Cuando despertó, tras un mes en coma inducido, no supo qué le había pasado. Hasta muchas semanas después, estuvo alucinando, creyendo que había comido ensaladilla en mal estado en la Feria del Caballo. O que le metían tapones de corcho en la boca para sacarle una muela de oro. "Era todo surrealista", dice Julián Pemartín, a quien en Jerez conocen como Julen.
Lo que en realidad le había pasado era que, con apenas 20 años, había tenido un accidente de moto que le había ocasionado una lesión medular que le impediría andar lo que le quedaba de vida. Parapléjico. Sin movilidad de cintura para abajo. Los médicos se lo soltaron sin medias tintas, varios meses después del choque, cuando fue consciente de la situación, y se le pasó el efecto de las ingentes cantidades de morfina que le estaban administrando.
Pero tiró para adelante. Con una entereza que, 28 años después, muestra sin tapujos. Porque a Julián Pemartín (Jerez, 49 años) le cambió la vida esa tarde de 1997 en la que, sin darse cuenta, se estrelló contra la puerta de un coche que abrió un conductor que se estaba bajando, en el centro de la ciudad, y saltó por los aires. Estaba de permiso, porque era militar, y acababa de volver de una misión en Bosnia. "Dentro de lo malo, pensé que me podía haber pasado algo peor allí", comenta ahora, como quitándole importancia.

Dos meses en la UCI pasó Julián, que estuvo un año hospitalizado. "Cuando me explicaron que no volvería a andar, que tenía una lesión medular, no tenía ni idea. Pensé en la médula ósea, no en la médula espinal, tenía solo 20 años", rememora ahora. "Pero al rato pensé que si lloro no iba a volver a andar, ¿entonces para qué llorar?".
"Era militar y esa disciplina me ayudó mucho a ser resolutivo", cuenta Pemartín, quien en el mismo hospital tuvo un espejo en el que mirarse. Un hombre de Sevilla, en su misma situación, que se movía en silla de ruedas y que era "muy activo". "Vino a verme y al verlo pensé que quería ser como ese tío", dice.
Y nada más salir del hospital, se echó a la calle. A unas calles que, a finales de los años 90, tenían muchas menos adaptaciones que las de hoy en día. Con incontables obstáculos que sorteaba con entereza, con el ímpetu y la inconsciencia, por qué no decirlo, propias de la edad. "Nunca me gustaron los hospitales, así que decidí aprender a vivir en la calle", cuenta.
Para entonces, empezaba a hacer rampas para acceder a negocios y algunos baños adaptados. Muchos menos que ahora. "Me tocó luchar con eso", reseña. "Hoy hay muchos más sitios accesibles, y con la edad ves las cosas de otra manera. Ahora paso de ir a lugares con escalones". Pero nunca dejó de conducir. Ni de coger otros vehículos, como quads, con los que se desplaza, con su silla de ruedas a cuestas, sobre todo a la playa.
"Quién sabe dónde estaría ahora"
"He aprendido que no hay dos lesiones iguales. Algunas son completas, otras incompletas. La mía es completa: ni siento ni muevo nada desde el primer día. Pero otros tienen sensibilidad parcial o mueven alguna parte. Es como cortar un cable lleno de miles de hilos: según cuáles se rompan, las consecuencias son distintas", explica Julián, de forma muy gráfica.

Antes del accidente, era militar. Entró en el Ejército en 1996, donde formaba parte de la Fuerza de Acción Rápida (FAR) —que luego se transformó en el Comando de Fuerzas Ligeras (FUL)—, y estuvo destinado en Alicante, Valencia, fugazmente en Pontevedra, y durante medio año en Bosnia. "Si no me hubiera pasado esto, probablemente habría ido después a Kosovo, Irak, Afganistán o Líbano, como mis compañeros. Quién sabe dónde estaría ahora", señala.
Su estancia en Bosnia le marcó: "Fue el mayor genocidio en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Allí se mataban entre ellos: serbios, croatas y bosnios; musulmanes; ortodoxos y católicos y musulmanes. Entonces no era consciente de la magnitud de aquello, pero ahora lo pienso y sé que me dio perspectiva para afrontar lo que me pasó".
Y prosigue: "También podría estar muerto, enterrado en algún sitio. La vida da muchas vueltas". A él le tocó quedarse en silla de ruedas. "No me quejo, tengo una pensión por una discapacidad del 89%", dice. Durante unos años, tras el accidente, llegó a regentar una zapatería, "pero decidí dedicarme a mí mismo".
Julián se explica: "Una lesión medular es como vivir sin que haya nadie al volante: tu cuerpo va por un lado y tu cabeza por otro. De repente sudas, tienes escalofríos, y resulta que es por una herida. Tienes que conocerte muy bien. Y eso lleva tiempo".
Y si no...
"Claro que a veces pienso cómo habría sido mi vida sin el accidente. Probablemente, habría hecho carrera militar, ascendido a suboficial, viajado por medio mundo... pero también podía haber muerto en una misión, así que no me quejo. Estoy contento con la vida que tengo. Siempre pienso que hay gente en situaciones mucho peores que la mía", dice Julián.

Él se defiende como "disfrutón", un hombre al que le gusta salir, estar entretenido. Inventar. Sin ir más lejos, la moto que lleva —así es como llama a la handbike que se acopla a su silla de ruedas, un motor que lo impulsa— la ha fabricado él mismo. "Le puse un manillar, una batería y ahora tiene 70 kilómetros de autonomía. Eso me da libertad total. Es comodísima", cuenta.
Una vida, la de Julián, que "cambió radicalmente" por un accidente que lo dejó "vivo, independiente, y disfrutando lo que puedo. Eso es lo que importa".
Día Internacional de la Lesión Medular
Cada 5 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Lesión Medular. La federación Aspaym (Asociación de Parapléjicos y Personas con Gran Discapacidad Física) organiza actividades dirigidas a la sensibilización y a la visibilización de sus reivindicaciones.
Cada año, más de 1.000 personas sufren una lesión medular traumática en España, según datos de la Sociedad Española de Columna Vertebral (GEER). Solo el 28% de los casos son operados durante las primeras 24 horas. Una intervención precoz puede marcar la diferencia en la reducción de secuelas y en la mejora de la calidad de vida.
Recuerdan desde Aspaym, por ejemplo, que el 62% de las personas con lesiones medulares ha tenido que costear por completo la adaptación de su vivienda. O que el 46% paga de su bolsillo el transporte adaptado. Cuatro de cada diez gasta más de 600 euros mensuales en cuidados, y más del 71 % asume la mitad o más de esos gastos. Son datos del informe Aspaym Innova.
Las reivindicaciones del colectivo, que este jueves ha estado, por ejemplo, en el Ayuntamiento de Jerez para trasladar sus necesidades y demandas, pasan por pedir también una intervención "precoz y homogénea", que haya "acceso garantizado a hospitales de referencia" —como el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo, el Hospital Universitario Vall d’Hebron y la Unidad de Lesionados Medulares del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla— y también "atención a largo plazo para personas con lesión medular crónica".



