Instantánea de la Alameda Vieja. Foto de Sebastián Chilla
Instantánea de la Alameda Vieja. Foto de Sebastián Chilla

La primavera se asienta con delicadeza. Todo es bello en el arte cuando la crueldad es un témpano de hielo derritiéndose. A mí me gusta mucho el verso ese de Quevedo de "solamente lo fugitivo permanece y dura". He dedicado mis últimos cuatro años de vida a parecerme a la obra de Quevedo.

Andalucía luce esplendorosamente en primavera. Andalucía es la primavera. Me siento especialmente andaluz durante la primavera. Me gustaría pensar que, aunque no sea políticamente correcto decirlo en estos días, somos andaluces ocultos. Al fin y al cabo, como Cernuda decía "Andalucía es un sueño que unos cuantos andaluces llevan dentro".

Con la edad aprendemos a envolvernos en pliegues cada vez más ondulantes. Es decir, que la máscara se convirtió, al fin, en nuestra verdadera personalidad.  ¿Otra perogrullada? Blaise Pascal dijo: "Vale más saber alguna cosa de todo, que saberlo todo de una cosa". Esta afirmación nos lleva a los clásicos otra vez.  Cervantes escribía que ninguna semejanza hay que más al vivo nos represente lo que somos y lo que hemos de ser, como la comedia y los comediantes. ¿Solución aparente? Quedarse colgado como un cuadro de Umberto Boccioni en la pared de papel de nuestra amante favorita.

He procurado no olvidar mis remotas y ya desdibujadas humanidades en este proceso genuinamente totalitario de referéndum separatista. Una vez tuve el amor de mi vida. Por supuesto la cagué. Pensé que habría tiempo de arreglarlo. Desde entonces solo ha habido carreteras largas, asfaltadas y con baches.

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Daniel Vila

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