En España la mejor manera de que una historia permanezca en el anonimato es publicarla en un libro grueso. Nadie va a leerla. Nadie se enterará.
Para Paul Éluard no había más vida que ésta; por lo tanto, es perfecta. El autor al escribir, a menudo, saca sus fantasmas. Cuando oscurece siempre necesitamos a alguien. Pero la oscuridad es el tema, no el modo. No obstante, la primera frase de este brevísimo primer párrafo no es un axioma sino un lugar común. ¿Acaso no suele ser así? Nuestra individualidad es radical. Nuestra actividad, artesanal. Originales, no transcendentales. Sin caer en la solemnidad.
En España la mejor manera de que una historia permanezca en el anonimato es publicarla en un libro grueso. Nadie va a leerla. Nadie se enterará. Gabriel Albiac tardó diez años en decidirse a publicar Blues de invierno. Esta fantástica obra de orfebre traza una historia cruda sobre las cloacas de la nación. Bajo la apariencia de la novela negra, la verdad desnuda. La moraleja no puede estar más clara y servida en bandeja de plata. Sin embargo, usted no oirá nada sobre ella en los grandes medios de comunicación. Tampoco sé si se apresurará a su librería de confianza más cercana para mandar a pedir Blues de invierno.
Todo es ponerse. Y más tras grandes periodos de abstinencias. Hay grandes futbolistas a los que la inactividad les frena. La condición física se resiente. Tienden a engordar, a entumecerse. No es suficiente con darles minutos. Necesitan partidos y partidos. Y una buena pretemporada. Lo mismo pasa con los músicos. The Rolling Stones suelen meterse a ensayar durante meses en grandes recintos que alquilan para poder salir en forma. Hasta el décimo concierto de la gira, la máquina no funciona.
El peor enemigo contra la libertad de expresión es el paro. Y el de la felicidad, la desidia. Escribía Nicolás Gómez Dávila que la sabiduría no consiste en moderarse por horror al exceso, sino por amor al límite. Paradojas de la vida moderna.
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