A modo de presentación: Resulta que mi tito, Paco Fernández Porras —Porrillas en los ambientes—, aprovechando sus vacaciones acaba de emprender un viaje en busca del meollo de las coplas y canciones de su admiradísimo Carlos Cano. He creído entender que se trata de un recorrido por la geografía mítica que dibujó el genio de El Realejo desde Ayamonte hasta La Alpujarra y desde Loja a la desembocadura del Guadalquivir. Como se ha enterado de que escribo, me llama al final de cada jornada para que ponga negro sobre blanco sus disparatados episodios…; qué remedio; si no, amenaza con dejarme sin su generoso aguinaldo. Antes que nada, haré las presentaciones: El tito Porrillas, al borde de la jubilación, lleva desde los 25 años como funcionario en la Diputación de Granada; no tiene grandes ambiciones, es feliz yendo los domingos alternos a Los Cármenes a ver a su Graná y, por supuesto, con La Copla: es un loco de la otrora llamado canción española, hasta el punto de haber ido ya siete veces de público a Se llama copla… Como ya he dicho, es devoto de Carlos Cano, y quiere rendirle homenaje a su paisano con este viaje por tierras andaluzas a los 20 años de su muerte. Y ya debe de admirar al autor de La blanca y verde, porque creo que el tito Porrillas no viaja más allá de Salobreña desde la excursión de fin de curso escolar en la que estuvo por la Costa Blanca y cuenta que tuvo un lío con una camarera bávara en Jávea. Añadir que es soltero —estoy detrás de él paraque vaya a lo de Juan y Medio e incluso una vez me montó un pifostio por inscribirle en Primeros Datos, como él le dice, sin su consentimiento— y que tiene una verruga en la planta del pie. Dos semanas antes de partir, previsor y cuadriculado como es, ya tenía preparada su vieja maleta sin ruedas. Hagamos inventario: ocho camisetas de los ocho equipos de las capitales andaluzas —es un camaleón, y dice que la licra le sienta de miedo—, unas seis o siete gorras publicitarias ‒de La General a Puleva, pasando por una de Curro-Expo y otra del Betis‒, tres bermudas y tres bañadores ‒a cada cuál más hortera‒, una camisa negra por si acaso se presenta una ocasión especial, dos pares de sandalias cangrejeras y todo el utillaje íntimo. Ah, y las mascarillas customizadas.

Kilómetro 0: Habanera Imposible

"Granada vive en sí misma tan prisionera, / que sólo tiene salida por las estrellas". El prólogo de esta peregrinación, antes de arrancar su Ford Mondeo del ‘96 rumbo a Cádiz, lo hace a piernas y por la tierra del chavico. Un paseíto hasta el barrio de El Realejo con la fresca mañanera que viene de La Vega granaína. Antes de adentrarse en la ruta carloscanista, hace una parada técnica en la Plaza ‘La Mariana’ a embucharse unas buenas porras con un cortado de máquina en el Café Fútbol, donde ojea el Ideal de la casa y derrama sin querer/queriendo medio vaso cafetero sobre un artículo de un tal Salvador Sostres. Regaña como es habitual con el malafollá del camarero y le pide una copilla de Machaquito, que bebiendo se entiende la gente. De donde la estatua tejedora de La Pineda sube hasta la propia plaza de Carlos Cano. Como en dicha plazuela no hay nada que ver, le da tres vueltas para ir bajando los churros y se para en un poyete a escuchar a tres jubilatas que se quejan de la desaparición de los secaderos de La Vega y del peligro de extinción de las choperas, árbol autóctono que se está reemplazando a pasos atlánticos por otros de mayor rendimiento, como los pistacheros. Sigue ascendiendo por la calle Ballesteros hasta la mítica Alacena de las Monjas, restaurante que las medidas anti-Covid mantienen aún cerrado. Se para en su puerta y cantiñea: "…que te dan gloria bendita, / pastelillos de toronja / y dulces de leche frita". Pronto, llega hasta los escalones de la Cuesta Rodrigo del Campo, donde se ubica la casa natal de Carlos Cano y que desgraciadamente no luce siquiera una triste placa. Baja apenado hasta el Campo del Príncipe sintiendo la extrañeza de sus terrazas vacías de turistas. "¡Caballero, la mascarilla!": sus apesadumbradas divagaciones son interrumpidas por una pareja de municipales que pasan en patín eléctrico y con afán recaudatorio. Mi tito Porillas desdobla su embozo de tela de lunares rojos sobre fondo blanco y se lo sujeta tras sus grandes y peludas orejas. Necesitado de una alegría prosigue hasta una terraza que hay frente al azulejo queconmemora el V centenario del barrio realejense: «"Habiendo sido pregonado por Carlos Cano y Enrique Morente, días 9 y 10 de octubre de 1992", lee mientras saborea la helada Alhambra 1925. Pero pronto se le pasa el embeleso cuando le ponen como tapa de cortesía, para acompañar a la cerveza, una lasaña vegana y él, con mucha mala fondiga, le espeta a la camarera con su acento más granaíno: "¡Esto qué polla eh, niña; ponme unos pajarito frito, anda!". De plaza en plaza, como los palomos del Yuyu, desemboca en Bibarrambla. Allí evoca y recita a la poetisa local Elena Martín Vivaldi y sus versos que dieron título a la canción que Cano compuso en su honor: ‘Amarillos’: "Hazte un sol de crepúsculos, ardiente: / ponte verde, amarillo". Repara en que sorpresivamente del tronco de uno de los tilos cuelga una improvisada caroca con su quintilla correspondiente. La viñeta representa a Fernando Simón comprando mascarillas en un chino: el dependiente le dice que "Mascalilla, tle eulo" y Simón replica que si no las tiene "más balatillas". Debajo de la imagen, se reproduce la primera cuarteta de la Fábula del Jamón, que hace la vez de quintilla:

