Un cielo por descubrir

En cada paso, entre las arenas, siempre encuentras una mano amiga y un testimonio de fe

El banderín de Jerez, por el Coto de Doñana, con un cielo espectacular de fondo.
El banderín de Jerez, por el Coto de Doñana, con un cielo espectacular de fondo. LUIS BARRERA

Y se hizo el silencio en el Coto y entró Jerez. Lejos de querer ser una frase poética, verdaderamente eso fue lo que ocurrió, el miércoles 24 de mayo, cuando la Hermandad de Jerez llegó a Doñana. 

Mi compañero Paco M., periodista y yo, que soy entusiasta de la fotografía, iniciábamos una aventura de cuatro días para buscar la espiritualidad en el camino del Rocío, y si eso ya de por sí fuera un proyecto “poco” ambicioso, pretendíamos conseguir además, capturarla en voces e imágenes. 

No fue fácil ese primer día: contratiempos de todo tipo y cierto estrés laboral aún nos perseguían. Cruzamos el Guadalquivir por separado, como mandan las autoridades. Paco en su vehículo 4x4 en una barcaza y yo a pie en la de la Armada. Llegamos a Malandar, y una vez allí, no me encontraba a gusto con las ópticas que iba utilizando, y las imágenes que captaba con ellas no me elevaban un palmo del suelo. 

JEREZ CAMINA POR LA MARISMA
Jerez camina por la marisma.  LUIS BARRERA

Después del paso de caballistas, carriolas y vehículos de otras poblaciones de la provincia, por fin, el silencio reinaba en la naturaleza y comenzábamos a escuchar el grito silente del Creador. Mis amigos los milanos negros nos contemplaban con la serenidad de haber visto pasar muchos otros Rocíos, y en nosotros reinaba por primera vez la paz. Esa paz que viene de lo alto. La disfrutamos una hora o quizás dos, ¡qué más da si en el paraíso no se mide el tiempo! El Coto se detuvo e inmediatamente comprendimos el por qué: el banderín de Jerez marcaba un orden cuasi militar, un orden armonioso, que en silencio, casi pidiendo permiso al Parque de Doñana, se adentraba en él. Y de repente, todo cobró sentido: nuestra búsqueda, nuestro trabajo y nuestro reto. Empezábamos a contemplar y a vivir otro camino. No era solo el orden en la formación ecuestre y la elegancia en su pasar, era ese saber ser y estar de la Hermandad de Jerez. 

Llegaron los primeros saludos y con ellos las primeras alegrías. Algunos romeros eran conocidos nuestros de otros caminos, los de la vida, y de otras arenas más duras. Y entendimos por fin que los catavinos se reunieran y los mejores cantes clamaran una fe festiva y gozosa para reiniciar un camino que nos llevaría cada mañana, a las doce al rezo del Ángelus, y en la oscura noche marismeña al Rosario, hasta llegar a la aldea.

SIMPECADO DE JEREZ
El simpecado de Jerez.  LUIS BARRERA

Los días transcurrieron con rapidez y el sábado nos despertó la bendita y necesaria lluvia. Quiso limpiarnos del polvo para llegar los pies de la Virgen del Rocío. Una vez en la aldea pudimos sentir esa devoción a nuestra Madre del Cielo, de tantos rocieros que la miran y le rezan detrás de la reja, derramando lágrimas sobre sus mejillas, pidiéndoles que les alivie del peso de esa pesada mochila de sufrimientos y  sin sabores de la vida.

Y éste es el verdadero camino del Rocío, un camino de fraternidad, donde reina la alegría y la generosidad. En cada paso, entre las arenas, siempre encuentras una mano amiga y un testimonio de fe. Y cuando llegas a la aldea una voz te susurra al oído las mismas palabras que Cristo proclamó desde la cruz. “Ahí tienes a tu Madre” (Jn. 19,27).

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Luis Barrera.

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