Aumenta el número de mujeres africanas que recorren la costa gaditana en verano en busca de clientes a los que peinar para poder enviar dinero a casa.

Lola es jerezana y Nteye senegalesa. Ambas son madres y se encuentran en el mismo lugar, casi paradisíaco: una playa de Chipiona. Sin embargo, las razones que les han llevado allí son muy diferentes. La jerezana disfruta de una jornada de agosto en la costa, de descanso en familia. La senegalesa día sí, día también adorna el horizonte de la costa con su atuendo de colorido estampado, un pañuelo o una pamela, mientras realiza peinados y trenzas a turistas y vecinos.

Nteye tiene 52 años y llegó a España en 2009. En su país le esperan su marido y sus hijas, de 22 y 14 años, que aún estudian. Hasta hace unos meses vivía en Sevilla, donde cuidaba a una señora mayor. Después de cinco años se ha quedado sin empleo y como tantas otras mujeres africanas tira de oficio y tradición para poder enviar dinero a casa aprovechando el tirón de los peinados de su tierra: trenzas, trenzas y más trenzas. “Vine pensando que tendría una vida mejor, para ayudar a mi familia, y ahora las cosas se han puesto peor”. ¿Por qué no regresa? “Antes era cajera de un supermercado, hoy no tendría allí trabajo ni nada, y algo tengo que hacer”.

Desde el comienzo de la temporada estival vive en una habitación de un piso que comparte con un matrimonio marroquí. A diferencia de otras mujeres que se dedican a recorrer las playas en busca de clientas, Nteye siempre se coloca en el mismo lugar, puede hacerlo sin problemas porque es un espacio que le cede un conocido chiringuito de la zona. Allí cuelga un gran cartel con imágenes de los variados trenzados que realiza, y un carro de la compra cargado de sus instrumentos de trabajo. En la costa gaditana puede ganar hasta cinco veces más que en Senegal. El tupé es el más barato, solo cuesta 5 euros. Dependiendo del tipo de peinado el precio puede aumentar hasta los 150 euros incluyendo toda la cabeza de trenzas con extensiones y al que dedica casi una jornada completa de trabajo. De este último solo ha peinado a una clienta en todo el verano, lo recuerda y parece que sus labios insinúan una leve sonrisa, pero queda en eso, en un acto reflejo reprimido.
Mientras habla algo cohibida con lavozdelsur.es separa mechones de pelo y con abrumadora soltura hace trenzas a Laura, la hija de Lola, una joven de 14 años, vecina de la barriada Pío XII. Oyen lo que cuenta la africana y empatizan con ella, entienden el sacrificio que supone estar a miles de kilómetros de tu tierra, lejos de sus seres queridos, y no sólo eso, reconocen la valía del trabajo que desempeña bajo un sol de justicia. Pese a su juventud, es la tercera vez que Laura se hace las trenzas. “Le duran hasta tres años, el año pasado se las quité yo en Navidad. Son muy cómodas cuando te lavas la cabeza”. El único inconveniente es que las gomillas se derriten y se parten, pero ella se las cambia.

El peinado más caro cuesta 150 euros, incluye el trenzado de toda la cabeza y extensiones y le dedica casi una jornada completa de trabajo 

Para las africanas cambiar de look de forma habitual es un símbolo de estatus. Una mujer con recursos en Senegal puede tener unas tres o cuatro pelucas. Año tras año se consolida la moda de los trenzados en la estación veraniega y son más las que se ofrecen en las playas y los paseos marítimos de todo el litoral. La senegalesa, que se estrena esta temporada, niega que exista el menor atisbo de competencia: “Todas nos conocemos y nos llevamos muy bien”. En el caso de Nteye, una peluquería improvisada a pie de playa ha sido su salida momentánea a la crisis, el pan de sus hijas y el pasaporte para regresar. Laura, ya luciendo sus trenzas, vuelve junto a su madre Lola, su familia y sus amigos. Feliz por pasar otra jornada inolvidable de verano en la costa noroeste de Cádiz.

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María Luisa Parra

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