Mientras la ministra de Empleo presume de que los jubilados tienen ahora más poder adquisitivo que antes de la crisis, éstos le quitan la razón: "El Gobierno nos tiene abandonados".
Diez y media de la mañana en el centro de mayores de Las Angustias, en Jerez. Fuera, en la plaza en obras, el frío es tremendo. Ni siquiera al sol se está a gusto. Dentro del horrible edificio que un día albergó la edición en papel de La Voz del Sur, un buen número de pensionistas apura sus desayunos. Las tostadas y los cafés son aquí, al menos, la mitad de baratos que en cualquiera de los bares del entorno. Porque aunque a la ministra de Empleo, Fátima Báñez, se le llene la boca diciendo que nuestros mayores tienen más poder adquisitivo que antes de la crisis, afirmando que “han ganado un 0,02% de poder de compra” en los últimos diez años, esa alegría no se palpa aquí.
“Con lo que nos han subido la pensión —apenas un 0,25% anual en los últimos cinco presupuestos del Estado, lo que representa poco más de un euro— no tenemos ni para pagar el café. Bueno, aquí sí porque está más barato”, afirma Catalina, de 77 años, presta a desayunar un mollete con tomate junto a su marido Francisco, de 85 años y ex empleado de banca. Aunque ella trabajó como administradora de fincas durante una época, no cotizó lo suficiente para disfrutar ahora de una pensión. Sí la tiene su pareja, pero a pesar de cotizar durante 40 años, su prejubilación trajo consigo una reducción del 40 por ciento de su prestación. “Cuando me quede viuda fíjate lo que me va a quedar”, lamenta Catalina, que se muerde la lengua hablando del presidente Rajoy y la ministra de Empleo. Aun así, afirma que si los tuviera delante, les pediría que “probara a meterse en una casa donde entran 400 euros al mes y hay una familia entera que dar de comer”.
En otra mesa del comedor conversan Diego, de 77 años, y Antonio, de 76, guardias civiles jubilados. Ambos, que vivieron una benemérita más dura que la de ahora y una época en la que ETA tenía al cuerpo armado como uno de sus objetivos prioritarios, consideran que, a pesar de sus años de servicio, el Gobierno “nos tiene abandonados” porque “a los viejos ya no nos quieren para nada”. Junto a ellos, Miguel, de 82 años, taxista jubilado, de los que “empalmaba la noche con el día”, afirma que empezó a cotizar tarde, con los 40 ya cumplidos, lo que hace que su pensión no llegue a los 800 euros. Si no fuera porque “fui muy fatiga trabajando y algo pude ahorrar”, comenta que su situación sería más precaria. “Me da para ir tirando”, señala, además de indicar que tiene que ayudar a uno de sus cuatro hijos, en situación de desempleo. Esa función, la de apoyo económico en tiempos de crisis, ha convertido a los mayores en “la columna vertebral de las familias. Somos los que realmente estamos sosteniendo a la sociedad”, considera Catalina, que lamenta que “el Estado no se preocupe de eso, cuando muchos políticos, algunos sin estudios superiores o sin otro empleo conocido que el de la política, tienen sueldos de por vida”.
Esa idea del pensionista disfrutando de su merecido descanso y de la vida contemplativa es algo utópico en estos días, al menos para la gran mayoría, piensan. “Aquí solo tenemos para ir tirando, mirando siempre el monedero”. Pero si ellos se ven mal, peor futuro le deparan a la juventud: “Vosotros no lo tenéis negro, lo tenéis tiznado”.