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De gran acontecimiento cultural se puede calificar el concierto ofrecido por el excelente pianista croata Ivo Pogorelich el 11 de marzo en el Teatro Villamarta.

Pogorelich (Belgrado, 1958) ha sido y es uno de los pianistas más brillantes en las salas de concierto de todo el mundo desde que ganó en 1978 el Concurso Casagrande en Terni (Italia) y en 1980 el Concurso Musical Internacional de Montreal. Ese mismo año, y por uno de esos episodios paradójicos que habitualmente llenan la realidad, se impulsó su carrera internacional: su eliminación en las semifinales del Concurso Internacional de Piano Frédéric Chopin en Varsovia motivó la dimisión de un prestigioso miembro del jurado, la pianista Martha Argerich, que declaró en su salida: "Pogorelich es un genio". Y ciertamente lo es, como se ha podido comprobar en este concierto.

El programa fue variado y brillante, combinando composiciones románticas, impresionistas francesas y nacionalistas españolas. Es decir, un vehículo de lucimiento de los múltiples recursos del intérprete, que siempre enfocó cada obra de un modo muy singular y personal, desnudo de referencias de pianistas previos o contemporáneos, con interpretaciones libres en los "tempi", y dinámicas de resultados fascinantes. Por ello, se le ha acusado de heterodoxo de modo insistente, pero, según declaraciones del pianista, su única aspiración es tocar bien, "no ser radical ni controvertido por no tener tiempo que dedicar a esas consideraciones". Es habitual en el intérprete el escoger un único programa y tocarlo a lo largo de toda la temporada, por lo que la maduración de las obras es minuciosa y reflexiva.

La Sonata en Fa mayor, op.54 de Ludwig van Beethoven fue compuesta en 1804, simultáneamente a su quinta sinfonía y entre las sonatas Waldstein y Appassionata. Es decir, en un período especialmente prolífico de su autor y en el momento en el que ya estaba casi completamente sordo. La interpretación de Pogorelich es alternativa a modelos venerados como los de Sviatoslav Richter. Excelente en el primer movimiento, en un inusual "tempo di minuetto", dominando la tónica de modo expresivo. Preciso y administrando cuidadosamente el unçso del pedal en el “Allegreto”.

La Toccata op, 7 de Robert Schumann, creada en 1836, es una pieza de excepcional dificultad técnica y expresiva, hasta el punto de que el compositor afirmó que era la obra más dura que había escrito. Pogorelich tiene en repertorio esta obra desde hace mucho tiempo y esto se refleja en una profunda interiorización de la pieza. De nuevo se aparta de enfoques previos, como el del antes citado Richter o el de Vladimir Horowitz. Los complicados acordes que introducen el tema principal se ofrecieron de forma segura y limpia. Las rápidas octavas al unísono se ejecutaron con sobresaliente soltura.

La Suite Pour le Piano de Claude Debussy (Prélude, Sarabande y Toccata) es también una partitura de compleja interpretación, que en las manos de Pogorelich es servida con inusitada soltura. El cromatismo característico del compositor de esta obra, publicada en 1896 y estrenada en 1902, es mostrado por el pianista de forma elocuente, especialmente en la misteriosa y poética Sarabande, página que es una versión casi intacta de una de las Imágenes del compositor. Asimismo, el intérprete no descuidó el carácter modal de la pieza, resaltando los suntuosos acordes encadenados y las exigencias virtuosistas de la escuela francesa moderna de piano. A juicio del que escribe, en Debussy se ofreció uno de los mejores momentos de concierto.

Las atractivas Doce Danzas Españolas de Enrique Granados son una de las obras de referencia del nacionalismo musical español. La recopilación y reinterpretación de páginas populares eran una de las consignas clave en esta corriente musical en toda Europa. Ivo Pogorelich, que acaba de incorporar a su repertorio estas piezas, logra desembarazarse de la sombra de intérpretes españoles de estas partituras, como Alicia de Larrocha. De las doce danzas de esta la colección, editada entre 1892 y 1900 pero compuesta en 1883, cuando Granados contaba con dieciséis años de edad, se han elegido tres de las más célebres y brillantes. La cuarta, la Villanesca, está inspirada en Torcuato Tasso y tiene un carácter cortesano y pastoril que es reflejado adecuadamente en la interpretación de Pogorelich, con un tempo inusualmente lento. Asimismo, el clima flamenco de la más difundida del conjunto, la quinta, la Andaluza, es resuelta eficazmente marcando nítidamente el tempo andantino casi alegreto, ejecutado de modo sinuoso, y resaltando el punteado de la mano izquierda que pretende recordar el rasgueo de una guitarra. Por otra parte, la novena danza, la Mazurca o Romántica, fue ejecutada estableciendo bien las diferencias entre las secciones 1º y 3º, muy marcadas, y la intermedia, más ligada. Se trata de una de las más llamativas de la colección y el intérprete sabe aprovechar de modo inteligente las oportunidades que ofrece la partitura. Queda en nuestro ánimo el sumo interés de escuchar al pianista croata la colección completa de las danzas de Granados y la aspiración de que decida abordar la obra cumbre de este compositor: Goyescas.

Por último, las seis piezas de los Momentos Musicales de Rachmaninov, de 1896, fueron las elegidas para cerrar el programa de este memorable concierto. El muy distinto carácter las obras integrantes favorece su interpretación por separado, pero ganan cuando se ofrecen conjuntamente. Pogorelich enfocó la interpretación de un modo más sobrio del habitual, despojado de sentimentalismo, pero de una intensidad y expresividad sobrecogedoras. La profundidad de su prestación no se vio interrumpida ante la indisposición de una persona del público, que generó un moderado y lógico revuelo, ya que el intérprete superó con profesionalidad la posible pérdida de concentración. El majestuoso canon del nº 6, con el característico estilo romántico tardío del compositor ruso, fue servido con gran precisión y sin muestras de agotamiento en la culminación del exigente concierto. La dificultad es muy grande porque demanda del intérprete la atención a tres elementos distintos simultáneamente: la melodía principal con triples puntillos, el continuo conjunto de fusas que tocan acordes arpegiados y el motivo descendente de corcheas. Asimismo, en la melodía acordal repetitiva pero muy difícil técnicamente que se dobla en ambas manos. Pogorelich cuidó con precisión todo esto, además de la compleja dinámica de la pieza, señalando con claridad el “fortísimo” de la sección inicial y el "mezzoforte" de la central. Asimismo resistió las agotadoras fusas, una proeza a estas alturas del recital.

En definitiva, asistimos a un gran y singular concierto del intérprete que en 1988 sería nombrado Embajador de Buena Voluntad por la Unesco. Un verdadero privilegio haber podido escuchar a Ivo Pogorelich en Jerez.

Sobre el autor:

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Joaquín Piñeiro Blanca

Profesor Titular de la Universidad de Cádiz. Departamento de Historia Moderna, Contemporánea, de América y del Arte.

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