La Asociación Cultural Flamenca Fernando Terremoto celebraba en la noche del pasado sábado el tercer memorial que dedica a la figura Terremoto hijo, una actividad que incluye dentro de su programación anual desde antes de la pandemia que generó el Covid. Y, en esta ocasión, el emblemático escenario de la entidad jerezana no lo iba a ocupar un artista cualquiera, sino una cantaora que está llamada a ser un referente del cante flamenco femenino actual: Anabel Valencia. Y no defraudó. En absoluto.
Digna heredera del apellido que defiende con orgullo por cuantos escenarios pisa, cuajó un recital donde quedó patente que su universo cantaor es tan grande como la afición que le profesa al flamenco. Defendiendo los valores intrínsecos del territorio que la vio nacer, sus cartas credenciales tienen un claro poso en ese legado que nos dejaron quienes han hecho grande el flamenco entre Jerez y Utrera.
Una artista que está llamada a ser un referente del cante flamenco femenino actual
Arropada por Curro Vargas al toque y por Javi Peña y Juan Diego Valencia a las palmas y el compás, por tientos nos llegaron los aromas de claveles, rosas y alhelíes del gitano rubio que revolucionó el flamenco en la década de los 70 y los 80, Juan Peña ‘El Lebrijano’ y quiso también refrendar ese otro apellido jondo lebrijano universal, sacando de la cárcel en la que se hallaba a Perrate, sin olvidar las formas y maneras trianeras antes de cerrar maireneando y tirando del valor seguro que siempre es Pastora.
Con la voz lista para la exigencia, la soleá se hizo presente de forma imperial en La casa de Fernando. Cogiendo el tren del cante de punta a punta, de Alcalá hasta Cádiz fuimos recorriendo de su mano los melismas del ayer y del hoy. Desde Joaquín el de la Paula, pasando por Agujetas y Fernanda de Utrera, hasta el cierre que compusiera José de la Tomasa para Esperanza Fernández. Un auténtico placer para los sentidos, donde más de uno hasta quiso irse porque decía que “ya no necesito escuchar más cante; con esto tengo para dos meses”.
Y justo después de ese momento de éxtasis colectivo en que sumergió a los presentes, por malagueñas tiró de Manuel Torre para encontrar a quien le quisiera y del Mellizo para pedirle explicaciones al altísimo, antes de abandolarse y cerrar por verdiales, despertando a todos los serenos existentes en Las Palmeras, Princi Jerez y media barriada de la Asunción.
Bajo un murmullo colectivo, caras de felicidad y ganas de seguir disfrutando de buen toque, buen compás y mejor cante, la tertulia durante el descanso fue de lo más animosa en el ambigú y, entre refrigerios varios, se dieron cumplida cuenta de unos minutos de descanso a los que puso fin el cante por alegrías y cantiñas. Con una Anabel Valencia que se sabía ya ganadora del envite de la noche, la lebrijana empezó a gustarse dejando caer tercios y acompasando las cadencias que marcaban los dos metrónomos del compás que tenía a su derecha.
Siguiendo el mismo guion anterior, como intermedio de la parte llegaría otro plato fuerte: el cante por seguiriyas. Dedicada toda la familia Terremoto, por la que siente una profunda admiración, buscó acomodo en Chocolate primero y en el Marruro después, para con la toná liviana de Mairena poner punto y seguido a un recital donde los cantes a compás de amalgama entraron en liza.
Con la participación extra de Manuel Monje Chico – presente entre el público junto con su familia- y una larga tanda de bulerías por parte de la protagonista, el terremoto de cante lebrijano que ofreció Anabel Valencia en La casa de Fernando no hizo más que refrendarla como lo que es: uno de los valores más seguros del cante flamenco femenino actual
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