Un ricachón mentecato ahorrador empedernido, por comprar jamón barato lo compró medio podrido

En próximos episodios: A la mañana siguiente, el tito Porrillas pondrá ‒vía A-92‒ rumbo a Cádiz, donde me he encargado de reservarle un Airbnb en pleno corazón del barrio de La Viña. Allí hallará a algún caletero que le bautice a los pies del Balneario, charlará con un Fernando Quiñones de bronce, intentará saltar del Puente Canal, buscará a su chiclanera, e incluso, Quijote como es, pensará que el Puente de La Pepa conduce a La Habana en vez de a Puerto Real, ¡tiene pelotas! Su enfebrecido camino continuará por la provincia de Sevilla buscando ese Macondo o Comala que es el Salipón de Maruja Pérez Limón, pasará por la no-feria de Cantillana pisando la tierra quemada por la combustión de Ocaña, caminará del ‘codo’ de Antonio Burgos por las sombras luminosas que dejó Rafael de León en el barrio torero de El Arenal- El Baratillo y visitará a La Macarena y quizás escupa sobre la tumba de Queipo de Llano; no así sobre la de Juanita Reina sobre la que depositará claveles. ¿Le dará tiempo de visitar la catedral de El Palmar de Troya? Especial interés tendrá su incursión en tierras portuguesas desde Ayamonte, siguiendo las pistas de esa María a la que Carlos Cano le dedica su más preciada canción: un fado que aún se oye por las tabernas portuarias. Ahí hay un historión. Y como mi tito es un mitómano, por la provincia cordobesa pasará más que nada para hacer la ruta de Antonio Vargas Heredia: o sea, de Puente Genil a Lucena y de Loja a Benamejí. Con una pregunta en la cabeza, ¿quién fue esa "flor de la raza calé"? Y de paso aprovisionarse de unas cuantas botellas de Machacho de Rute. Desde Ronda, donde buscará lo suyo, bajará hasta Málaga para bucear en los orígenes de Miguel de Molina y se encontrará en el Café de Chinitas con historias magníficas sobre Manolo Alcántara y Chiquito. Siguiendo el camino de La Desbandá pondrá rumbo al sur de Granada, persiguiendo las hondas huellas que dejó Gerald Brenan en Las Alpujarras. De la parte granadina cruzará a la almeriense para avanzar hasta Gergal y recordar‒mi tito Porrillas siempre tuvo vocación de periodista de sucesos‒ el Caso Almería. Todo esto no es más que su hoja de ruta, lo que se supone que pasará. Se supone… porque si los caminos de Dios dicen que son inescrutables, los del tito Porrillas directamente son un disparate. A partir de aquí, no me hago responsable de que haga lo que él dice que va a hacer.

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