Mónica Ortiz Miranda sopló las velas de su 23 cumpleaños de una forma poco habitual: examinándose para ser juez. Ocurrió el 21 de octubre, en los pasillos del Tribunal Supremo, donde recibió una nota de aprobado que la convertía, de facto, en una de las juezas más jóvenes de España, tras superar la oposición a la Carrera Judicial y Fiscal con apenas año y medio de preparación.
“Ese día estaba en el Tribunal Supremo esperando a que el tribunal decidiera si seguía un año más encerrada o no”, relata la joven, natural de Almería, en declaraciones a la Agencia EFE. La coincidencia entre fecha y resultado desató la emoción: “Mi madre, su pareja y yo estallamos de alegría”, recuerda, describiendo una sensación de alivio inmenso tras cerrar una de las etapas más exigentes de su vida académica.
Una carrera acelerada y una vocación temprana
Lo llamativo del caso de Ortiz no es solo su edad, sino la velocidad del proceso. En un entorno donde la media de preparación ronda los cinco años, ella comenzó a estudiar “seriamente” en junio del año pasado, tras finalizar el grado universitario, y logró la plaza 18 meses después.
Su vocación se fraguó entre dudas. Durante la secundaria se debatió entre Medicina y Derecho, dos caminos muy distintos unidos, en su opinión, por un mismo fin: “Ayudar dentro de lo posible a la gente”. La influencia de su madre, abogada, y la atracción por “descubrir la verdad de los casos” acabaron inclinando la balanza hacia la judicatura.
Para alcanzar el objetivo, Mónica combinó disciplina y desconexión. Su jornada arrancaba a las 7:30 horas, con un límite innegociable a las 11:30, cuando cerraba los libros para montar a caballo, su principal vía de escape. “Era lo que conseguía que desconectara; al día siguiente la mente estaba más fresca”, explica. Durante el proceso contó con el magistrado Luis Miguel Columna como preparador.
Reconoce que el último verano fue especialmente duro y que tuvo que recortar vida social. “Ahí sí sentí que sacrificaba parte de esa juventud idealizada”, admite, aunque matiza que fue un sacrificio voluntario.
Mirada al futuro y justicia cercana
Tras superar el temido examen oral —el conocido “cante”— y a la espera de su paso por la Escuela Judicial, Mónica Ortiz tiene claro su horizonte. Asume la movilidad inicial, pero aspira a desarrollar su carrera en Andalucía, su tierra.
Le atrae el Derecho Mercantil y se siente más cercana a los juzgados de instrucción, esa “justicia de trinchera” que permite un contacto directo con el caso concreto. A quienes empiezan ahora la oposición les lanza un mensaje claro: “Lanzaos a la piscina”. Y resume la recompensa con serenidad: “Una vez consigues plaza, ya eres juez para toda la vida, y eso da una paz inmensa”.
