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Los libros van modelando lentamente nuestra mirada hasta convertirla en osada y crítica hacia todo aquello que nos ciega o nos enfunda oprimiéndonos

'La lectora', obra de Pierre Auguste Renoir
14 de junio de 2025 a las 10:11h

"(...) Los libros nos leen también porque sus palabras son miradas que se reflejan en el cristal, aún limpio, de nuestros primeros pasos en el conocimiento. El lenguaje que se funda en la verdad, en la honradez personal y política, abre la puerta a la razón y a la vida. Suena utópico que los seres humanos lleguen a liberarse del dominio que ejerzan, desde las peores formas de oligarquía, los perturbados de la corrupción mental, pero no hay que renunciar a esa supuesta utopía. La vida democrática jamás podrá realizarse mientras una ciudadanía desconcertada y engañada con la codicia de los otros, se resigne, por la miserable ideología de la pragmacia, a soportar la dictadura de la indecencia (...)". Emilio Lledó, Congreso de la Lengua Española en Valparaíso (Chile). 02/09/2010.

¿Quién no recuerda aquel libro que un día, lejano o no tanto, nos enganchó para siempre al apasionante mundo de la lectura? ¿En cuántos momentos y situaciones vitales distintas hemos llegado a sentir cómo un libro consiguió seducirnos y transportarnos, tal vez, hacia interrogantes hasta entonces no planteados? En otras circunstancias nos pudo iluminar, ayudándonos, así, a matizar o resolver planteamientos personales previos.

Muchos de esos libros iniciales, hasta otros más recientes, forman parte de nuestro patrimonio más íntimo y valioso por la impronta que nos fueron dejando hasta el presente. Los libros, algunos al menos, han tenido y tienen la fuerza necesaria para estimularnos en la búsqueda de nuevos caminos, en profundizar en inéditas e insólitas conexiones entre tiempos pasados, presentes y futuros, y para encendernos zonas apagadas en algún momento. Nos han enriquecido igualándonos - en cierta manera -  y haciéndonos, también, más solidarios o proclives a ello. Es lo que tiene abrir ventanas. Logran que nos enfrentemos a esquemas anclados en nuestro interior. Los libros, algunos libros, nos hablan incluso de nosotros mismos, llevándonos ante nuestro propio espejo.

En todo caso, la compañía de un libro elegido ha podido despertarnos la curiosidad suficiente para entretenernos y hacernos gozar hasta finalizar su lectura. Y todo ello, envueltos en cantidad de momentos, de placenteras sensaciones o como refugio deseado. Abandonándonos en un cómodo sofá en horas antojadizas. A la luz del día o bajo la siempre acogedora luz tenue indirecta en una habitación. En el andén de cualquier estación o ya sentados junto a una ventanilla por la que se desliza fugazmente el paisaje que nos lleva. En el atardecer dorado de una playa o en el patio fresco de noches con olor a jazmín. En horas de largas siestas de quietud y penumbra veraniega y en tardes de cristales empañados, presumiblemente frías, aliviadas con el crepitar de unos leños.

Con la almohada por testigo o, quizá, en cualquier rincón apropiado de las ajetreadas salas de inmensos aeropuertos durante horas infinitas. Los libros, algunos libros al menos, terminan convirtiéndose en viejos amigos nuestros, siempre fieles y solícitos para compartir nuevas reflexiones desde sus lugares de reposo, definitivos o de paso. Nos abrazan y arropan en amargas horas de amargos sucesos, en horas felices y tranquilas y, también, en largas vigilias voluntarias u obligadas. En esperas deseadas, y... ¡cómo no! en muy dulces momentos de noches desveladas, preludios de amaneceres anhelados.

¡Siempre los libros! Desde su reposo en una estantería no pierden nunca su espíritu liberalizador y revolucionario en su acepción más amplia. Apretados y aparentemente silenciosos en su balda llegan a ser, muchos de ellos, una explosión de libertad, de conocimiento y de palabras desconocidas, llegando, en no pocas ocasiones, a incrustarse por las rendijas  del pensamiento, mezclándose para siempre.

Leer, es entre otras cosas, un extraordinario medio de transformación social y personal porque leyendo se aprende también a pensar, y esto encierra sus peligros para algunos sectores determinados.

Por este motivo, en momentos concretos del devenir histórico son un importante enemigo a batir cuando la barbarie cristaliza en el tejido social, difuminando las libertades conseguidas y los avances sociales, pisoteando así, los Derechos Humanos. Indignos periodos humillantes, de rápidos e implacables retrocesos y que pueden llegar a consolidarse en negras dictaduras y totalitarismos con la ayuda, en ocasiones, de la llave censora del "Nihil Obstat ". Otras veces, al menor descuido, surgen tentaciones que al consumarse terminan apartando o desheredando a las clases populares y desfavorecidas, de los libros, de la cultura y del conocimiento, condenándolas, de esta manera, a la dependencia y sumisión permanentes.

Los libros van modelando lentamente nuestra mirada hasta convertirla en osada y crítica hacia todo aquello que nos ciega o nos enfunda oprimiéndonos. Alguien dijo que " los viejos libreros nunca mueren". Tenemos la obligación de reivindicar siempre, y ahora más que nunca, su figura imprescindible en la defensa de las tan necesarias librerías de barrio como centros emocionales, como centros culturales y como centros de distribución de libros a quienes seguimos prefiriendo, a día de hoy, comprarlos en persona con todo lo que ello conlleva. Insisto. Con toda la magia, bondades e "inicios" que nos ofrecen cuando pasamos a su interior para zambullirnos entre sus mesas y estanterías.

Hablar de librerías es hablar de eso y de muchísimo más. Es hablar de libreras y libreros que nos proponen libros determinados, nos recomiendan novedades de acuerdo a nuestro perfil y preferencias, nos buscan y facilitan lo imposible incluso más allá de fronteras o descatalogaciones, nos obsequian con información única que suele ir en aumento a medida que nuestra relación con ellos crece y se consolida, y en la que también fluyen inesperadas e interesantes conversaciones. En definitiva, los libros son capaces de avivar y cultivar amistades ajenas al tiempo.

Atesoran pequeños secretos en forma de subrayados, interrogantes, señales, marcas y palabras solitarias o frases escritas en el margen o hueco posible de cualquier página. Incluso otras "cosas" materiales como las llamó Borges y que un día, adrede o por descuido, dejamos entre sus hojas, y ahí se quedaron.

Nos decía este escritor, a propósito de "las cosas"  (...) un libro, y entre sus páginas la ajada violeta, monumento de una tarde sin duda inolvidable y ya olvidada (...).

Ahora que ha terminado su lectura, titule este artículo si lo desea. El escritor Edmund Wilson nos dejó una reflexión que viene al hilo: "No hay dos personas que lean el mismo libro". Haciendo una interpretación libre de ella, yo añadiría en este momento... "o el mismo artículo".

Sobre el autor

José Antonio Espinosa

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