Una reflexión sobre el oficio de traducir

El Aula Confucio del IES Padre Luis Coloma traduce al chino el libro 'El Pacto y otras novelas cortas', de Sebastián Rubiales

Una reflexión sobre el oficio de traducir.
Una reflexión sobre el oficio de traducir.

(A propósito de la traducción al chino de mi libro El Pacto y otras novelas cortas, por iniciativa del Aula Confucio del IES Padre Luis Coloma)

El director de orquesta napolitano Ricardo Muti cuenta una anécdota de juventud a propósito de una conversación que tuvo con Vittorio Gui, famoso compositor italiano contemporáneo de Toscanini, cuando Gui rondaba los noventa años: “Muti, que pena que me tenga que morir ahora que estoy empezando a saber dirigir. Dirigir una orquesta es el trabajo más difícil del mundo porque la distancia que hay entre la mano del director y el alma del auditorio es infinita y en el infinito está Dios”.

Algo similar sucede con la lectura de un relato. Y, en general, con cualquier obra artística. Que entre el hecho que inspira al autor y el alma del lector hay una distancia infinita. O, mejor dicho, indeterminada. Nadie sabe ni cómo ni cuántos factores influyen en el pensamiento y en el sentimiento del lector al leer un relato o escuchar una sinfonía. 

Si la distancia entre el hecho y la vivencia del lector es indeterminada, en el libro traducido podemos decir que es infinitamente indeterminada, si cabe hablar así. Porque entre el autor y el lector tiene lugar además la intervención del traductor que necesita conocer el relato, interpretarlo y codificarlo en su propia lengua. Excuso decirles la dificultad de la tarea si, además, el idioma original del relato pertenece a una cultura radicalmente distinta a la tuya.

portada definitiva

Qué cosa sea lo que termina sucediendo en la mente de un lector chino es algo misterioso e imposible de imaginar. Y, hablando con propiedad, un libro traducido, en realidad, tiene dos autores: un autor y un coautor. Porque un traductor que traduce desde un idioma tan extraño al suyo materno, en realidad tiene que vivir y desdoblarse en dos maneras de mirar el mundo: la propia y la que ha aprendido conociendo nuestra lengua. Y tiene que estar entrando y saliendo en ambas para poder hilvanar un relato que respete a muchos protagonistas: al personaje del relato, al autor, a sí mismo, y al lector final. Demasiadas obediencias. Y, a pesar de todas ellas o, mejor dicho, con todas ellas tiene que reescribir el libro. No digo traducir, digo reescribir. Por esto, como he dicho antes, este libro tiene varios autores. 

El problema de una traducción no son las palabras ni las ideas. El problema son las creencias. Y las creencias no las tenemos, las somos. Y muchísimas de ellas las vivimos de una manera inconsciente. Por eso influyen tanto en nuestro particular modo de ver las cosas. Y, por eso, es tan difícil el trabajo de traducir un relato. Porque necesita no solo el conocimiento de las palabras y de la sintaxis de una lengua sino conectar con el alma del relato para guardarle fidelidad. Y no solo tiene que traducir lo dicho sino insinuar lo no dicho. Por esto el traductor es también un creador que recrea el texto original interpretando su sentido. Bueno, en realidad, también el lector a su manera recrea el relato y al hacerlo suyo lo interpreta de una forma original, única, insustituible.

Así que no exagero si digo —con toda sinceridad y no como un agradecimiento protocolario— que en su versión en chino son coautoras conmigo, Liang Jinlian (Linda), Li Huihui (Eco), Wang Qi (Qi), Zheng Ziyue (Luna).

Pocas profesiones necesitan ejercitar tanto la empatía como la de traductor: efectivamente, su oficio consiste en ponerse en la piel del autor y del lector y, de alguna manera, hermanarlos. Traducir es en realidad generar un hermanamiento espiritual entre el autor y el lector, dos personas extrañas que tienen una filiación cultural radicalmente distinta. En este sentido, el oficio de traductor es una buena metáfora de las profesiones más necesarias y urgentes en este tiempo nuestro que nos ha tocado vivir, tan furioso, tan desquiciado, tan inmisericorde y tan irracional. Por el contrario, facilitar un hermanamiento es en esencia la misión del traductor, promover una fraternidad espiritual, proponer un nuevo universo que pueda ser compartido entre el autor y el lector.

Sobre el autor:

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Sebastián Rubiales

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