Nuestra constante

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Espero que esta Navidad sea de tu agrado. Que te lo pases en grande.

En octubre de 1970, Robert Allen Zimmerman (natural de Duluth, Minnesota) publicaría su undécimo álbum de estudio, New Morning. Este trabajo de composiciones sencillas, historias domésticas y aparente comodidad sónica, volvía a despistar a los más radicales seguidores del bardo, los dylanitas. Cuatro meses antes, el bueno de Bob hacía de las suyas publicando Self Portrait, un disco irregular con descartes y canciones bastardas. Una broma del mayor cachondo mental del rock. New Morning continuaba Nashville Skyline. En ambos, la voz nasal del cantante sería el hilo conductor por este peculiar paseo de amor doméstico. Un joven intentando pasar a la vida adulta lejos de la sombra del arlequín de mercurio y del eterno fantasma de la electricidad. Para despistar, Dylan se dejó poblar la barba y comenzó a vestir de forma austera en las portadas. En casa, ropa de labranza o etiquetas carísimas para las cenas de Woodstock. El cantautor vivía felizmente lejos de los focos. Y sin salir de gira. Grabando tranquilamente en los sótanos de su casa de campo. Enamorado de su esposa Sara y criando niños para el cielo. Disimulando su perfil mesiánico. Rechazando su papel eterno de vocero de la tribu. Lejos de la resistencia, lejos del estrellato. Bobby quería ser un buen padre de familia. Y, si era menester, posar al estilo country para las tapas de sus últimos elepés.

En esas andaba el entrañable Robert Allen cuando apareció su amigo George. Harrison, el beatle tranquilo, era uno de los amigos del alma del de Duluth dentro del negocio de la música. Tanto es así que el beatle silencioso era de los pocos privilegiados en tener acceso al huraño músico estadounidense. Cuentan los cronistas que entre ambos existía algo especial. Una chispa que nunca se apagaba. Cierto diálogo entre sus almas establecía un vínculo tan fuerte que ambos juraban estar más unidos cada año. A pesar de la distancia, pasarían las décadas, caerían los imperios y Bob y George vivirían en la misma onda.

Así pues, siguiendo el relato de los hechos que tantos y tantos doctos historiadores musicales atestiguan, corría el año 1968 cuando George Harrison, dejando atrás las sinuosas sesiones del Álbum Blanco, se adentraría en Woodstock para ver a su amigo. Sorprendió al judío errante en largas sesiones subterráneas con The Band. Al tiempo, comenzarían a juguetear juntos. De esos artificios, compondrían dos joyas para su futuro primer álbum en solitario, el célebre e incontestable All Things Must Pass. La primera, la estimable I'd Have You Anytime. Con ella abriría el disco. Cuentan que esta sencilla declaración de amor se trata de todo un requisito de amistad entre ambos compositores. Es una balada melancólica de instrumentación oportuna y guitarras delicadas. Harrison canta con una belleza arrebatadora. Susurra. Nos acaricia el alma. Imposible no amar a alguien que te confiesa: «Todo lo que tengo es tuyo./ Todo lo que ves es mío./ Me alegro de tenerte en mis brazos.» La segunda, la eterna If not for you.  ¿Qué decir de esta canción? Pocas composiciones llegan tan hondo: «Si no fuera por ti,/ el invierno no tendría primavera,/ no podría oír cantar al petirrojo,/ no tendría idea de nada/ y, en cualquier caso, nada sería verdad,/ si no fuera por ti.»

If not for you te recuerda que podrías renunciar a todo, encenderte un faso, esquinarte, ver pasar a las alegres chicas, abandonarlas para siempre. ¡Qué más da! Puedes esperar sentado o dando vueltas a que aparezca la chica adecuada para que se adueñe de tu vida. Cuando pase, que pasa y pasará, le entregarás encantado las llaves de tu piso. Y toda tu escalera. Será tan magnífica tu vida que te despertarás un domingo y olerás el café que con mimo ella habrá preparado para despertarte mientras se pasea por el salón con tu camiseta preferida como su madre la trajo al mundo. Será un instante eterno. Valdrá la pena aguantar todos los disparos para volver a experimentar que nadie te puede dañar. Ninguna humillación. Ninguna calumnia. Ningún fracaso. La vida tiene sentido porque, de vez en cuando, una criatura única hará posible algo tan efímero como eso que llamamos felicidad. Y te olvidarás de las mezquindades y únicamente querrás amar a la alienígena. 

Imposible no recordarte escuchando a George Harrison. Sus canciones me acompañan en la oscuridad de mis noches y en la claridad de mis días. A través de ellas tengo la sensación de tenerte presente. Es una estupidez, lo sé. Siempre me recordabas que me gustaba más hablar de ti que hablar contigo. Pensarte que amarte. Tenías razón. Siempre tienes razón. Teníamos un pacto. Y no cumplimos nuestro contrato verbal. Decías que cualquier día por horroroso que fuese acababa a las doce de la noche. Nunca fue tan así. La tarde que nos dijimos adiós, agonizaba el mes de abril, no nos hicimos ningún reproche. Sabíamos que no hay más leña que la que arde. Y nuestra vida juntos era ceniza cansada de acumularse sin extinguirse.

Supe de ti que te graduaste con buenas notas. Que probaste en el extranjero. Que invertiste el poco dinero ganado en cambiarte de botas y viajar hasta el fin del mundo colgada del pescuezo del más molón de los trotamundos. Cumpliste con tus propias expectativas. Aunque suene rudo, ¿quién necesita, laísmos incluidos, un Bob Dylan que la escriba? Yo, que presumía como los clásicos, me cansé de anunciarte que a tu retirada no montaría ninguna escena de celos. Como los héroes modernos, maldiciendo un poco y arrastrándome por el suelo, abandonaría tu piso al mediodía y me esfumaría. No hay mejor musa que un amor a la deriva. Pasaron los años y no te extraño tanto. Aunque suene ramplón, no tengo corazón. Un canto rodado carece de esa víscera innoble. Pasaron los años y sigo igual. Tal vez, desmejorado. Pero intacto y bien alimentado. Me dormí en los laureles cuando más soplaba el viento. Sé que elegí un mal momento para reponerme de tanto experimento. Pero, igual, sigo intacto.

Espero que esta Navidad sea de tu agrado. Que te lo pases en grande donde y con quien quieras. Te deseo buen año. Seguro que estás estupendamente. Seguro que disfrutas desmesuradamente de estas fechas tan entrañables. Deseo que la felicidad colme tu paladar de certezas potables. Seguro que luces de forma envidiable. No olvides bruñir tu piel bajo el sol. Te sienta bien. Te deseo lo mejor. Feliz año tenga la señora.