La Crítica de Villamarta. El bailarín catalán Jesús Carmona presenta 'Impetu's', una sincrética suite en la que exhibe potencial pero a la que le falta arrojo y creatividad.
Jesús Carmona y Compañía. Impetu's. Dirección: Jesús Carmona. Baile: Jesús Carmona, Lucía Campillo, Tamara López, María Moreno, Ángel Reyes, Fernando Jiménez. Cante: Juan José Amador. Guitarra: Daniel Jurado, Óscar Lago. Violín: Thomas Potirón. Percusión: Luky Losada. Coreografía: Jesús Carmona. Música: Daniel Jurado, Óscar Lago. Diseño de vestuario: Belén de la Quintana. Calzado: Begoña Cervera. Diseño de iluminación: David Pérez. Diseño de sonido: Juan Luis Vela. Lugar: Teatro Villamarta. Fecha: 1 de marzo. Aforo: Tres cuartos de entrada. (**)
Jesús Carmona es un bailarín barcelonés de corte clásico, aseado y preciosista. A pesar de su juventud, parece que tiene ideas firmes sobre dónde debe pisar y enfocar su danza, y así lo ha evidencia en Impetu’s, la suite coreográfica que ha presentado en el XX Festival de Jerez. Su sello conservador –al menos en este espectáculo- se palpa desde el comienzo y solo la música parece querer innovar y profundizar en otros acentos o salirse mínimamente de los cánones y corsés de tanta formalidad. Su calidad técnica y talento para el baile es indiscutible y, por ejemplo, en la seguiriya -con marcada influencia de Canales- logra arrancar emoción a base de tirar de garra con los pies. Pero luego este montaje parece falto de alma, de punch y creatividad: a ratos muy académico; en otros momentos, un mero continuum musical a una voz; en otros, una sucesión de movimientos deshilachados. En algunos pasajes pareciera un pequeño formato más apropiado para ser programado en una sala alternativa –La Compañía, por ejemplo- que no en el escenario principal de la muestra de baile flamenco y danza española más prestigiosa del mundo.
Al menos es de agradecer el sincretismo y la concreción de la propuesta, que no se alarga mucho más de la hora de duración y cuyas transiciones, en general, ayudan a mantener cierto ritmo en todo momento. Una acelerada reinterpretación de Asturias, de Albeniz, da la bienvenida al espectáculo. Con apariciones y desapariciones de los bailarines gracias al empleo de la iluminación -único apoyo escenográfico-, Jesús Carmona aparece vigoroso y con ganas, haciendo honor al título de su trabajo. Alcázar de cristal, obra del maestro Riqueni, también se somete a la revisión musical. La taranta regala plasticidad con mantón y a ella le siguen unos tangos que levantan los seis esforzados danzarines de la compañía. Un movimiento coreográfico limpio y bien sincronizado que, en cambio, no ofrece grandes aportaciones ni sorpresa. Los movimientos corales predominan durante toda la función, como también la ausencia de elementos que enriquezcan o promuevan cierto relato que profundice y vaya más allá de la sucesión de números. Todo está tan ordenado, tan correcto y en su sitio, que se vuelve inexpresivo, incapaz de agitarnos o asombrarnos.
La tónica se mantiene y prácticamente no hay cambios de climas ni de texturas. La música busca otros territorios, pero el decorado general del espectáculo se preserva inalterable. El campo parece labrado, todo está a punto para que germine lo sembrado, pero por ahora se queda en eso. Un zapateado, la pieza Ímpetu (de Mario Escudero), bulerías, fandangos, seguiriya, caña… Da igual el estilo, todo parece formar parte de un conjunto demasiado homogéneo cuyo resultado no puede ser otro que el aburrimiento. La propuesta es plana y de riesgo cero. Hay destellos en los fandangos de Amador -sobreesforzado toda la noche-, que llegan acompañados por el condimento de las bailaoras con palillos, y hay un diálogo interesante en el macho de la seguiriya, en el que el cantaor sevillano encara los tercios a capella frente por frente a Carmona, al que se le oye la respiración y cuyos movimientos son eficaces y convincentes. Su planta bailaora es como su potencial: innegable. Ahora cabe esperar que abandone el camino de los previsible y, aunque solo sea por edad, se atreva a elevar sus niveles de arrojo. El que no arriesga no gana.


