Finney y Hepburn, 'Dos en la carretera'.
Finney y Hepburn, 'Dos en la carretera'.

Ha muerto Albert Finney. La noticia de su fallecimiento la conocíamos el viernes de la semana pasada y sumía al mundo del cine, que dentro de poco celebrará sus 91 Premios Oscar, en un profundo e inabarcable pesar. Este magnífico actor, en mi opinión nunca suficientemente ponderado, de registro interpretativo inclasificable. Desde el 7 de febrero estamos más huérfanos.

La primera película que recuerdo haber visto de Albert Finney fue Big Fish de Tim Burton interpretando a aquel agonizante Edward Bloom en aquella inolvidable y fascinante fábula. Una generación creció con este cuento en el que compartía protagonismo con Ewan McGregor. También lo recuerdo en la sencilla pero emotiva Un buen año o en grandes superproducciones como Skyfall o en la saga Bourne. Sin embargo, la película con la que siempre lo relacionaré es Dos en la carretera junto a Audrey Hepburn.  Una vez más el director Stanley Donen saca preciosa a una Audrey que no puede estar más atractiva. Invito a todo el mundo a ver esta comedia de carretera donde asistimos al nacimiento, desarrollo y consolidación de una pareja a través de los años y carreteras secundarias.

El cine es la forma más agradable de ignorar la vida y, en especial, las películas protagonizada por Audrey Hepburn nos embellece la cotidianidad con el fenómeno platónico de la perfección. Steven Spielberg es el director que aborda cualquier tema desde el presente pero con una mirada al pasado; supo retratar a la infancia o los problemas familiares. Podría destacar mis películas favoritas de su filmografía pero no sus fallos. Y aún así, los tiene. Todo el cine que nos gusta tiene fallo. Incluso los fans más acérrimos de Star Wars debemos reconocer que George Lucas es mejor creador y arquitecto de saga que director o guionista. En los episodios I, II y III apostó demasiado fuerte y demasiado pronto por una tecnología digital que todavía cantaba por soleares.

Si como sostenía Theodor Adorno todas las revoluciones estéticas servirán, antes o después, para vender aspirinas; del cine podemos afirmar que toda película debe entretener o, como diría José Luis Garci, servir como una vida de repuesto al menos dos horas. Pasarán los décadas, caerán los gobiernos, vendrán otras guerras y ganarán los mismos pero seguiremos viendo películas. Quizá Amy Adams ya no siga siendo la novia de América o la burbuja del cine de superhéroes acabará de explotar por fin. Pero, por supuesto, todos nosotros, los que alguna vez fantaseamos por ver Batman contra Superman o nos sobrecogió la película de La llegada de Denis Villeneuve aún guardaremos un hueco de nuestra memoria para estos recuerdos pues, como tratara de recordarnos el escritor italiano Cesare Pavese, la nostalgia sirve para recordarnos que, por suerte, somos frágiles.

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Daniel Vila

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