Cinco de enero

En 1918, el ateneo de Sevilla organizó una cabalgata de Reyes Magos para los niños pobres. FOTO: @SevillaInsolita

Venían de un paisaje en donde las palmerasconservaban su gracia oriental de abanico,con camellos y arenas de un lejano desiertoque guardaba en el atlas de mi frente de niño.

En la tarde de enero, ya con sombra en la plaza,mientras la fina lluvia llamaba a los cristales,ponía en la ventana los zapatitos leves,y era cada ruido un grito por mi sangre.

Yo recuerdo a mi padre enlutado y profundo,venas frías y azules en su mano de Greco,que llegaba nostálgico, cargado de envoltorios,con un vago misterio en sus ojos de acero.

Rubíes y turbantes, largos mantos heráldicos,iban cruzando, raudos, mi alegre duermevela,y llenaban mi cuarto de lunas y galopes,mientras, dulce, mi madre besaba mi cabeza.

Y era un fijarse siempre en el reloj doradocon pastoras traviesas y antiguos caballeros,y un devanar a solas mis sueños de ilusionespor el cristal inquieto de mis ojos sin sueño.

El alba deshojaba las rosas de la nochecon sus dedos de sombra, cuajados de rocío,y corría descalzo por la alcoba en la penumbraentre rojos caballos y sables de aluminio.

Y después -oh nostalgia de la vieja alameda:acacias y kioscos, valses de los domingos-paseaba confuso mostrando mis juguetescon la simple jactancia de mi orgullo de niño.

Rubíes y turbantes, largos mantos heráldicos,¿en qué enero perdido olvidaron mi reja?¿Dónde está aquel paisaje de climas y esplendoresy dónde aquel galope, dulce, en duermevela?¿Por qué mar o qué sierra, por qué senda ignoradase marcharon un día vuestros viejos camellos?Desde esta dura playa de la vida, mis ojosos siguen evocando cada cinco de enero.

Julio Mariscal Montes

(Poema incluido en la antología La mano abierta, Renacimiento, 2017)

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