En bici por el pueblo a los 101 años: la historia de Eugenio Ropero, el bisabuelo de Maribáñez más en forma del mundo

"A veces creo que Dios se ha olvidado de mí", dice con media sonrisa este ángel de la guarda del pueblo, al que llegó cuando aún no habían trazado las calles, después de haber trabajado con normalidad hasta ser nonagenario y ahora, con 101 años, se pasea en bicicleta como si tal cosa

Eugenio Ropero, el bisabuelo de Maribañez.

Eugenio Ropero Caballero lleva 37 años jubilado, o sea, bastantes más de lo que el común de los mortales aspira a haber cotizado cuando se jubile. Su quinto hijo, Juan, que vive con él, le saca el tema con cierta retranca cuando se tercia la conversación: "Los de la Seguridad Social te van a meter en la cárcel". Y él hace como que se asombra, pero ya está acostumbrado a ese sarcasmo de los años que lleva cobrando y no teme defenderse, lógico en alguien que, con cinco añitos, ya estaba cuidando pavos en Las Lagunillas, aquella aldea de Priego de Córdoba en la que nació, y que con más de 90 años y a pesar de la jubilación, seguía descargando sacos en la cooperativa agrícola de Maribáñez, esta otra pedanía de Los Palacios y Villafranca a la que llegó el primero, antes de que se construyese, allá por el año 1967, pues era el guarda de las obras de este poblado de colonización en el que él, su mujer, Araceli, y sus cuatro hijos, habitaron la primera casa. Solo Juan, el pequeño, nació aquí. 

Eugenio tiene hoy seis bisnietos, la mayor de 25 años. Pero, en la práctica –mucho más real que la propia sangre-, Eugenio es el abuelo de todo el pueblo, como demuestra el cariño de cualquier vecino por este patriarca cariñoso, conversador, generoso y absolutamente en forma que cada día es el primero en recorrer sus calles, para los recados que hagan falta en casa, en su vieja bicicleta. "Me duelen menos las piernas en la bici que cuando me quedo aquí sentado en el sillón", asegura, y parece verdad en alguien que con 101 años no padece ninguna enfermedad. "No tiene azúcar, ni colesterol ni nada", señala su hijo cuando él, algo menos optimista, recuerda que le duele un poco la rodilla izquierda… Hasta que se monta en la bicicleta y se le olvidan los dolores. "Una vez, hace como cuatro o cinco años, fui al médico para que me operara la rodilla", cuenta con gracia. "Pero el médico no estaba dispuesto a operarle la rodilla a alguien que tenía más de noventa años ya", interviene su hijo. "Y cuando le expliqué a aquel señor que necesitaba operarme porque me costaba empujar el pedal de la bicicleta, lo que me recetó fue que me olvidara de la bicicleta", sonríe él. Por supuesto, en cuanto padre e hijo salieron de la consulta estuvieron de acuerdo en no volver. "Yo antes le insistía mucho en que no saliera tanto, pero ya no le digo nada", dice Juan, convencido de que la salud de su padre se alimenta de su propia libertad… Este pasado invierno, ha sufrido una neumonía, pero nada grave, "porque no hizo falta ni que fuera al médico". 

Eugenio Ropero, narrando su historia. MAURI BUHIGAS

En rigor, Eugenio ha ido poco al médico. La primera vez, cuando el servicio militar, en Madrid, allá por el año 1943. Había tanta hambre –y no solo en el ejército–, que se apuntó a un reconocimiento médico. Cuando lo auscultaron, dijo que le dolía en el costado, y uno de los doctores se apresuró a diagnosticarle apendicitis. Él no lo puso en duda. "A mí no me dolía nada, pero me callé porque allí comía todos los días", cuenta con picardía más de 80 años después… En el hueco de la mano simula el tamaño del pequeño panecillo que le hubieran dado al día si no llega a estar ingresado. Salió sin apéndice, pero repuesto del hambre mes y medio después. 

Hoy en día sigue comiendo de todo. "Y bastante", ratifica su hijo, que solo colabora en el almuerzo… "El desayuno y la cena se los hace él solo". Eugenio se baña, se afeita y se viste solo. Oye perfectamente y nunca ha necesitado gafas, aunque se operó de cataratas "hace ya mucho tiempo". Y cada mañana recorre Maribáñez en bicicleta, hace recados, charla con quien se encuentra y "visito a los enfermos", insiste, "porque hay gente impedida en su casas que, como yo no vaya a verla, no habla con nadie…". 

