Corría el año 2004 en la California de las estrellas. El aciago ocio de los elementos no hacía presagiar la magnitud de una de las mayores crisis económicas que la tierra del oro tenía que protagonizar. La felicidad, como si de un abrevadero público se tratase, se entregaba al baile de bestias para obsequio de la mayor de las calamidades. En California, la vanguardia tenía una American Express y una reserva diaria en el lujoso Saison. Luego vino el derrumbe.Para los amantes de la música rock, California ocupa un lugar privilegiado como uno de los enclaves de mayor trascendía para comprender el movimiento hippie y su implicación en la música experimental. Además, este estado tradicionalmente demócrata ha abanderado el progresismo en los EEUU, siendo un centro natural del movimiento en contra de la guerra de Vietnam y a favor de la libertad de expresión y los derechos sociales. Sin embargo, California también ha sido objeto de una de las mayores paradojas culturales del S. XX. De ser cuna de la vanguardia, a ser una consecuencia del lucro del capitalismo cultural. Y es que no podemos olvidar que la vanguardia hippie es, y ha sido, una vanguardia para todos los públicos, una avanzadilla de masas como nunca antes se experimentó dentro de un movimiento aparentemente contracultural. Y donde hay multitud hay capital.Productos de tales desmanes y desatinos, fueron un número de bandas elitistas de rock experimental que buscan la esencia para huir del derroche. Una especie de reeducación para los ricos, casi una penitencia. Muchas de ellas formadas por componentes de las que por aquel entonces eran las más exitosas bandas estadounidenses como los Red Hot Chili Peppers o The White Stripes. El Glam vistió de seda al obrero londinense, el post-punk extiende la conciencia de clase en un mundo sin trabajadores. El working class hero de toda una generación.