La trazabilidad de un recuerdo

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Qué coñazo, crecer educa las emociones. Aunque ahora, con perspectiva, resulta curioso ver la cantidad de mundos a los que te lleva una misma cosa.

Dale al play, la historia no va a mejorar, pero ameniza y nos pone en situación.

¿Qué? Temazo mítico. A tope con ese Chuck Berry, pedazo de músico del año de la tos. O no. O no para mí, quiero decir. O no siempre.

Mira, te cuento:

Tú pones el You never can tell y mi cabeza in-de-fec-ti-ble-men-te me coloca en junio de 1997 (casi a finales del Precámbrico Inferior) cuando acababa 8º de EGB, un momento bastante clave en la vida de un chavalillo porque marcaba un cambio enorme: se acababa lo de siempre, dejabas de ser “de los mayores” para volver al grupo “de los pequeños” en un instituto lleno de gente desconocida y repetidores con la edad de tu abuelo.

Un cambio, decía, a peor que, por lo que sea, se celebraba con una fiesta de graduación por todo lo alto. Desgraciadamente, en mi colegio “por todo lo alto” significaba “con actuaciones de los alumnos”. Otro día os cuento cómo de bien interpreté el Cachete, pechito y ombligo, porque lo que ahora interesa es que, para mayor suerte (y gloria) de otros compañeros, a ellos les tocó mover el esqueleto al ritmo de “la que empieza con una guitarra”.
Algún tiempo después, una noche, estábamos mi padre y yo viendo la tele, no me digas dónde andaban las demás, y caímos en una película que nos dejó locos. Pero locos, locos.

[Hago un inciso para explicar que mi padre es el público más difícil que conozco. Se cuentan con los dedos de una mano las obras audiovisuales que han conseguido arrancarle un “psé, no está mal]

Sigo. En aquella peli salían gánsteres y sicarios, decían muchísimos tacos, la historia estaba desordenada, te explicaban cómo llamaban en Francia al Cuarto de libra con queso y en una escena en la que el de Mira quién habla llevaba a la mujer de su jefe a un burger y salían a bailar… ¡PAM! Ahí estaba, sonando por sorpresa, “la que empieza por una guitarra”. Y digo por sorpresa porque la única noción que tenía de aquella escena era haberla visto alguna vez montada con el Misirlou. No sé, imagino que el editor del tráiler era archienemigo de Tarantino y quiso enmendarle la plana.

Total, que ya estamos casi en los 2000 y Chuck Berry no aparece por ningún lado. Lo único, eso sí, el avance intelectual de pasar de la canción de aquel baile a ubicarla en Pulp Fiction. Algo es algo.

La vida pasaba y me imagino que leería cualquier cosa en El País de las Tentaciones o algún erudito hablaría sobre el tema y su autor en Radio 3. Yo qué sé, las cosas que se aprenden racionalmente rara vez son recordadas con más cariño que lo que comiste antes de ayer en el tupper que te llevas al trabajo.

La cuestión es que tomé nota y volví adulto el recuerdo para no parecer un indocumentado y quedar como un señor en las conversaciones musicales, entender la referencia cuando Marty toca en Regreso al futuro o, en el mejor de los escenarios, ganar el quesito rosa en una partida de Trivial.

Qué coñazo, crecer educa las emociones. Aunque ahora, con perspectiva, resulta curioso ver la cantidad de mundos a los que te lleva una misma cosa. Y a los que aún están por llegar. Ten en cuenta que “Recuerdos y Nostalgias Corporation” produce en tres turnos de ocho horas todos los días del año, incluyendo domingos y festivos. Como aquella tarde de graduación.

Foto: Dani Bordas.

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