Nada importa nada

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Últimamente somos víctimas de una palabra que se ha puesto de moda: intensidad.

Últimamente somos víctimas de una palabra que se ha puesto de moda: intensidad. Ahora todo en la vida es intenso o poco intenso. Parece que no existe otro término para medir la existencia. ¡Vaya adjetivo para definir esta estación de paso! Leyendo Rayuela o no, al día hay que saber ponerle pausa. Es utilísimo enfriar sus menesteres. Todos estamos hechos de freno e intensidad. Cierto pragmatismo es indispensable para pasar los días con sus noches. Para sobrevivir a tanto vértigo es esencial pausar las cosas. Hemos glorificado tanto la intensidad que estamos perdiendo de vista el valor del reposo. Dicho esto, a continuación, paso a invitaros a leer. En el mundo del arte se tiende al navajeo, tanta envidia y tantos hipócritas más ocupados en ver quién la tiene más larga que en currar. Conductas especialmente execrables en literatura. Un ejemplo: la generación de Javier Marías era profundamente antiumbraliana y para Umbral éstos eran escritores angloaburridos.

La relación laboral no inspira confianza. No creo que exista en la historia un escritor que no abrigue la sospecha de que su editor se está enriqueciendo a sus espaldas. Por igual, detestan a los críticos. Al respecto, Jack London en su Martin Eden dejó estas estimables palabras sobre los eunucos de la literatura en un pasaje memorable: "Los directores de suplementos culturales, los que reseñan libros, esos son los que quisieron ser escritores y no llevaban el fuego divino de la creación en sus venas y, por eso, vigilan celosamente las puertas de la literatura como cancerberos para que nadie de valor se cuele en ellas".

Todo torna a final de tragedia griega. Nada es tan tragicómico como ver danzar a las marionetas representando personajes de Sófocles. No olvidemos que en el mito de Tristán e Iseo se hablaba del amor como un elixir que lleva esencias de muerte. Para José Ortega y Gasset el amor venía a ser una invención de los poetas. Fernando Arrabal llegó a decir que "los hombres buscan el peligro y el juego. Por ello quieren a la mujer: el más peligroso de los juegos. Frente a ellos el justo desea morir de amor. Yo mismo deseo morir de amor".

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