La editorial Renacimiento ha publicado recientemente la obra La óptica sutil del poeta cántabro Lorenzo Oliván, obra merecedora del IX Premio de Aforismos Rafael Pérez Estrada. Este premio viene a sumarse a la ingente cantidad de galardones que ha obtenido el poeta a lo largo de su ya extensa y fértil carrera literaria. Y no exagero al enumerar aquellos que me vienen a la cabeza: como el Premio Luis Cernuda, el Premio Internacional Fundación Loewe, 2001, el Premio Internacional Generación del 27, 2004, Premio Nacional de la Crítica, 2015 y Primer Premio de Las Letras Ciudad de Santander. La diferencia entre el primero, La óptica sutil , y todos los demás citados posteriormente estriba en una diferencia de sesgo, i.e. en su carácter aforístico.
Sin duda, gran parte de los poemas de Oliván son breves, “leves de forma”, como escribe Ángel L. Prieto de Paula en El País, pero de una hondura, una profundidad que nos arrastran al centro del pensamiento. Ahí anidan sus aforismos, en la forma de mirar del poeta, quien busca, en sus propias palabras, levantar las faldas a la realidad, me atrevería a decir una aletheia, o desvelar filosófico, y busca para ello un nervio óptico, como reza en un poema de “Los daños” (Tusquets, 2022): No adivinas lo que eso significa, /pero deseas, /de un modo abstracto y ciego, /un nervio óptico/igual de radical, /un nervio en actitud firme de árbol. Ese nervio óptico lo comparte Oliván con todos los lectores en La óptica sutil.
En este breve e intenso libro se pueden encontrar, en primer lugar, las claves para entender qué es un aforismo, siempre desde un punto de vista poético, pues consigue Oliván fundir poema y aforismo sin que ninguno de ellos pierda su identidad sino multiplicarla. Sus aforismos beben de los elementos de la filosofía presocrática y de una visión heraclitiana del mundo: el mar, la tierra, el aire, la lluvia, el devenir y los juegos son elementos constantes de su visión. Lo eterno se deja ver en el devenir de la naturaleza, en la luz que incide en ella y en la oscuridad que nos abisma hasta nuestro centro. Por otro lado, nos interpela en la supuesta dicotomía entre ser y estar, como muestra en otro de sus libros aforísticos “Hilo de nadie” (DVD ediciones, 2008) donde nos explica el autor que la risa te ayuda a estar y el dolor a ser; que el dolor es más bien introspectivo y la risa nos lanza hacia fuera.
Nada es estable en el fondo de nuestros pensamientos. La escritura de Oliván nos lleva al abismo y conforma, al mismo tiempo, nuestra tabla de salvamento. Sus aforismos nos retrotraen al Heidegger de “Carta sobre el humanismo”: “Die Sprache ist das Haus des Seins”: el lenguaje es la casa del ser; ayuda a construir al ser humano. Este se ofrece al lenguaje para hacerle decir las verdades que calla, pero que no tienen por qué ser objetivas. Si con Wittgenstein eran las fronteras del lenguaje las fronteras de nuestro mundo ( Die Grenzen meiner Sprache bedeuten die Grenzen meiner Welt), Oliván se salta esas fronteras desde la herida y la cicatriz; desde la fábula y el espejo. Nos propone esa búsqueda de la verdad o verdades desde una visión que permita a los lectores asumir su propia interpretación: su óptica sutil.
Dejo aquí algunas cargas de profundidad:
En la mejor poesía habla una lengua ciega que hace ver
Somos un país que quizá hace tanto ruido para no oír lo que piensa
Hay familias tan unidas que me alegra no me dejen entrar
La lluvia lo toca todo, leve. Lo abarca todo, humilde. Lo quiere todo, rota. La lluvia, esa aforista
