Cuando le comenté a Manuel del Valle que me dolía la espalda, no lo dudó. Vamos a ver al doctor Alejo Sloan, me dijo, que aparecerá por el Jardín de La Luna Nueva, y seguro que tiene algún remedio de última hora para lo tuyo. Evidentemente, se trataba de una forma de hablar, porque nadie había visto en persona, jamás por aquí, a Alejo Sloan. Como mucho, podríamos escuchar a su biógrafo oficial, a Carlos C. Laínez, que presentaba un libro sobre las hazañas de este gran inventor y científico, benefactor de la humanidad.

Nati Montaño, muy apurada, explicó al numeroso y atónito público que todo se había complicado y que el autor del libro no podía asistir a la presentación. Allí estaba, sola y desconcertada. Menos mal que Nati dispone de un recurso que nunca le falla: su tía la monja, crítica literaria en la distancia, muy moderna y al tanto de las nuevas tecnologías. Desde el África tropical, le había enviado un comentario del libro del gran Alejo Sloan, tal como Nati se lo había pedido, sumida ya en la pereza veraniega... Sin embargo, entre la multitud, sin previo aviso, quizás teletransportado, apareció el doctor Alejo Sloan. Nadie puede imaginar cómo tembló el aire en el jardín. Tras la decepción por la ausencia del autor, la llegada de Sloan causó una conmoción sin precedentes. “¡No podía dejar solo a este público tan excelso!”, dijo, con esa voz que rezuma sabiduría…

Nati, ya más tranquila y con el permiso de Sloan, leyó la carta remitida por su tía la monja desde el África tropical, en la que explicaba lo ocupada que estaba y cómo habían aplicado los inventos del doctor en su comunidad, para modernizarla. Por lo visto, uno de los frailes, nada más ver el libro, se había propuesto llevarlo a la práctica: ha colocado cucuruchos telepáticos a los trabajadores del banano, para que no se distraigan y reciban bien sus órdenes al momento; ha comprado un cañón transportador, muy útil para devolver a alguna novicia exigente y rebelde; ha encargado las “Nada pills”, que garantizan una buena temporada con la mente en blanco, sin hacer nada, pero desde la Factoría han respondido que se han quedado sin existencias tras los grandes pedidos recibidos desde la calle Génova… Se quejaba su tía la monja de lo raro que es el libro y de lo extraño que es el doctor Alejo Sloan, del que nada ha podido saber con certeza. Temía que todo fuese una venganza de Nati. Y es que la monja del África tropical le había enviado hace un tiempo a su sobrina un loro blasfemo para que lo reeducase en Jerez…

Se hizo un silencio terrible en el jardín. Alejo Sloan comenzó a contar su vida y cómo fue creando todos esos artilugios que tanto bien han aportado a la humanidad. Detrás de esa cuidada barba y esas gafas de gran sabio, hablaba una de las mentes privilegiadas de nuestro planeta, un cerebro al que el género humano, si quiere ser feliz, debería prestar más atención. Nació en un zepelín, en un largo viaje, así que pudo venir al mundo en cualquier sitio. Sus padres murieron y él permaneció solo en el zepelín hasta que se desinfló, tras vagar varios años por la atmósfera, y cayó a tierra.El doctor fue un niño superdotado y muy envidiado, con dos carreras, una en ciencias y otra en mecánica. Uno de sus primeros inventos tuvo como protagonistas a sus carpas, a las que consiguió sacar a pasear atadas con dos guitas, después de que aprendieran a fumar… Alejo Sloan comprendió lo fácil que le resultaba aportar felicidad a la humanidad con sus inventos, ofreciendo soluciones a veces muy simples… Luego vino el Human Reductor: ¿por qué nos empeñamos en producir más comida si lo que podemos hacer es reducir a la personas y con un simple plátano alimentar a toda la población de Jerez…? Al menos valdría como diversión, pero no tuvo ninguna aceptación, incomprensiblemente. Con Animal Beauty logró un éxito comercial sin precedentes. Cambiarse la cara humana por la cara de un animal entusiasmó a las gentes. Crecía la factoría y crecía la envidia de sus compañeros científicos, en especial la del inventor de la dinamita. ¿Para qué enredarse en teorías, si cabe hacer felices a las personas? Incluso fue secuestrado, como puede verse en Youtube. Luego siguió inventando, cohetes unipersonales a la luna, vacas hogar, infinito familiar, la mega sonrisa, el autolector mental, invisibility pills,…

Así nació la Factoría. En el libro, hecho a mano, numerado, Carlos C. Laínez ha recogido todos los inventos de Sloan. Resume una era apasionante de la ciencia y de la técnica… Una edición esmerada, inteligente, con el toque estético de hace décadas… Aparecen las ocurrencias científicas y artísticas que ya presentó el autor en la Sala Pescadería Vieja.  Los que acudimos al Jardín de La Luna nueva fuimos testigos de hechos prodigiosos y revelaciones luminosas. El último invento del doctor Sloan, a punto de patentarse, quizás con el nombre de “gotas musicales”, nos dejó perplejos y expectantes…

Manuel del Valle quería una foto con el gran inventor. Nos acercamos a la tarima y, con mucha prudencia y cortesía, le pedimos a Sloan una foto, para el recuerdo. La de Manuel salió muy bien. La mía, sin embargo, fue un descalabro. Le dije al doctor que tanta sabiduría merecía una reverencia en condiciones, como las de antes. Pero al iniciar el amago de arrodillarme, me dijo que no, que iba a parecer cualquier cosa y los de la NASA, que son muy malos, lo iban a aprovechar en su contra... Me dio tal risa, que no se me pasó hasta el primer gol de Francia ante Alemania… Y pensé que el doctor debería inventar una máquina precisa para aplicarla al arbitraje. Pero inmediatamente razoné, con frialdad, que si la sabiduría de Sloan no había dado ya a la humanidad semejante invento, era porque, sopesando lo que hay que sopesar, no lo necesitamos…

Sobre el autor:

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Juan Carlos González

Filósofo

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