El escritor y periodista Julio Llamazares nació hace 63 años en un pueblo que ya no existe, Vegamián, y su fascinación por las catedrales le viene desde que su padre le llevó de niño a contemplar por primera vez la de su tierra, León. Ambas cuestiones han marcado a fuego su atlas emocional y sentimental. Sobre ese primer hito biográfico, fue de los primeros en cartografiar hace ahora treinta años aquella España vacía de La lluvia amarilla, donde partía del monólogo del último habitante de un pueblo perdido del Pirineo aragonés. Sobre lo segundo, hace casi veinte años que comenzó una tarea titánica: recorrer las 75 catedrales del país en el que ha vivido siempre y plasmar, como mero observador, sensaciones, impresiones y algún que otro dato de interés histórico, socioeconómico y artístico. Diez años después de publicar Las rosas de piedra, donde examinaba las catedrales del norte de España, ahora acaba de publicar Las rosas del sur (Alfaguara), donde viaja a estas construcciones monumentales enclavadas en la mitad meridional del país.
En este nuevo recorrido, que ha presentado en Jerez como cierre de la temporada veraniega del Jardín de La Luna Nueva, Llamazares parte de Madrid (donde se encuentra la humilde Catedral de Mejorada del Campo, que lleva levantando con materiales de derribo desde hace 60 años un fraile lego con sus propias manos) y se dirige a las ciudades episcopales de Extremadura, La Mancha, Levante, el Valle del Guadalquivir, La frontera de Granada (Jerez, Cádiz, Ceuta, Málaga, Granada, Guadix, y Almería) y a las sedes insulares que llama catedrales del mar (Baleares y Canarias). Rosas del sur, como lo definió la presentadora del acto, la librera jerezana Natividad Montaño, no es solo “un gran libro de viajes”, que también, sino un divertido y ameno periplo en catorce etapas donde su autor concluye 17 años de trabajo y unos 20.000 kilómetros recorridos para desentrañar esas “cajas negras” de las ciudades, “enormes hojaldres, como capas de historia, que explican las ciudades”, como las define el propio autor.
El alquimista francés Fulcanelli aseguraba que hay muy pocas emociones en la vida de las personas que nos marcan para siempre: la primera vez que vemos el mar, la primera vez que nos enamoramos, y la primera vez que vemos una catedral. Fruto de este último hechizo que marca para siempre el ADN emocional de una persona, Llamazares emprendió su ruta viajera por España. Siempre con las mismas premisas, en su soledad de escritor y en el mayor anonimato posible. “Procuraba no viajar muy cargado de información; y después de visitarlas todas, creo que tengo conocimiento para decir que, sabiendo leerlas, uno entiende mucho de la historia, pero también del presente y el futuro. Son libros de piedra que hay que saber mirar y que dicen mucho de quiénes somos”, sostiene. Pero su relato no es solo descriptivo, no es solo el del visitante a jornada completa por cada uno de estos libros de piedra. Como él mismo cuenta, “las catedrales están llenas de anécdotas maravillosas, de fantasías narrativas, de tradiciones… historias que son muy ricas para un escritor”.
Un momento del encuentro con el escritor en el Jardín de la Luna Nueva. FOTO: MANU GARCÍA.
En Plasencia, cuentan que el Diablo se tiró de la torre de la Catedral al río Jerte al no poder detener su construcción; en la de León hay un enorme caparazón que se identifica con un topo, al que mataron para impedir que royese los cimientos; en Jerez, habita la imagen de San Caralampio, quien con 107 años fue el mártir de mayor edad de la historia… “Los escritores nos nutrimos de esas historias, no somos tan listos como se piensa; para escribir hay que saber fundamentalmente escuchar y mirar, y se aprende mucho más escuchando que hablando. Hablo con todos los viejos, bebo en todas las fuentes y todo se lo debo a la gente que he conocido. Los escritores somos portavoces de la conciencia colectiva en la que nos hemos criado y el que piense que tiene mucha imaginación, miente; uno no es más que la memoria fermentada, como decía Lobo Antunes”, confiesa, recordando ese cartel de los pasos a nivel de la vía férrea portuguesa: “Pare, escute, olhe (Pare, escuche, mire)”.
Bajo esa triple advertencia, el escritor leonés, novelista y columnista de El País, no ha querido dejar pasar la oportunidad de abrir debate con esta continuación de su primer trabajo. Si aquella primera entrega arrancó con el acceso gratuito a “prácticamente todas las catedrales que visité”, en esta segunda experiencia ha sucedido justamente lo contrario: la mayoría de estos templos “que son de todos” cobran por su acceso… “y si sales a comer, luego en muchos casos debes volver a pagar para entra de nuevo; eso no ocurría ni en las discotecas”. Como juglar de catedral en catedral, Llamazares ha podido constatar como aquel viajero romántico que empezaba a viajar por viajar, ahora es un autómata que no viaja, “se desplaza”, y que ocupa todo mirando arriba sin salirse de una ruta perfectamente pergeñada previamente.
Catedrales donde hay más audioguías que misas o donde se ha llegado a topar con personajes eclesiásticos que “piensan que es su casa y que allí pueden hacer lo que quieran”. Es un debate que hay que hacer sin ninguna animadversión aunque a veces la Iglesia se la gane a pulso”, reflexiona el escritor, quien abunda: “Da la impresión de que cobrar entrada para la conservación es solo una excusa. El año pasado visitaron la Mezquita de Córdoba 1,8 millones de personas, que a 10 euros la entrada, supone 18 millones de euros. Pero luego cuando se restaura algo pone en el cartelón Junta de Andalucía…”. En todo caso, puntualiza, “no dedico 17 años de mi vida a acumular argumentos contra la Iglesia, sino por mi pasión por las catedrales, pero hay que abrir el debate sobre su conservación sin tener que matar el alma de las ciudades”.


