Resulta particularmente interesante entrevistarse con un viejo rockero de la vanguardia de los 70 para atestiguar de primera mano ese impulso frenético por la auténtica expansión, la agitación de aquel tiempo cercano que jamás volverá a repetirse. Nos conmueven sus ansias en la búsqueda de la pureza, esa persecución del movimiento que con el pasar de los años sólo ellos parecen reconocer. Pues sólo ellos son capaces de aludir a los acordes de la excelencia: sólo el avezado rockero es competente para machacar los ídolos y escupirnos en la cúspide de la nueva jerarquía, el nuevo orden. Ese que a pesar de todo está en constante cambio.

No se extrañe si en el fulgor de la conversación el genuino rockero le propina babilónicos bofetones (en forma de lecciones musicales magistrales, por supuesto). Porque nadie puede saber más que él. Al menos no de la misma forma. Nadie excepto otro idealista de curso premonitorio y discoteca concurrida. ¿Acaso se dijo que un rockero debe comportarse en público?

Resulta que una conversación reciente con un aventajado en el progresivo andaluz y nacional dio pie al menoscabo de nuestra firme convicción de que el rock murió en los 70. ¿Quién profirió tal calumnia? Pensará en un eterno acólito de Iron Maiden, quizás un camarada en las noches de Woodstock, todos ellos unidos por la longevidad de sus melenas. Sin embargo, nosotros nos decantamos por que el autor de aquel imperativo aún no había atravesado tan provecta edad.

En nuestra iluminación, nuestro guía recurrió a la constante ofensa hacia nuestra anquilosada identidad. Nos humilló como lazarillos de una corte extinguida. Su primer ataque fue directo, casi al cuello, una reacción pétrea e increíble para nuestras impúberes barbas. Ante la inocente pregunta de cuál era en nuestra opinión el artista nacional con mejor producción, he aquí nuestro rebuzno: "Nosotros nos quedamos en los 70, si acaso un concierto de tributo a algún clásico, pero poca cosa". Su estoque fue certero: "Junior, chavales, Junior es el presente y el futuro". Cierto es que nos hallamos a finales de 2016, y el principal éxito del rapero, "Down", vio la luz hace no menos de dieciséis años. Aun así, su genuina respuesta dio paso a un torrente  de sonatas vertiginosas que estremecieron nuestra añoranza de iconoclastas bienaventuranzas andaluzas, cercanas al otoño de la movida en cualquier barrio de Sevilla: “Junior es ejemplo de la continuidad en la exploración por la senda de un movimiento de expresión juvenil, el rap”. Implorando su compresión por el esplendor de aquellos años que afortunadamente le tocó vivir, comprendimos el abismo intelectual al que condenamos nuestras injurias. "Aquellos años no estuvieron mal, chavales. Triana, Alameda, Imán fueron buenas bandas, pero a día de hoy Junior o Macaco llevan las riendas".

El irrenunciable camino del idealismo ha caracterizado a la generación de nuestros padres; a algunos más que a otros, no cabe duda. Sin embargo, no son pocos los que entre aquella prole, los hijos de los niños de la guerra, aspiran a progresar en un futuro que, aunque incierto, consideran más que idóneo sólo por el hecho de la novedad, el progreso y el desarrollo. Esa concepción enigmática donde todo futuro parece bueno es la que llevó a desgañitar la garganta de los Burning, aquella misma que condujo a Triana a grabar sus Hijos del Agobio. Que tuvo incluso evidencia a nivel institucional. Una huida hacia delante de un pasado tan oscuro como peligroso. El camino de la rebeldía es un camino a marchas forzadas, donde el retroceso no sólo es una imposibilidad sino que se percibe como un peligro. No se extrañe de reconocer las bondades de la música actual: ello sería sinónimo de su alma idealista, aunque ya ni entremos en nuestra  vieja chupa de cuero.

Nuestra generación ya no tiene nada de qué huir. En efecto, nuestros compatriotas claman por la reconciliación en aras del bienestar. Un retroceso por un puñado de insolentes años, a consta de marchitar cualquier intento de vanguardia. El auge del conservadurismo subconsciente. No olvide que en el Mayo francés se cantaba por la abolición del sistema de arriba a abajo. En cambio, si con algo se justifica la espantada de los millennial, es con la expectativa de su propio futuro y la nostalgia por el Pokémon Verde Hoja y la Game Boy.

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Carlos Domínguez Rico

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