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Los que salen a la noche saben que nunca pasa nada. Jan Ole Gerster debe haber experimentado esa sensación. En su película Oh, boy nos presenta a Niko, un tipo que acaba de dejar la universidad y se deja la vida deambulando por las calles, sorteando los deberes, la ley y la rutina en un Berlín tan gris como inesperadamente fresco. La búsqueda de un café (y sus peripatéticos intentos fracasados por obtenerlo) durante venticuatro horas será el macguffin válido para presentarnos el retrato generacional de un solitario rodeado de gente estrafalaria.

Los que salimos a la noche sabemos que (casi) nunca pasa nada. Nuestras novias nos sobrevaloran. Ni a ciertas horas cualquier cosa se torna prodigiosa ni todas las noches resultan memorables. Eso sí, la afición nunca se pierde. Basta con que cada tanto descubras un lugarcito estupendo para tomar una copa para animarte a salir. Con suerte, te cruzarás con gente que decide esa noche del año abrir su corazón y eso, perdónenme la cursilada, no está nada mal. Por otro lado, cada cual tiene sus camaradas oportunos para acometer un plan u otro. El exceso de equipaje nunca ayuda y más de cuatro personas dificultan el movimiento.  Y respecto a la alquimia pierdes la ilusión a temprana edad: el material es deficitario y muy usado. La excepción solo confirmará la desilusión. Pero, igual, si en mitad del desierto hallas el oasis no está mal y caerás en los brazos de Venus de Milo.

De la noche hay que saber retirarse a tiempo. Las calles se llevan en uno y el aroma de su flor, también. Si aprietas demasiado el acelerador lo normal es que acabes con la chica de la curva compartiendo un bonito especial de Cuarto Milenio. Hay temporadas que estirar el chicle amarga . Hay meses oportunamente suaves que regeneran.

Como una suerte de profecía o mantra de autocompasión nos repetimos que, abatidos por no lograr nuestras metas en el tiempo presente, todo aquello que nos propongamos lo haremos mejor en el futuro. A menudo, olvidamos que la eternidad es un instante y que nuestros besos comunicantes se atrofian de bifurcarse hacia un mar residual de agua estancada cansada de sí misma como se desesperan las julietas cuando los romeos se demoran. Seguros de hacer lo incorrecto nunca hay suficiente reglas para sortear a la vida real en pos de lo más parecido a la felicidad que sabemos regar El árbol de la Ciencia del Bien y del Mal como los acantilados rugen a las olas.

Este fin de semana los hermanos López Menacho convocaron a los amigos a celebrar su cumpleaños en Madrid. Cualquier excusa es buena para recontarse. Al grupo le gusta celebrar la amistad. Son gente estupenda. Tengo suerte de conocer gente así. La vida me premió con este tesoro. Recuerdo los versos de Gil de Biedma:

"Pasan lentos los días
y muchas veces estuvimos solos.
Pero luego hay momentos felices
para dejarse ser en amistad".

Hace meses que cambié mi reloj biológico. Asunto complicado. Mi ritmo circadiano innato es nocturno. Empero, al nacer a las seis de la mañana mi metabolismo acepta ciertas trampas. Ahora soy un bohemio de la mañana. A las siete, como muy tarde, ya estoy en planta. Este plan de vida trae consigo algunas dudosas victorias cíclicas. Considerarme un abstemio moderado es una de ellas.

Aprovecho que hasta la tarde no comienza la fiesta de los López Menacho y paseo temprano por Madrid. Es un sábado de noviembre primaveral.

Me reúno con Rafael Sarmentero al mediodía. Sarmentero es un sabio. El hombre sabio asume la realidad pues participa de ella (sin preguntarse si cree que es lo correcto) ya que no tiene más medio que el que lo ocupa. Para el hombre sabio la realidad no supone un problema contractual ni metafísico. El hombre sabio acepta la realidad tal y como se presenta. Para el hombre sabio negar la realidad es como refutar la Ley de la Gravedad.  No obstante, el compromiso del hombre sabio con la realidad es nulo más allá de cubrir el expediente que la misma supedita en el quehacer de cada cual: como la autopista es para los jugadores, sólo el prudente llega sano y salvo sin jalonar cunetas de carreteras secundarias.

Al caer la tarde, en la fiesta de los López Menacho estamos todos ricos de contento. Extraños en el paraíso. Todo fluye. Doy las gracias por estar todos juntos. Hacía demasiado tiempo que no nos veíamos. Vinimos para compartir y regresamos en el corazón de los otros.

Fue una gran noche la del sábado. Gracias a Javi y a Ale por invitarme.  

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Daniel Vila

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