Concierto. Beethoven: sinfonía nº 9. Ángeles Blancas (soprano), Manuel de Diego (tenor), Mª Luisa Corbacho (contralto), José Antonio López (bajo). Coro del Teatro Villamarta (dirección: Joan Cabero). Coro Universitario de Cádiz (dirección: Juan Manuel Pérez Madueño). Orquesta de Córdoba, Carlos Aragón. Teatro Villamarta. 13 de noviembre de 2016.

La sinfonía nº 9 de Ludwig van Beethoven es una obra de enorme carga simbólica y de un extraordinario valor musical, de enorme influencia en compositores posteriores. No obstante, su alcance es inmenso desde otros muchos puntos de vista. Estrenada en Viena el 7 de mayo de 1824, Beethoven estuvo trabajando en ella desde 1818, tras recibir el encargo de su composición por la Sociedad Filarmónica de Londres. No obstante, An die Freude (Oda a la Alegría) de Friedrich von Schiller, que es utilizada en el cuarto movimiento, ya entraba en los planes del músico desde, al menos, 1793. Un precedente del espíritu de la sinfonía estaba ya presente en su única ópera, Fidelio, representada por primera vez en 1805, a la que añadió una escena final en la versión definitiva de 1814 que era un luminoso canto a la libertad y la fraternidad precedente directo de la obra que nos ocupa. Es decir, que la trayectoria intelectual de Beethoven fue madurando poco a poco hacia una dirección que eclosionó de modo muy explícito en esta magna creación, la primera sinfonía en la que, por cierto, se decidió incluir la voz humana.

El mensaje universal y atemporal que contiene esta partitura fue adecuado para que, posteriormente, la fortuna del compositor como instrumento identitario en Europa fuese grande desde el final de la Segunda Guerra Mundial y, particularmente, a partir del inicio de proceso de construcción de la Unión Europea con el Tratado de Maastricht, que ha adoptado como himno oficial la parte coral del cuatro movimiento de esta sinfonía. Los Estados miembros la eligieron por razones de prestigio y como argumento legitimador de un proyecto que necesitaba una consolidación urgente. La apuesta no era arriesgada ya que la validez de esta música para otorgar legitimidad política ya había quedado demostrada con anterioridad al cumplir un papel como símbolo de la victoria aliada sobre la Alemania nazi (Beethoven triunfando sobre Wagner en, por ejemplo, el Festival de Bayreuth, que fue reanudado en julio de 1951 con esta sinfonía en vez de con las habituales óperas del compositor-promotor del festival, bajo la dirección de Wilhem Furtwängler), o en los festejos de la caída del Muro de Berlín, punto de arranque del actual orden establecido en Europa, en diciembre de 1989 (en aquella ocasión con Leonard Bernstein en el podio). Asimismo, debemos recordar que está inscrita en el Registro de la Memoria del Mundo de la UNESCO, una prueba más de su impacto en el imaginario colectivo.

El potente valor simbólico de la obra propicia su uso en ocasiones especiales, como ha sido este concierto, conmemorativo del XX aniversario de la reapertura del Teatro Villamarta. La propuesta, si bien no es original, es ambiciosa y nada acomodaticia. No ha habido orquesta destacada ni director importante que no se hayan acercado a la obra. Además de los mencionados Furtwängler y Bernstein, también lo hicieron Erich Kleiber con la Filarmónica de Viena, Rafael Kubelik con la de Baviera, Georg Solti con la de Chicago o Herbert von Karajan con la de Berlín. Esto proporciona al oyente un nutrido conjunto de referencias que pueden pesar negativamente sobre los intérpretes que se acerca a esta sinfonía, aumentando aún más, si cabe, el difícil reto.

La Orquesta de Córdoba, bajo la expansiva dirección de Carlos Aragón, ha ofrecido una interpretación digna, parcialmente a la sombra de varios de los ilustres precedentes antes mencionados. El concierto ha estado dedicado a la memoria de José Luis de la Rosa, crítico musical de la revista Ritmo, miembro y presidente del Coro y fundador de la asociación cultural Arcadia. La Novena Sinfonía empieza de forma poderosa en el primer movimiento (Allegro ma non troppo, un poco maestoso), con un tema principal que transcurre en escalas y variaciones trepidantes, seguido de pasajes líricos que son interrumpidos, nuevamente, por la intensidad contundente de la composición, de una densidad sonora enorme para lo que era habitual en su época, aspecto que intentó ser subrayado por la dirección de Carlos Aragón. No obstante, en algunos pasajes, los instrumentos de viento-madera, especialmente los clarinetes, mostraron algunas debilidades.

El segundo movimiento (Scherzo: Molto Vivace – Presto) es calificado por algunos cronistas como “el infierno en llamas”, por su efervescencia y velocidad, aunque suavizado majestuosamente en la recapitulación. Estos contrastes dinámicos no fueron del todo alcanzados por los intérpretes.

El bellísimo tercer movimiento (Adagio molto e cantabile) es un fascinante modo de preparar al cuarto movimiento. Aquí la labor de Carlos Aragón se apartó del tempo acostumbrado y decidió imprimir uno más acelerado del habitual en esta parte. En todo caso supo conservar la coherencia con el adoptado. Esta página puede poner a prueba la capacidad de concentración de los músicos y muchas de las secciones quedan al desnudo en varios pasajes, lo que hizo que se percibiera con más claridad de lo deseable el que, por ejemplo, los violines no lograran siempre un sonido redondo o que se produjera algún ataque brusco en las cuerdas.

El complejo cuarto movimiento (Presto) se inicia con breves recapitulaciones de los movimientos anteriores, a los cuales los violonchelos contestan con comentarios no resueltos siempre con una emisión bien timbrada en este concierto. Acertadamente se han sumado dos coros, el del Teatro Villamarta y el Coro Universitario de Cádiz, para lograr alcanzar el elevado volumen sonoro requerido. Sin embargo, varios desajustes entre ambas formaciones, algún contratiempo en la afinación y desequilibrios entre las cuerdas empañaron parcialmente su prestación.

El cuarteto solista fue irregular: José Antonio López fue el que ofreció una emisión más fluida y homogénea y el volumen sonoro más adecuado. Ángeles Blancas tuvo problemas en el registro agudo y en los reguladores. María Luisa Corbacho fue casi inaudible y Manuel de Diego es un tenor demasiado lírico para la parte, lo que también impidió que fuese escuchado cuando el coro se sumó a su canto. Los pasajes “a cuatro” fueron ejecutados con poca nitidez y hubo ocasionales problemas de afinación y concertación.

Una parte del público no respetó la continuidad de la sinfonía, aplaudiendo, no sólo entre movimientos, sino dentro de los mismos.

No obstante, a pesar de los problemas señalados, es de valorar el que se haya asumido el desafío de abordar esta composición tan llena de exigencias y dificultades para resaltar esta ocasión tan especial.

Subrayar en estos azarosos y oscuros tiempos los propósitos de fraternidad universal que contiene esta obra es un imprescindible y hermoso empeño, que embellece el festejo del XX aniversario de la reapertura del Teatro Villamarta de modo espléndido.

Sobre el autor:

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Joaquín Piñeiro Blanca

Profesor Titular de la Universidad de Cádiz. Departamento de Historia Moderna, Contemporánea, de América y del Arte.

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