Ruido

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La Crítica de Villamarta. Grilo y Canales exhiben un 'tour de force' de casi dos horas en 'Soniquetazo', un irregular montaje marcado por el frenesí y las tripas de dos intérpretes descomunales. 

El cuerpo, decía Jean-Luc Nancy, es la voz que habla si alguien puede escucharla. "Una certidumbre confundida, hecha astillas". Si el ruido se apodera de la escena, obviamente no hay forma de enterarse de nada. Venía Joaquín Grilo de montar cosas con ciertas pretensiones que resultaron trabajos fallidos. En ellos apenas pudimos apreciarle como el indiscutible bailaor que es. Uno de ellos, La mar de flamenco, lo retocó sin más suerte y otro, Cositas mías, cayó directamente al baúl del olvido. Lejos quedaban sus producciones estrella como De noche, A solas y esa encomiable coreografía que trazó para rendir homenaje a su maestro Fernando Belmonte. Venía Grilo, decimos, de tratar de articular nuevos discursos que intentasen expresar otras vueltas de tuerca a su danza histriónica y vigorosa, sin salirse de su concepción pura y libre del baile flamenco. Y dejando al lado aquellos malogrados intentos, ahora parece decirnos: vamos a bailar y dejémonos de conjeturas y experimentos. En cambio, su nueva propuesta, de apariencia esencial e improvisada, acaba por embarrar en la reincidencia. 

Desde luego, si la ovación sirve de termómetro, el nuevo trabajo que ha subido a las tablas del principal escenario del Festival de Jerez, Soniquetazo, ha funcionado a la perfección. Y quizás eso sea recompensa más que suficiente y merecida para sus dos grandes protagonistas. Desde luego, entrega, piel y compás desparraman en cada latido del montaje. Pero ya se sabe que el cliente no siempre lleva la razón y que arrancar la verdadera emoción, la que emana de la verdad absoluta, es una entelequia solo al alcance de los elegidos. No hablemos ya de retorcernos o, aún peor, de propiciar la venida de eso que llaman duende.Al menos, el punto de partida es honesto: sencillamente, se trataba de reunir a  dos figuras consagradas de la danza flamenca para dar lo mejor de sí mismos y reventarse haciendo lo que mejor saben hacer. Sin más línea argumental ni retórica, el bailaor jerezano ha recurrido al sevillano Antonio Canales para firmar un espectáculo que pretendía que solo hablaran los cuerpos a través del baile más visceral y espontáneo. Lo que pudiera plantearse como un acierto, a la postre se revela como una obra ramplona, plana en lo musical, repleta de efectos y replantes de cara a la galería, y con muy poco que ofrecer al espectador inquieto y, lo que es peor, a la evolución del baile y la historia del arte jondo. "Si ya ha caído el rayo, el aviso del trueno sobraba", reza la greguería de Gómez de la Serna. 

Puro entretenimiento a mayor gloria de sus protagonistas que se afanan por acudir al triple salto mortal y al artificio cuando son en sus momentos de recogimiento en los que más nos transmiten (Grilo cuando vuelve su baile más conceptual, más Gades; Canales, en sus apuntes por tangos, menos sobreactuado). Un tour de force entre dos solistas descomunales pero excesivo a todas luces, casi dos horas de duración, y perfilado con un carácter insoportablemente comercial (incluso Canales no se corta en algún pasaje en pedir el aplauso del respetable) para dar rienda suelta a una sucesión de movimientos (con cierto desorden) que casi en ningún momento nos sorprenden ni emocionan. Y decimos casi porque en honor a la verdad hay algún instante en el que se atisba cierta intención escénica más allá de la moviola de gestos, mudanzas y guiños archiconocidos de ambos bailaores. El inicio con campanas, con los dos artistas aproximándose con sigilosos pasos de felino y pañuelos en sus muñecas, lleva a hacernos pensar que habrá una noche de emociones fuertes. O cuando están sumergidos cada uno en su rincón, bajo la luz cenital, antes de conectar en un paso a dos precedido por las tonás. Ese amago inicial y ese ramalazo postrero sucumben al ensordecedor ruido de los cajones, a las transiciones sucias, al flamenquito pop, a la reiteración anodina, y a una especie de duelo al sol de todos contra todos donde parece que lo que importa es quien arma el más difícil todavía, quien monta más jaleo y más ruido. O quien de los dos da el zapatazo más atronador. El mano a mano de Grilo y Canales queda desdibujado por lo que pudo ser y no fue, y por ese lamento que nos produce ver a un poderoso y maduro bailaor estancado frente por frente a una vetusta gloria más próxima a la crepuscular Gloria Swanson que a ese Farruco de estampa inmortal, del que por cierto ahora se cumplen 20 años de su muerte. “¡Sorpréndeme!”, vociferó alguien de entre el público a la hora y cincuenta minutos de función. Pero esa sorpresa no llegó y el Soniquetazo sonó como frenético crujir de cajas y pies, y a dèjá vu de tablao. Y es que muchas veces casi es mejor dejar que sean solo los cuerpos los que hablen.

'Soniquetazo'. Dirección artística, idea y coreografía: Joaquín Grilo y Antonio Canales. Baile: Joaquín Grilo y Antonio Canales. Guitarras: Juan Requena, Paco Iglesias. Cante: Carmen Grilo, Macarines, Gabriel de la Tomasa y El Galli. Percusión: Ané Carrasco y José Carrasco. Técnico de sonido: Lauren Serrano. Iluminación: Antonio Valiente. Fotografías: David Ken. Regiduría: Nuria Figueroa. Producción: Flaco Producciones. Día: 25 de febrero. Lugar: Teatro Villamarta. Aforo: Lleno.