Eastwood, Leone, Almería y el 'spaghetti western'.
Eastwood, Leone, Almería y el 'spaghetti western'.

Juan Goytisolo escribió en 1959 (aunque publicado en 1960) un libro de viajes titulado Campos de Níjar. En esta obra el escritor realiza una descripción de los paisajes y ambientes salvajes y descarnados de aquella comarca almeriense; “(…) las sierras ásperas, cinceladas a golpe de martillo, de la zona de Tabernas, corroídas por la erosión y como lunares. (…) En aquel universo exclusivamente mineral la calina inventaba espirales de celofán finísimo.”

Pero no me he asomado por aquí para hablaros de Goytisolo, ni de su libro. Junto estas atropelladas palabras para hablaros de un director italiano que pocos años después del viaje del escritor barcelonés también arribó por aquellas mismas tierras, se enamoró de sus perspectivas feroces, y terminó convirtiendo aquel paraje lunar en localización legendaria de un sub-género a medio camino entre el mito y la supervivencia: Sergio Leone y el spaguetti western.

El director nacido en Roma dejó una profunda huella en la provincia almeriense, y gracias a él sus horizontes áridos y yermos, su orografía baldía, fueron conocidos por todo el mundo. Podríamos decir, espero que no resulte una exageración, que Leone colocó en el mapa a una provincia zaherida y ninguneada a lo largo de toda su historia, convirtiéndose ambos, provincia y director, en un binomio indivisible gracias al séptimo arte. Hasta tiene una calle con su nombre en la capital, señal inequívoca de la singularidad y de la importancia que por aquellos lares se le otorga a la obra y a la figura de Leone.

Su colección de películas rodadas en el desierto de Tabernas, Por un puñado de dólares (1964), La muerte tenía un precio (1965), El Bueno, el Feo y el Malo (1966), Hasta que llegó su hora (1968) y ¡Agáchate, maldito! (1971) conforma un corpus y una iconografía perfectamente reconocible, en la que introduce una forma innovadora (diría que hasta antagónica) de tratar el western clásico (en plena decadencia por entonces), a través de una irreverente propuesta narrativa, con un concepto visual estilizado e hiperrealista, dónde los estallidos de violencia y los largos silencios se encadenan en una ajustada simbiosis fílmica. En definitiva, rasgos estilísticos que son fuente de inspiración y punto de referencia para generaciones posteriores de cineastas.

El estruendoso éxito popular del sub-género ayudó a que trascendiera los cánones cinematográficos imperantes. En toda esta explosión (cuya fiebre se alargó algo más de una década), esos campos de Níjar, que retrató en las letras Goytisolo, el desierto de Tabernas y toda su comarca, protagonizaron una floreciente revitalización hasta finales de los años 70, convirtiéndose en la meca del euro-western. Alrededor de trescientas películas se rodaron durante esa “edad de oro”, generando una actividad económica en torno a sus rodajes que fue esencial para el desarrollo de la provincia en unos tiempos especialmente difíciles.

Pocas zonas del planeta pueden presumir de una biografía cinematográfica tan extensa y tan reconocible, patrimonio que ha convertido el desierto de Tabernas, gracias a un buen puñado de películas “de vaqueros”, realizadas con más descaro que dinero, en un escenario natural reconocido en todo el planeta, la versión hispánica de ese Monument Valley que filmó de forma tan extraordinaria el maestro John Ford.

Como todo largometraje, aquello también tuvo un principio. Un origen. Un pionero. Por eso Almería tiene tanto que agradecerle al director italiano. Aquella tierra era un lugar donde habitaba el olvido y el silencio, hasta que llegó Leone…

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Joaquín Díaz Cáceres

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