Oficina de ING en la avenida central de Cádiz, frente al estadio Nuevo Mirandilla que sigue de obras en la hondonada de La Laguna. Último martes de septiembre. No han dado las diez de la mañana y el local está abarrotado, los clientes no saben ni dónde ponerse de pie, los asientos están todos ocupados.
Un vigilante de seguridad saca números de espera de una máquina con pantalla táctil para que no haya roces entre los usuarios. Algunos tienen que irse a la acera: "Según vayan saliendo, entran ustedes".
Durante la espera, la gente mira el móvil y resopla. Ir al banco se ha convertido en una actividad cada vez más pesada. Cada vez hay menos sucursales. Las colas y aglomeraciones cada vez son más frecuentes, largas y molestas, respectivamente.
Siempre hay algún momento para la risa. Una mujer mayor aparece con muleta, una pierna tocada, en la sucursal naranja mencionada. Al ver el llenazo dice: "Bueno, todo tiene su parte buena. Por lo menos sabemos que nadie va a atracar esto mientras estemos aquí. Por mucho pasamontañas y escopeta que traiga, no llega al mostrador por más que grite".
La anécdota ilustra tanto el agridulce humor gaditano, siempre dispuesto en los momentos más grises, como la situación que se vive en las oficinas bancarias de la ciudad.
"No hay que ser muy observador ni buscar datos ocultos: las ciudades pequeñas y medianas se están quedando sin oficinas, la ratio se acerca a la de provincias de la 'España vacía"
Alberto Sánchez Aragón, ex director de banco y actual asesor financiero, asegura que "no hay que ser muy observador ni buscar datos ocultos para darse cuenta. Las ciudades pequeñas y medianas se están quedando sin oficinas bancarias. La ratio de sucursal por habitante se acerca a las provincias de la llamada España vacía".
"Esta situación tiene dos víctimas principales: el grupo de clientes mayores que tiene dificultades para realizar las gestiones por vía digital y los trabajadores, los pocos que quedan porque el ajuste de plantillas es salvaje. Ellos sufren unas situaciones de tensión y sobrecarga de trabajo que no se habían conocido hasta ahora".
Números, cifras y sensación
Las estadísticas suelen ser llamativas. Tanto que hace décadas hizo carrera una que decía que en Cádiz había seis ratas por habitante (mucho peor era y es en París o Nueva York, nadie se ofenda). Incluso una chirigota llevó ese nombre al Concurso del Falla.
En el caso bancario, el chascarrillo estadístico, el eslogan porcentual y comparativo suena peor: 4.400 gaditanos por banco (o caja). Y la cifra es corta, antigua. El último informe oficial del Banco de España data de 2023. Es extremadamente probable que en los últimos dos años esa cifra haya crecido porque los cierres no dejan de producirse.
La ciudad de Cádiz se acerca a los 5.000 habitantes por sucursal y según el Banco de España en 2022 ya sólo tenía 37 oficinas abiertas. Es muy probable que actualmente sean menos de 30
Para entender la progresión basta comprobar que en 2016 el número de personas por sucursal era la mitad en la provincia de Cádiz, era de 1.600. Apenas cinco años después, 2021, casi se duplica: 2.985 personas por cada puerta de caja o banco en Cádiz. Los datos son públicos y siempre del Banco de España.
El ejemplo vigente es uno de los más sangrantes. Banco Santander acaba de cerrar una de sus oficinas en la avenida de Andalucía (en el tramo más cercano a las Puertas de Tierra) y anuncia que el lunes 20 de octubre su gran oficina, teóricamente central, en la plaza del Palillero no volverá a abrir sus puertas.
La autoridad bancaria en España, la que tiene el oro imaginario guardado debajo, fijaba en 37 las sucursales abiertas en la ciudad de Cádiz en el año 2022. Es fácil caer en el pesimismo y creer que a finales de 2025 deben rondar las 30 si no están ya por debajo de esa cifra.
Los del Santander son dos casos entre la decena larga de bajas que se produce, como media, en todas las entidades cada año. La velocidad de los cierres es asombrosa, tan alta como la electricidad que transmite los datos de la banca digital. Aquí, el vídeo sí mata a la estrella de la ratio.
Según el Banco de España, la provincia de Cádiz perdió más de la mitad de oficinas bancarias en diez años, entre 2012 y 2022. La bajada fue del 59%. Cuesta encontrar otro sector comercial con mayor sangría desde los videoclubs o las carbonerías. Hace tres años, el número total ya iba por 284. Y bajando. A todo lo que da la fuerza de la gravedad.
Las entidades con más locales abiertos en suelo provincial son, por este orden, La Caixa (en varias marcas comerciales), Unicaja y BBVA pero la ratio habitantes/sucursal no deja de crecer. Con ser llamativos los dígitos llamativos, peores son las sensaciones.
"En realidad nos están echando de los bancos. Además de que haya cada vez menos, no nos quieren. Digo las empresas. Trabajadores los hay muy amables pero les agobian, les obligan. Todo te dicen que lo arregles por internet, que te ayude tu hijo, que te lo mire tu hija. Son las frases que más se escuchan en un banco ahora".
