#CarteleraSur La reseña de 'Rogue One. Una historia de Star Wars'.

Rogue One. Una historia de Star Wars. (Estados Unidos, 2016, 133 min.) Dirección: Gareth Edwards. Guión: Chris Weitz, Tony Gilroy (basado en una historia de John Knoll, Gary Whitta y en los personajes de George Lucas). Música: Michael Giacchino. Fotografía: Greig Fraser. Reparto: Felicity Jones, Diego Luna, Ben Mendelsohn, Forest Whitaker, Donnie Yeng, Mads Mikkelsen, Jiang Wen…

En Cartelera Sur ya comentamos en su momento el último episodio de la saga Star Wars, El Renacer de la Fuerza, considerándolo un reciclaje de materiales anteriores tomados de la primera trilogía que jugaba con el apego emocional de los fans a unos personajes y a unos entornos nacidos de la imaginación de George Lucas. En Rogue One, su director, Gareth Edwards y una larga lista de guionistas (entre los que ya no está Lawrence Kasdan) echan mano de algunos de esos personajes pero aportando un punto de vista menos mimético que la película de J.J. Abrams y más adaptado a los nuevos tiempos del cine de aventuras.

Aprovechando algunas fisuras en el argumento original de la primera entrega (Una nueva esperanza, 1977), los guionistas han decidido glosar detalladamente, al estilo de esas tramas paralelas sobre personajes secundarios de las novelas de caballería, una deficiencia chocante de la historia escrita por Lucas: ¿cómo es posible que el arma perfecta, el castillo inexpugnable, la destrucción pura, la Estrella de la Muerte, tuviera ese ínfimo punto vulnerable que permitió a Luke Skywalker su destrucción? Este es el argumento de Rogue One; no es un relato de héroes sino de la debilidad del Mal.

Hasta los entrañables títulos de arranque: "En una galaxia muy lejana…", han cambiado su formato piramidal, adoptando uno menos naïve y festivo; ya no se pierden en el infinito, ahora es fijo y más convencional, como queriendo decir que ya nadie cree a ciegas en las leyendas y lo que queda ahora es la acción y algo de suspense. El Renacer de La Fuerza (2015) no acababa de cortar el cordón umbilical con la matriz Lucas, sus monjes guerreros, la parafernalia nazi del mal y una energía divinizada, La Fuerza, que equilibraba los principios antagónicos.

No es que en Rogue One no haya Fuerza o jedis, los hay, pero solo como una referencia para incondicionales de la saga: la historia ha descendido a un nivel más terrenal, los héroes son soldados de a pie, incluso desertores, con cierta ambigüedad moral propia de los agentes de espionaje de la Guerra Fría.

Definitivamente parece haber un cambio generacional en la dirección de las guerras galácticas. Edwards, que reconoce su admiración por Lucas o Spielberg, nació al mismo tiempo que la entrega original (1977), pero ha empezado a dirigir en el nuevo siglo, más escéptico y tecnológicamente más poderoso. 

Los efectos digitales usados en Rogue One hacen palidecer en comparación a los primitivos muñecotes –que me perdonen los fans- de las primeras entregas. Los paisajes planetarios, la reconstrucción de los entornos orbitando estos nuevos mundos, la fluidez de las batallas espaciales, en fin, todo lo que es el envoltorio de estas películas adquiere una sensación de mucha más veracidad. La arquitectura de los distintos mundos también tiene nuevas referencias, menos oníricas y más naturalistas e históricas.

La elección del reparto principal obedece igualmente a esa intención de naturalismo. Obviando la presencia simbólica de Darth Vader, los protagonistas de Rogue One no resultan tan infantiles en sus motivaciones como Luke, Hans o Leia. Felicity Jones, Diego Luna o Forest Whitaker aportan a sus personajes algo más de vísceras y sudor. Su fidelidad a la alianza resistente no está exenta de dudas y está supeditada a sus deseos de venganza.

El guión es rápido, muy dinámico y los diálogos no se demoran en cuestiones filosóficas. La primera parte es más entretenida porque supone una novedad y la presentación de personajes es fresca y estimulante, subrayando sus contradicciones. La segunda parte es más convencional y previsible, pero efectos especiales y acción cubren esa deficiencia.

En fin, los seguidores de Star Wars tendremos que admitir finalmente que algo tiene que cambiar, de hecho está cambiando en la dialéctica Imperio versus Alianza. El tiempo de la novela de caballería, del héroe de armadura o túnica impoluta y sable láser, del asalto al castillo para desfacer entuertos y demás… ha pasado. Los rebeldes ahora tienen la ropa sucia, la conciencia turbia y un sentido más pragmático de la vida. Son personajes de novela picaresca más que caballeros andantes. La palabra rogue en inglés significa precisamente eso, “pícaro”, “pilluelo”.

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Claudia González Romero

Periodista.

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