En los últimos días se ha hecho evidente la pretensión de Dylan Jones —exdirector de la edición británica de la revista GQ— de publicar la que será la primera de una extensa colección de biografias postmortem sobre David Bowie. El relato, que lleva por nombre David Bowie: A Life, está plagado de alusiones de primera mano. Parece no escatimar al perfilar al artista como un cocainómano desenfrenado y un adicto sexual de tal magnitud que haría temblar al propio marqués de Sade. La narración sostiene una hipótesis cuanto menos peliaguda: David Robert Jones nunca quiso ser músico o artista. Siempre quiso ser una estrella.Más de 180 testimonios componen el grueso de la obra. Un collage de vivencias de mayor o menor verosimilitud que comparten un inexplicable interés por sobredimensionar la faceta más extravagante e insólita de Bowie. Por ejemplo, a través del relato de Lori Mattix, la famosa groupie que supuestamente perdió la virginidad con el músico a la edad de quince años. Llama la atención las palabras de Josette Caruso, que recuerda como el artista se negó en rotundo a mantener relaciones con un cadáver. O las de Lindsay Kemp, el mimo que le enseñó a reconocerse en el escenario y con el que compartió una aventura amorosa.Más a allá de la veracidad de la biografía —no dudamos de la buena recopilación de fuentes— llama la atención la estructura de un relato que, de no ser por lo reconocible del personaje, pasaría como una recopilación sin orden de rarezas y singularidades sobre un personaje inespecífico. ¿Un artista? ¿Un músico? ¿Un productor?...