El primer disco de Haizea (1977).
El primer disco de Haizea (1977).
Hay quien opina que el mejor disco del rock español de todos los tiempos es Ametsaren bidea de Errobi. Errobi euskal taldearen lehenengo pauso apalekin alderatuta, jauzi izugarria izan zen euren hirugarren diskoa, 1979an argitaratua. Lan bikaina da, garai hartako talde europarren mailakoa. Askoren ustez, bi herrialdetako historiako diskorik onena da, gutxienez: Euskal Herrikoa eta Espainakoa... ...este es precisamente el problema. El rock vasco-navarro, que en sus orígenes se mantuvo fiel al euskera, suele pasar desapercibido a los extraños a menos que ceda ante la tentación indoeuropea. Hoy vamos a desempolvar la vieja guardia progresiva de las Vascongadas, una de las más olvidadas tanto en su tierra natal como en el resto del mundo. En poco tiempo la música popular vasca tomará un rumbo muy diferente, lo que, sumado a lo indescifrable para el forastero de las fuentes y del propio material, ha conseguido que no abunden los estudios sobre aquella etapa. Empecemos señalando que en cuestiones de revolucionar la música los vascos no se adelantaron al ritmo de la nación: como en Madrid o Sevilla, la movida progresiva no alzará el vuelo hasta la segunda mitad de los 70. Lo hará con un perfil aún más bajo, ya que las diferencias lingüísticas ahuyentaban a los melómanos de otras regiones, y será auspiciada por los sellos lkar y Xoxoa, donde ficharon Itoiz, Errobi, Haizea y otras formaciones sobrevoladas hoy por los buitres del coleccionismo. Herri bat sortu zen (1978) de Eider, álbum casi inencontrable. Empecemos señalando que en cuestiones de revolucionar la música los vascos no se adelantaron al ritmo de la nación: como en Madrid o Sevilla, la movida progresiva no alzará el vuelo hasta la segunda mitad de los 70. Lo hará con un perfil aún más bajo, ya que las diferencias lingüísticas ahuyentaban a los melómanos de otras regiones, y será auspiciada por los sellos Por supuesto, hubo predecesores. Podemos destacar el movimiento Ez Dok Amairu, facción vanguardista de la Nueva Canción Vasca de donde surgieron nombres como Benito Lertxundi (Ez dok amairu, 1971). Y tenemos curiosidades como  la vasquitud funkie de Akelarre (Sorta, 1972). Pero los verdaderos pioneros son Errobi, a decir de todos la primera banda de rock que cantó en euskera, aún en tiempos de la dictadura (les pisaban los talones Haizea y los raritos Koska). Formados en 1973, lanzaron su primer trabajo en el 75 (llamado Errobi) con un retrato psicodélico de lo que debe de ser Euskadi por portada. Rasgo común, las letras estaban traducidas a la vez al francés y al español (por supuesto, al francés antes). El calmo folk de este dúo se convertirá con los años en majestuosidad sinfónica, sin perder nunca el contrapunto acústico. Su clímax será el grandioso Ametsaren bidea; el anticlímax, su precipitada incursión en el pop acto seguido.

Una de las particularidades de esta pequeña escena es que, en lugar de inspirarse en los dinosaurios de la avanzadilla progresiva europea o en el rock sucio y urbano que iba adueñándose de las islas británicas, se aproximaba a formaciones un tanto anticuadas como Pentangle, Forest o Trees. El amor por el folk con ramalazos de psicodelia se aprecia en casi todos sus exponentes. En general no se captan tantos aires vascos como uno se esperaría, lo que demuestra que, si bien reivindicaban con pasión la patria y la lengua, aquellos jóvenes inquietos tenían también un pie en la sensibilidad global. Bandas como Eider (Eguberri Abestiak, 1976) o Izukaitz (Izukaitz, 1978) alternaban sus raíces sonoras con pasajes muy europeos, a semejanza de la música de cámara, el cancionero medieval o las melodías celtas. La cantante Itziar acusaba particularmente la influencia de Fairport Convention: su álbum homónimo de 1979 es una de los obras de folk con más encanto de la época, tras la cual es posible -y hasta probable- que la vocalista acabara en el mundo de la jota. El canto gregoriano se deja ver por otro de los hitos de la pequeña  escena, Hontz Gaua (1979) de Haizea, cuyo cierre pausado y feérico puede ser lo más parecido en espíritu a un "Intellestelar Overdrive" que haya despegado de nuestra península. Su vocalista Amaia Zubiria firmará en 1985 una apreciable rareza de psych-folk con inquietudes (mayormente jazzísticas), junto al arreglista Pascal Gaigne (Egun Argi Hartan).

Claro que no todo era folk sinfónico y fantasías campestres. Los populares Itioiz alimentaban sus ínfulas internacionales con el jazz y la canción italiana, sin descuidar flautas o violines. Su Ezekiel (1980), pieza conceptual del vocalista Juan Carlos Pérez, es uno de los discos más marchosos de una escena acostumbrada al misterio de bosques y cañadas. Aún más duros eran Mirotz (Harrika hildako mitxeleta, 1982) y Lisker (Lisker, 1972), aunque los segundos lo eran con flautas. Sakre desarrolla un rock sinfónico doctrinario en Bizitiako gauzak (1978), Enbor probaba el jazz-folk en su disco homónimo (1979) y Txomin Artola dedica un Belar hostoak (1978) de sonido muy americano, con déjà vus de CSNY o Buffalo Spriengfield, al poeta Walt Whitman. Koska- Bihozkadak (1978), un disco con reivindicaciones. Pero la oveja negra quizá fueron los navarros Magdalena, que en su único lanzamiento (Lanera sartzen, 1981) se atrevieron al mestizaje con el castellano y al ocasional deje sureño. La tentación de semejante herejía doble  debía de ser grande, ya que el mercado en euskera era, como se adivinará, poco menos que minúsculo. Tal vez el espíritu de estos bohemios setenteros llame al asombro al compararlos con el Rock Radikal Vasco que se enseñoreará de la próxima década. Ciertamente su música no parecía estar tan politizada -no podía estarlo- como la de los años por venir. Y cuando un artista decidía significarse no era raro que escogiera temas de interés general, como la farsa de la Transición o los fusilamientos del 27 de septiembre (Urko-Gure Lagunei, 1978). Siempre había espacio para el radicalismo y el nacionalismo, pero de momento no eran la principal preocupación... salvo para unos pocos (Gure Bidea-Nafarroa nora?, 1978). Parece que el mero hecho de que cantasen lo que cantaban ya era suficiente estímulo para ellos, como lo sigue siendo para quienes todavía rastreamos sus nebulosos pasos.

Sobre el autor:

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Óscar Carrera

Estudió filosofía, estética e indología en las universidades de Sevilla, París y Leiden. Autor de 'Malas hierbas: historia del rock experimental' (2014), 'La prisión evanescente' (2014), 'El dios sin nombre: símbolos y leyendas del Camino de Santiago' (2018), 'El Palmar de Troya: historia del cisma español' (2019), 'Mitología humana' (2019) y la novela 'Los ecos de la luz' (2020). oscar.carrera@hotmail.es

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