En un mundo dónde lo indie parece haber descubierto en la vanguardia las coplas del flamenco, resulta cada vez más frecuente encontrarnos en los carteles una comunión entre las bandas modernas y artistas como Raphael o Julio Iglesias. Aunque se agradece un toque chocarrero en la escena musical nacional, la proporción los delata. Por un artista de la talla de Raphael, encontramos una centena de bandas juveniles de nuevo orden. Todo ello aderezado por un encanto muy sano y juvenil, en los rostros de los centenares de púberes que acuden a ver cómo sus abuelos-artistas lo dan todo sobre el escenario. Siempre y cuando, el senil jolgorio no pise alguna otra banda de cabecera. En ese juego de embaucadores, vemos a esos bracitos moviendo de izquierda a derecha un cartel que reza "Raphael es Indie", un chico debatiendo las conexiones ocultas entre Roberto Carlos y Lori Meyers, otro cuenta cómo se encomienda a Luis Miguel cada noche en un viejo tocadiscos... Lo moderno es no ser moderno. Al menos no ser moderno todo el tiempo. El valor de la tradición frente al progreso desmedido. El festival te ofrece uno de esos artistas viejunos para que no sintamos apenados en nuestro complejo trendic. A veces, son demasiadas horas de Kinder Malo, o será que somos más consevardores de lo que creemos.En ese contexto de plástico, no hay espacio para la naturalidad, para la comedia, para la superficialidad y el buen rato. Todo parece plagado de un mensaje contextual. Nos hemos tomado demasiado en serio. Hoy le dedicamos nuestro artículo a una mujer que sin quererlo supuso el reflejo del cambio social que se avecinaba. Esa mujer no es otra que María Isabel, más conocida como Martirio. Bautizada por los modernos como la Lady Gaga española. La primera artista que por su talento y revolución, ha ido siendo encasillada en inumerables estilos y pretensiones.