Diez años sin Juan de La Zaranda: "No quiero homenajes, soy viejo, pero no tanto"

Con el tributo que Jerez, "por su contribución a la ciudad y a la sociedad", aprobó por unanimidad en pleno hace una década en el olvido, una editorial independiente prepara una recopilación de textos y notas inéditas del dramaturgo y querido maestro de Los Marianistas

Juan Sánchez, Juan de la Zaranda, en un retrato de Gutiérrez y Tamayo.

Este 12 de marzo de 2023 se cumplen diez años sin Juan de La Zaranda. Una década sin el dramaturgo jerezano, una década sin Juan Sánchez Jiménez (1954-2013), el querido maestro del colegio de El Pilar, Los Marianistas.

Tanto tiempo después, la memoria y el legado de Juan siguen más vivos que nunca. Raúl Cortés, de la compañía La Periférica y Ediciones del Bufón, prepara una publicación con apuntes, legajos y notas teatrales manuscritas inéditas del autor de Vinagre de Jerez. En su Jerez, por el momento, no habrá homenajes en su memoria. "No quiero homenajes, soy viejo, pero no tanto", solía sentenciar Juan.

El 26 de abril de 2013 el pleno municipal acordaba por unanimidad de todos los grupos reconocer e instar a la Corporación municipal a la concesión y distinción correspondiente al dramaturgo, fundador en 1978, junto a su hermano Paco Sánchez, Paco de La Zaranda, y Gaspar Campuzano, de la compañía jerezana La Zaranda (Premio Nacional de Teatro) y que precisamente este 2023 cumple 45 años sobre los escenarios de medio mundo.

Su "contribución a Jerez como ciudad y sociedad" eran los méritos que le atribuyeron para proceder a rendirle tributo con honores desde su Ayuntamiento. Nada más se supo del punto 14 de aquel orden del día. Diez años después la iniciativa se perdió en la noche negra de los tiempos en una ciudad tan dada a la desmemoria.

Con cinco obras para La Zaranda —con las cumbres de un lenguaje poético consagradas en escenarios nacionales e internacionales Mariameneo, Mariameneo (1985) y Vinagre de Jerez (1987), y otras incursiones en el terreno del flamenco-teatro —especialmente con la compañía de Manuel Morao y gitanos de Jerez—, Juan entendía el hecho teatral como una “emoción eterna y cosmogónica, universal”, sin etiquetas ni ombliguismos.

“Tadeusz Kantor era polaco, yo soy andaluz, pero hay unos vasos comunicantes en la emoción, y el teatro es, como él decía, encontrar el punto donde se mezclan la casualidad de la vida con las leyes del arte”, aseguraba un hombre que confesaba vivir en su “exilio jerezano”.

Alejado de las corrientes y de los focos, Juan era parte del paisaje de su ciudad, iba y volvía a su colegio de El Pilar, Los Marianistas, en taxi, y se dejaba caer por los paraderos habituales del centro para comandar las tertulias con sus amigos de siempre y con quien se encartase. En octubre llegaba el Festival Iberoamericano de Teatro, el FIT de Cádiz, y era entonces cuando Juan salía al encuentro con un nuevo mundo, donde se retroalimentaba, donde cruzaba el charco casi sin salir del pueblo. “La vida no tiene sentido sin esperar, no queda más remedio que esperar”, insistía Juan, devoto de las preguntas más que de las respuestas, seguidor del silencio más que del ruido, defensor de la búsqueda. “Tenemos que salir del cráter intentando salir”.

Bohemios, la época tras el Coloma, y don Juan

En la década de los 50, con apenas cinco años, marchó con su familia a la emigración francesa. En Sabatier, al norte, donde su padre trabajó en la mina, Juan cuenta que tuvo un maestro en aquella primera escuela que “incendió en mí la primera pasión por los libros, la poesía y el teatro”. Luego, ya en la adolescencia del retorno a Jerez, llegó el instituto Coloma, que “fue un hervidero de sensibilidades”, donde conoció a “gente hermosa como Paco Bejarano, Perico Cómez, Carmen Infante, Gonzalo Torné, Alfonso Sánchez… grandes personas muy sensibles y comprometidas con la época que me sirvieron de una guía poética formidable, y eso no se puede olvidar”, aseguraba en una entrevista en el programa Encuentro con los libros, emitida en 2008 en Onda Jerez.

