espacial de no ser por los reconocibles colores beneméritos.

El moderno navío sustituye al viejo Río Miño y es un ejemplo de tecnología actualizada. Puede resistir 30 días ininterrumpidos en el mar sin repostar, cuenta con helipuerto y está dotado con drones. Es capaz para 60 tripulantes de los que 44 pueden ser agentes de servicio.
El nuevo Duque de Ahumada visitado por el Rey de España este viernes en Cádiz hereda las funciones de control de cualquier tipo de soberanía de las aguas de la Unión Europea y está capacitado para colaborar en otros lugares, como las costas africanas o del Mediterráneo oriental.
Para rematar la diferencia entre teoría y práctica, aprendizaje y acción, memorias y presente, nada mejor que un simulacro.
El rey Felipe VI, embarcado en la patrullera Río Arlanza, inicia su recorrido hacia alta mar, donde sube a bordo de la Río Tietar para participar en el ejercicio de asalto a una narcolancha.
Como remate, un simulacro
Tras todos los saludos protocolarios a bandera, mandos y funcionarios, después de la serie de saludos militares, himnos y solemnidades, con chaleco salvavidas y todo, el monarca se sube a un barco para luego pasar a otro y ver actuar al tercero, el nuevo y más potente.
En el puente de mando observaría un simulacro de asalto a una fingida narcolancha llena de imaginarios delincuentes que comete alguna tropelía mar adentro. Cuando acababa la prueba eran casi las dos de la tarde y todo había comenzado poco antes de la diez.
Eso viene a ser una jornada laboral completa. O lo parece. Por lo menos comparada con dictarle en un hotel de lujo, durante un rato, memorias de cosas que pudieron pasar hace muchos, muchos, años en un país muy, muy, lejano a una periodista o historiadora.


