Ginés Sánchez tiene un cuchillo

La novela 'El borde cortante' es una magnífica puerta de entrada a uno de los autores más insólitos del panorama actual

El escritor Ginés Sánchez.
El escritor Ginés Sánchez. ISRAEL SÁNCHEZ
30 de noviembre de 2025 a las 09:25h

Frente al ventanal que da a La Victoria, en la misma mesa sobre la que se apilan novelas de hojas amarillas, vinilos y un menú de pizzas y hamburguesas, Ka pone un ejemplar de La Verdad y señala una foto de Ginés Sánchez y pregunta si conocemos a ese tipo. Algunos dicen que no y algunas dicen que sí y yo respondo que puede, aunque es mentira. Kurt afirma con total naturalidad que somos gilipollas. Golpea con el dedo húmedo de cerveza la frente de Ginés y dice que hay que leer al tipo porque Ginés es tribu, y porque además es bueno, y porque además es un veterano que lleva unas cuantas guerras encima y no todas tienen que ver con la Literatura.

Es verdad que había un runrún sordo de expectativa en la trinchera. Decían en Catalejo que Ginés Sánchez había armado un artefacto nuevo, El borde cortante, también en Tusquets, que retomaba algunas de sus obsesiones de siempre, pero pasadas por el alambique de un lenguaje aún más incisivo, aún más puro, más suyo, más seco, más poético, más preciso, más lleno, más depurado, tan afilado que era difícil salir mentalmente indemne de ahí. Se masticaba en el pelotón que, en el improbable caso de una guerra justa, Mari Cruz Goebbels, Litolbely Spears y Carrie King, las tres protagonistas de esta historia contada con la rapidez de un tajo, terminarían en el mausoleo pop de los personajes de ficción que están rotundamente vivos. Se especulaba, a la hora variable del coñac, con que Ginés había sometido la trama a una purga de accesorios que simplificada su lectura sin hacer por eso que la trama fuera simple.

La historia, a trazo grueso, es esta: dos chicas huyen de un psiquiátrico con la ayuda de una tercera. Tres chicas traumadas, sí, pero ojo: con el trauma como causa, no como efecto. El matiz importa bastante, porque el diagnóstico invierte la ecuación y escora el cliché. Las adolescentes, empujadas a los márgenes (de nuevo Ginés, malabares en el abismo) intentan regalarse un paréntesis de libertad, agotadas de la asepsia tóxica del Hospital. Y les pasan cosas. Les pasan cosas fuera, cosas que mueven la acción y tal, pero que solo sirven para construir la excusa. Y les pasan cosas dentro: la esencia.

Toda la novela de Ginés Sánchez juega (con éxito) a cruzar y retornar a través de esa frontera tan permeable. Porque Ginés usa la narración para abrir y cerrar a su gusto los diques que separan el mundo real (el tangible) de un mundo interior confuso, agujereado de taras y de tics, del compendio de patrones patológicos (en el mejor y en el peor sentido de la palabra), que rige en las vidas de sus protagonistas. El autor nos mete dentro de sus cabezas y nos enseña distorsiones y vorágines y temblores y deseos al compás histérico de un temporizador que hace tic-tac todo el rato mientras el mundo las busca. Y aunque no sepamos exactamente lo que va a pasar, el estómago se encoge porque intuimos que, sea lo que sea, no será bueno. De todas las habilidades posibles, no hay ninguna como saber dosificar la información para tener a la tribu salivando como perros.

Con esas malas artes, Ginés Sánchez consigue que El borde cortante vuele. Hay algunas claves más, verbigracia: la maniobra de apertura y de cierre de los diques, el engranaje que separa el escenario y los resortes, la acción y las poleas, no funcionaría si el ritmo de la narración no fuera el de un martillo pacientemente afinado que clava poesía sin compasión. Los periodos muy cortos, los giros de lenguaje, las descripciones mestizas, las resonancias, la apuesta por lo sensorial, los quiebros de significado y, sobre todo, los diálogos (tan brutales y tan ágiles), hacen que solo cuando uno termina el libro sea plenamente consciente de que se lo ha leído.

Convendría entonces atusarse el flequillo, remeterse los faldones de la camisa y saludar a la gente por la calle como si no hubiera pasado nada. Como si no te hubiera asaltado un comando en mitad de la selva.

Ginés Sánchez lleva en la mochila kilómetros de cuerda, una sólida trayectoria de escalador, una retahíla de títulos notables, algunos premios de prestigio. En esa balda, que ya se comba por pura capacidad de producción, El borde cortante ejerce su propio peso, un peso hermoso y terrible: El borde cortante es una puerta. Es un libro puerta o es un libro llave o es un libro senda que transita por un páramo oscuro lleno de espinas y zarzales. Es posible arrancar ahí el mundo entero de Ginés, asomarse a su manera de ser y de contar. Después será el laberinto, pero tampoco importa. Lo único verdaderamente crucial es que sepan guardarse las espaldas.

Sobre el autor

Daniel Egea

Escritor

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