Allí empezaron las primeras obritas de teatro junto a su amigo Casto Sánchez, y el germen de lo que fue el grupo de teatro Bohemios a finales de los 60. “Conocí a Juan, para mí siempre fue Juanito, cuando éramos unos niños. Estábamos entonces en 4º de bachillerato, en el instituto Coloma. Cursamos juntos los estudios, estuvimos en la misma habitación de la pensión del primer año de universidad en Cádiz… Juan siempre llevó el teatro dentro y para mí fue siempre un genio. Un genio bastante poco valorado pero un genio, un hombre que llevaba el alma del teatro dentro”, contaba hace un par de años a lavozdelsur.es Casto Sánchez, profesor de literatura y ex concejal en el Ayuntamiento de Jerez.

En paralelo a su vocación artística, cuando acabó la carrera de magisterio Juan empezó a dar clases, como se ha dicho, en los Marianistas. Lengua y literatura se mezclaron con la educación física de la época, en una especie de burla macabra del destino sobre quien probablemente tenía menos pinta de deportista en el mundo. Más allá de ese detalle, son aún hoy decenas y decenas de alumnos los que no olvidan la impronta que les legó “don Juan”, como todos le conocían. Uno de ellos, Javier Benítez, es hoy periodista y director territorial de Canal Sur en Cádiz.

Con la ceniza a punto de desmoronarse del cigarro eternamente encendido, Benítez recuerda que “al principio lo conocía por don Juan, y ese era un don que era un mero formalismo al que nos obligaba el colegio, aunque luego me di cuenta de que ese don se lo tenía ganado a sangre y fuego. Por todo lo que fue en la vida, porque se convirtió en un icono también de esta ciudad, como esos otros iconos a los que él rendía pleitesía, como el flamenco o el vino, se ganó que el don siempre fuese por delante de su nombre. Siempre me acuerdo, cada vez que hablo de él, de la respuesta de su hermano Paco cuando le preguntaron por el motivo de su muerte. El motivo de su muerte fue la vida. Y creo que esa vida que él tuvo y ese legado que nos dejó nunca tendremos suficientes palabras los jerezanos y la cultura de Jerez, Andalucía y España para darle las gracias”.

El que fuera durante más de un cuarto de siglo responsable gerencial y artístico del Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, un hombre de teatro como Pepe Bablé, recuerda a Juan con "una sonrisa que se me pinta en la cara con sus recuerdos, y un suspiro sigue clavado en la garganta porque a él el teatro español le debe mucho aunque no lo sepa”. En el FIT también conoció a compañeros de viaje como el dramaturgo Antonio Castaño, o a los actores Juan Margallo y su mujer Petra Martínez, una de las últimas visitas que Juan recibió en su casa jerezana de Montealegre, donde tampoco le olvidan vecinos como el abogado y ex concejal jerezano Mario Rosado, que tuvo "la suerte de vivir intensamente los diez últimos años de vida de Juan, ya que en uno u otro bar del barrio siempre coincidíamos".

"El recuerdo que tengo de Juan es el de un sabio, una persona perspicaz, con unas ideas repentinas… nos reíamos mucho. Había momentos que eran sublimes. Juan era un abismo de silencio y una persona de un lirismo que no he podido encontrar en otra persona. Le encantaba estar con la gente joven y apoyarles, colaborar con ellos. Era un poeta y él mismo era poética. Era un ser único que desde aquel momento me dejó huérfano", sintetizaba el dramaturgo Antonio Castaño.

Entre sus grandes amigos, aparte de otros que ya no están como Luis Silva, Diego de los Santos Rubichi, o Manuel Parrilla de Jerez, y otros como Fidel Fernández o Luis Carrasco, está Luis Mariano Fau, un maño hijo adoptivo de Jerez, que aparte de dar clases en la escuela, fundó la compañía de teatro Mediazuela. "Hablar de Juan sería un sin parar de contar y fundamentalmente de sentir. Allí nos veíamos en la cervecería La Marea una peña muy variopinta a la que Juan se encargaba de que cada uno tuviera su protagonismo, inventando mil y una historias tan verídicas, como decía él, como fantásticas. Sabía estar con todo el mundo, era el animador allí donde fuera, asistí a gran parte de los ensayos de Vinagre de Jerez, él con su libretita, los movimientos de sus personajes dibujaditos en ella y cómo los mandaba al escenario para que otro grande, su hermano Paco, terminara de traducirlo".

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