melilla_2_-_portada_de_vida_marroqui
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Las posesiones españolas al Norte del actual Marruecos estuvieron muy presentes en el programa político del Andalucismo Histórico.

El 17 de septiembre es el día oficial de Melilla. Sin querer entrar en las controversias que desde su instauración dicha fecha suscita entre la ciudadanía de la ciudad autónoma, y ni mucho menos enlazar esta polémica con ninguno de los debates territoriales eternamente abiertos en los distintos solares que a día de hoy constituyen el Estado español, sí puede resultar curioso recordar la relación cordial y sincera que unió al Andalucismo Histórico con Melilla, y viceversa.

En el imaginario colectivo de algunos sectores del Andalucismo político y cultural siempre ha estado lo que con el tiempo se ha venido en llamar “territorios históricos”, una serie de regiones que por encontrarse hoy fuera de la actual Comunidad Autónoma no dejarían de formar parte de la propia Andalucía. Una visión con un punto ciertamente historicista que evoca, con respecto a Melilla, a Abderramán III y su incorporación al Califato de Córdoba el año 927 de nuestra era, su elección por parte de Boabdil como primer destino tras su destierro en octubre de 1493, o su ocupación en 1497 por parte del III Duque de Medina Sidonia, ascendiente de aquel IX Duque que según algunos historiadores trató de sublevar Andalucía en 1641 y proclamarse como su Rey. Pero no es la intención de este artículo meterse en esos berenjenales, por lo que nos ceñiremos estrictamente al título de este artículo.

Las posesiones españolas al Norte del actual Marruecos estuvieron muy presentes en el programa político del Andalucismo Histórico, y en el ideario de nombres de peso como el propio Blas Infante, que viajó a Agmat —Rhmate según algunas guías de viaje— en busca de la tumba de Al Mutamid en plena guerra española contra las cábilas del Rif, o Isidro de las Cagigas, quien entre las décadas de 1910 y 1920 fue Vicecónsul de España en la ciudad de Uxda —conocida también como Uchda, Oujda en francés y Wejda en bereber—. Se tienen tan en cuenta que Ceuta y Melilla siempre fueron invitadas a las diferentes asambleas autonomistas celebradas durante la II República, recibiéndose numerosas adhesiones, sobre todo de la segunda, aunque, eso sí, de personas a título individual, nunca desde instancias institucionales.

Otra personalidad que destacó en la defensa de lo que podríamos llamar la “andalucidad” de Melilla fue Fermín Requena Díaz, originario de la localidad onubense de Higuera de la Sierra, maestro, periodista, poeta, y dirigente de la sección melillense de la Junta Liberalista de Andalucía, organización creada por los andalucistas tras la caída de la dictadura de Primo de Rivera. Nombrado Cronista Oficial de Algeciras en 1923, una vez que se trasladó a Melilla se diplomó en lengua árabe y se destacó como firme defensor de una educación pública intercultural, lo que en el ambiente militarista y militarizado del Protectorado de la época debía sonar más que a árabe a chino, o peor, a ruso. También fue un asiduo colaborador de la emisora EAJ Radio Melilla, siendo el responsable de que en la misma se emitiera varias veces el Himno de Andalucía; y con respecto a la prensa escrita, frecuentó complicidades con revistas andalucistas como Bética o Andalucía, aunque se destacó sobre todo por su papel en Vida Marroquí (1926-1936), con artículos de títulos tan sugerentes como “Entre España y Marruecos, Andalucía”, “La República no ha entrado en los pueblos”, “Nuestra Zona de Protectorado: Lo que significa para Andalucía”, “Los moros andaluces”, “Tánger y Gibraltar, irredentismo andaluz”, o “Andalucía ante la historia”. Una revista calificada por el profesor Manuel Hijano del Río como “de las más importantes de la historia del nacionalismo” (andaluz), y “un medio de conocimiento mutuo entre las comunidades judías, musulmana y cristiana existentes en el Protectorado”. Creo que hemos avanzado bastante poco desde entonces en ese sentido.

Pero su capacidad de adelantarse a su tiempo –esa desgracia que menos mal que le sucede a pocos- no queda ahí, pues ya en 1934, desde las páginas de la revista llegó a decirnos:

“Cuando lleguemos a tener pueblo, podremos realmente hacer verdadera política. Esto no quiere decir que sean desaprovechadas las ocasiones que el discurrir de las cosas políticas nos pueda ofrecer. Sin perder de vista que la organización política para la lucha política de los andalucistas no puede ser un partido más entre los partidos politiqueros, sino algo nuevo y distinto”

Por último, y acercándonos en el tiempo cronológico, recuerdo una intervención acaecida durante el XIV Congreso sobre el Andalucismo Histórico en septiembre del 2010 de don Manuel Clavero Arévalo, Ministro Adjunto para la Regiones durante el Gobierno de la Unión de Centro Democrático (UCD) de Adolfo Suárez, y uno de los indiscutibles protagonistas de la articulación autonómica de la denominada Transición —una labor hoy resumida en la simplista máxima del “café para todos”—, en la que habló sobre el tema de Ceuta y Melilla, justo en medio del gran debate mediático y mediatizado que sufrimos aquellos días sobre la españolidad o marroquineidad de ambas ciudades.

Según parece, en los años en que se discutía y negociaba sobre la división territorial que compondría el aún no nacido Estado de las Autonomías, se daba más que por sentado que las ciudades de Ceuta y Melilla formaban parte de Andalucía, y que por tanto pasarían a formar parte de la futura Comunidad Autónoma, como así se desprendía de algunas encuestas de población que manejaban los Senadores por dichas ciudades, de la UCD (de hecho, aunque no fuera parte de la Comunidad Autónoma de Andalucía, Melilla se consideró administrativamente como una comarca de la provincia de Málaga hasta 1995, año en que pasa formalmente a ostentar estatuto de Ciudad Autónoma). Pero, haciendo cuentas, según las adjudicaciones territoriales de los Senadores, si ambas ciudades norteafricanas entraban en Andalucía la Presidencia del Ente Preautonómico —el organismo encargado de construir físicamente la autonomía andaluza— quedaría en manos de UCD, y si quedaban fuera quedaría en manos del PSOE, por lo que éste presionó para que quedaran fuera para así acceder al naciente organismo, en una lucha entre ambos partidos en la carrera hacia Madrid.

Aunque suena coherente, la verdad es que es la única versión de los hechos que he oído, nunca he tenido la ocasión de contar con la de la otra parte. Quede aquí la anécdota.

Jesús P. Vergara Varela es Licenciado en Historia y socio del Centro de Estudios Históricos de Andalucía.

Sobre el autor:

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María Luisa Parra

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