Caricatura de Fernando Sosa (licencia CC BY-NC-ND 3.0)
Caricatura de Fernando Sosa (licencia CC BY-NC-ND 3.0)

Karl Marx fue un romántico. Por ello, románticos de todas las raleas han llegado a admirarlo con fricción. Su gran obra el Manifiesto comunista es, tras la Biblia y El Quijote, tal vez la más citada sin ser leída. Su sombra es tan alargada que solapa la coautoría de Engels. Anima ver la tupida lista de creadores e intelectuales que se sumergieron en su catecismo. Ayuda esa imagen mítica con su nuca despejada y su barba poblada. Empirismo y subjetividad.

Acercarse a Marx no deja de ser una obligación para un ciudadano con inquietud. Alejarse de él, es un acto freudiano de parricidio. Puede suponer un suicidio público en ciertos estratos sociales. Al superviviente sólo le queda ser un currito independiente de la mañana pero dependiente de la hacienda pública que vaga huérfano de padre. Abrazar el socialismo o, peor aún, la socialdemocracia no deja de ser una especie de renuncia mortal a su pasado glorioso cuando todos lucían más guapos en las fotos pero vestían peor. Desolador. Olvidar a Marx o relegarlo a un pliego de tu memoria es una insolencia. Una inclemencia contra toda lógica. Es como querer sustituir a Charles Darwin y su darwinismo por los obnubilados seguidores del Creacionismo o por los adoradores del Quinto Sol. ¿Cómo dar la espalda a El origen de las especies? Es un acto cobarde o indecente bastardear en la moneda corriente.

En su origen, el marxismo aspiraba a la universalidad. Como el catolicismo. El sueño duró hasta la I Guerra Mundial. Desde entonces, las fauces del fascismo arrojaron a la humanidad a bordear el abismo. Las fuerzas siempre tratan de imponerse. El capitalismo levanta fronteras. Sin embargo, la vida siempre se abre paso. El liberalismo convive con el posmarxismo. El materialismo histórico sigue gozando de gran prestigio. La economía de mercado continúa gobernando el mundo. El infierno, como aseguró otro gran marxista, Jean-Paul Sartre, sigue siendo el otro.

En nuestros días, la agenda política e intelectual en partidos, lobbies y aularios universitarios aún se nutre de la vanguardia marxista. A estas alturas el marxismo ha calado en la cultura popular. Su contribución en la producción pop es innegable. Y, tal vez, ese pozo de sophia perennis que marca las obras completas de grandes artistas tales como Silvio Rodríguez o Jean-Luc Godard sea finalmente su gran legado. Mientras tanto, nosotros, bisnietos de la revolución pendiente, nos debatimos tratando de esclarecer si tenemos más amigos en La Habana o en Miami.

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Daniel Vila

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