Donde viven los monstruos

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Seis años después de que presentara en el Festival de Jerez la que hasta ahora era su obra cumbre, Oro viejo, y tras un par de escarceos experimentales de irregular resultado, Vinática y Afectos, la malagueña Rocío Molina entreteje ahora una excepcional fábula -coproducida por once festivales e instituciones culturales hispano-francesas- solo apta para aquellos a los que los árboles no les impiden ver el bosque. Aunque cueste entrar en la acción después del perturbador audiovisual del comienzo, el magnetismo de la bailaora y lo hipnótico de la puesta en escena nos anclan en la butaca sin remisión hasta ese engañoso/apoteósico final en el que nada es lo que parece y en el que a la postre se termina masticando la tragedia. Un inquietante y profundo trabajo de renovada danza-teatro-flamenco que huele a pólvora y sabe a tierra; que hunde sus raíces en plena e indómita naturaleza como metáfora de la lucha del ser humano por la supervivencia.

Es Bosque ardora una obra visceral e instintiva. Cargada de matices, sonidos, evocaciones y, sobre todo, de paralelismos entre animales salvajes y hombres. La maldad, decía Schopenhauer, es lo único quizás que diferencia a ambos. Por ello, probablemente, la obra se convierta en una tragedia con alma reivindicativa de la (buena) condición humana donde su trío bailaor, la propia Molina y Eduardo Guerrero y Fernando Jiménez -ex-cep-cio-na-les-, se convierten en seres vivos que, lejos de vivir en armonía, interactuan en un ecosistema hostil. Allí hasta la vegetación, clave para seguir respirando, se ve amenazada (dos simbólicos árboles de la escenografía cuelgan bocabajo). ¿Les suena?

Bajo este aparente entorno de búsqueda del alimento, berreas y apareamientos sincretizados en coreografías imposibles, interrumpidos abruptamente por cazadores furtivos, la bailaora-autora ajusta la mirilla de su rifle. Lo porta cargado de denuncia social: de crítica a una sociedad –y a un mundo del arte, en particular- hipercompetitiva y deshumanizada. Donde el hombre es un lobo para el hombre y en la que cuando menos lo esperas aparecen infinidad de riesgos y peligros. Por si fuera poco, también tiene munición para cargar contra las desigualdades entre hombres y mujeres -colosal en la tórrida escena de la cópula entre las bestias-, y para poner el foco sobre la violencia machista –el bailaor-animal porta en su hombro a la bailaora-pieza en un momento de la función en el que la escena se tiñe de rojo-.

Empieza Bosque ardora con una proyección de la bailaora a lomos de un caballo y perseguida por una jauría de perros. Unas imágenes con planos cortos, de detalle, vertiginosos, sin sosiego. De este modo, será mucho más fácil involucrarnos y mimetizarnos con ese enigmático bosque animado. Tras una propuesta mucho más intimista en Afectos, Molina expande su universo creativo y lo comparte con otros dos grandiolocuentes bailarines. La música original, dirigida por Rosario La Tremendita, se materializa con trombones, bajo eléctrico, guitarra, piano toy, voz flamenca, palmas y compás, un incensante goteo, olfateos, silbidos, y un variado repertorio de chicharras, graznidos y demás sonidos propios del bosque. Repleto también de silencios, pero también de comunicación corporal que a veces se vuelve ininteligible aun tratándose de la misma especie. Una portentosa banda sonora que unida a un audaz diseño de iluminación logran involucrarnos en la atmósfera de ese bosque a medio camino entre el anime de Miyazaki -La princesa Mononoke- y las ensoñaciones de El Bosco.

Hay momentos para los destellos flamencos de esta geniecilla sin domar (tangos, tientos y soleá) y hay un portentoso y arduo trabajo de indagación teatral y coreográfica en la propuesta de una artista incansable. Tan extravagante como asombrosa a cada paso, a cada escorzo, a cada vuelta quebrada, a cada giro de muñeca. Como cuando repta por ese bosque fosforescente. O cuando se parte por la mitad. Como cuando trata de ponerse a salvo de los disparos en mitad de la noche. O cuando comprueba que su hábitat ya no es el que era y que hay monstruos muy poderosos apostados tras cada matorral.

Bosque ardora. Coreografía, dirección artística y musical: Rocío Molina. Dramaturgia, dirección artística y guión vídeo: Mateo Feijoo. Dirección musical, composición y arreglos para cante: Rosario La Tremendita. Composición original y arreglos para trombones: Eduardo Trassierra. Composición de pasaje de trombones: Pablo Martín Caminero. Composición original para trombones de la pieza 'Mandato': Dorantes. Diseño de iluminación: Carlos Marquerie. Diseño de espacio sonoro: Pablo Martín Jones. Letras: Maite Dono. Baile: Rocío Molina, Eduardo Guerrero y Fernando Jiménez. Guitarra: Eduardo Trassierra. Cante y bajo eléctrico: José Ángel Carmona. Palmas y compás: José Manuel Ramos Oruco. Batería y electrónica: Pablo Martín Jones. Trombón: José Vicente Ortega, Agustín Orozco. Lugar: Teatro Villamarta. Fecha: 26 de febrero. Aforo: Lleno. (****)