"No saben que algunos no tienen hijos ni nadie que les pueda ayudar y eso después de tirarte un buen rato en una cola, porque nos tienen hacinados", resume Eulogio Ferreira, responsable del área de mayores de la asociación de vecinos de Extramuros.
Para compensar, Encarnación Moreno, a su lado, le recuerda que "hay unas criaturas muy amables en los bancos que nos ayudan y nos hacen las cosas, aunque estén hasta arriba de trabajo. Hasta se levantan y salen contigo al cajero, te resuelven lo que sea. Si no fuera por ellos...".
Juana, Romina y las demás
Los empleados de banca, como los de cualquier empresa privada, no están por hacer declaraciones alegremente. Ni quieren, ni pueden. Para complicarse siempre habrá tiempo. El sector no es el más democrático que se conozca y la libertad de expresión está muy bien para las películas.
Pero no pueden evitar el ejemplo, ser vistos. Varias visitas aleatorias a sucursales del Santander (en la calle San Francisco, la que ahora reunirá la clientela de las dos oficinas que cierran en Cádiz) o la mencionada de ING permiten comprobar que los pensionistas tienen bastante razón.
En la oficina de color rojo, una mujer cuya mesa identifica como Romina está, como su compañera de la caja, constantemente atenta a los mayores que entran y sacan número en una pantalla. Con la mirada ya les dirige y si ve que se atascan, se levanta, les pregunta y les auxilia.
Un ex director: "La empresa te pide mucho trabajo comercial, en la mesa, pero tienes esas interrupciones, más de 50 al día, para ayudar cada vez a más gente cuando somos cada vez menos trabajadores"
Saben las respuestas antes de que les pregunten, conocen los problemas por adelantado: "Meta su DNI en la pantallita, señora, con la letra al final", dice cuando la clienta sólo había levantado la mirada un segundo, sin abrir la boca.
"Eso lo tendrá que hacer más de 50 veces al día, todos los días, nadie sabe lo que supone ese desgaste porque, además, la empresa le pide que haga mucho trabajo administrativo y comercial que debería hacer sentada en la mesa, con el ordenador y el teléfono, sin esas interrupciones constante. Tienes que ayudar a la gente pero cada vez es más gente y somos menos trabajando", detalla Sánchez Aragón.
En la oficina naranja de la avenida, la actuación es aún más espectacular. Juana, eso dice la placa metálica en su camisa, lleva una tablilla con folios y se mueve a la velocidad del rayo aunque apenas haya sitio para pasar entre tanta gente.
Va cantando los números de la espera como si estuviera en un antiguo bingo, en una pescadería tradicional. Tres cuartas partes de los que esperan tienen más de 60 años y a todos, uno a uno, les pregunta qué necesitan. Según sea el trámite les acompaña al cajero, a una pantalla o les recomienda que esperan turno para una mesa.
A uno de los clientes presentes le aconseja en voz alta: "Nunca, pero nunca, Don Antonio, nunca le digo de nunca jamás mande usted datos personales por el móvil ni por internet. Por más que le pidan o le digan, que le prometan un regalo, un premio, nunca. Usted viene aquí y me pregunta. Eso que me cuenta tiene mala pinta, a ver, venga por aquí".
Es evidente que ha subido el tono para que los demás, ancianos y no tanto, se queden con el cante. En realidad, está haciendo una campaña de seguridad digital, antifraudes, en vivo para los 30 clientes que esperan. Mientras tienen el recordatorio de cómo actuar para prevenir robos de alimañas a través de la red.
Idiotas crónicos
Hace tres años, un médico jubilado, harto de no poder hacer gestiones presenciales puso en marcha la campaña Soy mayor, no idiota. "No paran de cerrar oficinas y algunos cajeros son complicados de usar. Cada vez más, para trámites sencillos, te exigen usar tecnologías complejas que muchos no sabemos utilizar", decía el veterano y efímero líder.
"Muchas personas mayores están solas y no tienen nadie que les ayude. Otras muchas, como yo, queremos poder seguir siendo lo más independiente posible a nuestra edad", decía el hombre en su campaña.
Los jubilados: "Hágalo por internet. Que te lo mire tu hijo, tu hija. Son las frases que más se escuchan en un banco ahora"
La banca hizo amago de reaccionar entonces y empezó a tomar medidas, a lanzar campañas publicitarias para facilitar el acceso a los mayores, como la ampliación del horario de atención presencial o el trato preferente para estos en las sucursales.
Tres años después, el conflicto sigue donde estaba o se agrava porque su causa principal se mantiene activa: sigue el cierre de oficinas, como las dos de Cádiz, y avanza sin freno la banca digital.
Sólo la profesionalidad y bondad de heroínas cotidianas y anónimias como Romina y Juana -habrá varias en cada establecimiento- o la paciencia resignada de los usuarios permite que no aparezca otro movimiento de malestar como el del facultativo retirado. El fondo de la tendencia, como en tantas otras, parece imparable.
