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READY PLAYER ONE (Estados Unidos, 2018) (140 min.); Director: Steven Spielberg. Guion: Zak Penn, Ernest Cline (sobre la novela de Ernest Cline). Fotografía: Janusz Kaminski   Música: Alan Sivestri. Reparto: Tye Sheridan, Olivia Cooke, Ben Mendelsohn, Mark Rylance, Simon Pegg, T.J. Miller, Hannah John-Kamen…

Steven Spielberg lleva cincuenta años haciendo películas. A lo largo de su larga y prolífica carrera es normal que haya altibajos. Películas serias como Los papeles del Pentágono, El puente de los espías, Lincoln, Munich, Salvad al soldado Ryan o La lista de Schindler, han alternado con otras más ligeras, con una más clara vocación de entretenimiento para el público familiar. Es el caso de E.T., la saga de Indiana Jones, los Parques Jurásicos, las Aventuras de Tintín o la película que nos ocupa en esta reseña, Ready Player One.

Se diría que hay un Spielberg adulto, contador de relatos sobre sucesos que han marcado o marcan nuestra historia: la de su país, la del pueblo judío, la de la convulsa Europa de las guerras mundiales. Por otro lado está el Spielberg eternamente adolescente que renueva narraciones tradicionales para niños como Peter Pan y sus niños perdidos (Hook), Pinocho, el juguete que quería ser un niño de verdad (Inteligencia Artificial), Jack y sus judías mágicas (Mi amigo el gigante), el huérfano arrojado a un mundo hostil (El imperio del Sol).Ready Player One pertenece al grupo de sus películas para un público juvenil. Basada en la novela del mismo título de Ernest Cline, desarrolla una historia con intención claramente didáctica, con moraleja. Estamos en un distópico 2048 y la gente se evade de la sordidez general adoptando una identidad, un avatar, dentro de Oasis, el universo virtual creado por el desaparecido mago de los juegos electrónicos James Halliday (Mark Rylance). Nuestro héroe, el joven Wade Watts, dedica su tiempo a sumergirse en Oasis como Parzival, su avatar, en busca de emociones fuertes.

Spielberg advierte sobre los peligros de anteponer la evasión que proporciona la realidad virtual de la tecnología a la vida real; pero además, subterráneamente, se desliza la vieja fábula centenaria, la admonición a los más jóvenes sobre la amenaza que los acecha en el bosque. Halliday es más que un diseñador de juegos de realidad virtual, es una suerte de flautista de Hamelin cuyas balbuceantes palabras pueden leerse como un oráculo que seduce a jóvenes y mayores por igual.

Wade, o mejor su avatar Parzival, y su pandilla de gunters, cazadores del huevo de pascua, son igualmente trasunto de aquel grupo formado por Dorothy,el espantapájaros, el hombre de hojalata y el león cobarde en El Mago de Oz. Ahora no van buscando la ciudad esmeralda que les asegure una vuelta a casa segura, valentía, inteligencia y corazón sino que deberán orientarse en un laberinto digital lleno de referencias a la cultura pop de los años ochenta, para encontrar el huevo de pascua, el grial que devuelva la armonía al mundo.Ready Player One acaba siendo un juego sin mayor trascendencia, un homenaje a la cultura pop. Tiene momentos nostálgicos muy divertidos, guiños a momentos icónicos del cine y la música de los ochenta y tampoco pasarán desapercibidas por parte de los gamers las referencias a juegos ya míticos desde las primeras consolas.

No es un Spielberg mayor. Es un agradable pasatiempo de ritmo desenfrenado, como cualquier videojuego. Lo que interesa es la rapidez del movimiento, las emociones fuertes. En definitiva Spielberg no hace en Ready Player One otra cosa que lo que haría el niño cuando lo dejan solo en casa, desordenar los cajones, volcarlo todo al suelo para buscar un tesoro. Los juegos de ordenador procuran una dosis de agresividad y destrucción y en ese caos está la diversión.

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Eugenio Tapia

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