De cortijo en cortijo

Cuando Eugenio llegó a Maribáñez, el 14 de diciembre de 1967, no era ningún chiquillo, pues le faltaban apenas dos semanas para cumplir 45 años, tenía ya cuatro hijos y fue, desde el principio, el patriarca de aquel mundo tan reciente que muchas cosas carecían de existencia y, para inventarlas, había que ejercerlas por las bravas. No solo ejerció de albañil, sino también como practicante para el pueblo naciente, pues había aprendido a aplicar las inyecciones desde los tiempos en que llegó con su mujer, embarazada, al cortijo de Juan Gómez, a comienzos de aquella década prodigiosa en que a él le había cambiado la vida por abandonar otro cortijo en Osuna en el que se había acostumbrado a vivir con el señorito, el ingeniero en cuyas tierras había aterrizado su padre justo después de la Guerra Civil. "Mi padre tuvo que vender la casita de Las Lagunillas y llegamos a Osuna cuando yo iba a cumplir ya los 18 años", rememora Eugenio como si lo estuviera viendo. "Luego me salió lo de Juan Gómez y allí me fui, y como el médico no quería venir porque esto era todo de barro, me enseñó a mí a poner las inyecciones". 

A sus 101 años no abandona la bicicleta. MAURI BUHIGAS

Y así fue como, al terminar de administrador y contable en la primera cooperativa agrícola del recién nacido Maribáñez, y antes de que le dieran seis hectáreas de tierra que le han sobrado para mantener a su familia, también se convirtió en el encargado de enseñar a los jóvenes los oficios más rudimentarios para terminar de construir el pueblo, de regañar a los chicos para que no se salieran de los límites marcados por sus padres y hasta de ejercer de alcalde oficioso y entrañable cuando aún no había aterrizado por allí ni el rey Juan Carlos I, entonces príncipe, que visitó la pedanía, blanca como una paloma… "Eso fue en el 71", recuerda con precisión. 

Lluvia de homenajes

"Yo creo que Dios se habrá olvidado de mí", viene diciendo con cierta sorna Eugenio desde que cumplió los cien años, el 26 de diciembre de 2022. Así lo ratifica una placa en la puerta de su casa y otra que da nombre a la calle en la que vive después de los fastos que se vivieron entonces, con homenajes de la cooperativa en la que trabajó toda la vida hasta que resultó feo que un hombre con más de 90 años siguiera descargando sacos. "Ya lo hacía muy poco, pero había muchas veces que no encontraban a jóvenes y les echaba una mano", asegura quien jamás ha dudado en echársela a quien haga falta, como aseguran sus mil vecinos, del primero al último. De hecho, su 100º cumpleaños se convirtió –y por algo sería– en una parranda que no pareció tener límites y a la que se apuntaron las fuerzas vivas del pueblo, las asociaciones locales, el Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca con su alcalde, Juan Manuel Valle (IP-IU), a la cabeza, los curas de media comarca, el arzobispo de Sevilla, monseñor José Ángel Saiz, medios de comunicación incluso del extranjero y hasta el presentador Juan y Medio, de Canal Sur, que no daba crédito ante la lozanía de un anciano tan fuera de lo común que seguía enamorado de su esposa, Araceli, como cuando se casó con ella en 1953…

Eugenio, genio y figura. MAURI BUHIGAS

 "Siempre me llevé muy bien con mi mujer", recordaba Eugenio. "Y trabajamos mucho durante años, pasándolo bien cuando se podía, pues hasta hicimos nuestros viajes". Eso fue cuando los niños habían crecido. "Fuimos a Alicante, a Benidorm y hasta a Tenerife, una semana", cuenta, muy sorprendido por la gesta. Araceli falleció en 2005, y cuando Eugenio lo refiere se hace un silencio en la salita que dura más que todos los demás. "Fue una negligencia médica, pero no se pudo hacer nada", recuerda su hijo Juan. "Si no", tercia Eugenio, "estaría todavía aquí con nosotros, porque ella estaba estupendamente. Todo fue de un día para otro". La familia de ambos ha sido tradicionalmente longeva, y Eugenio recuerda todavía a un par de tíos que llegaron a los cien años o estuvieron a punto de cumplirlos.  

Una historia de vida.   MAURI BUHIGAS

Mientras Eugenio nos ofrece un café y declinamos la propuesta educadamente, se da cuenta de que al día le queda la última hora de luz. "A estas horas anda él normalmente por ahí con su bicicleta", nos informa su hijo. Y él se levanta como quien va al baño, pero en realidad sale al corral de esta casa que hace medio siglo fue la piloto del pueblo y que hoy es un auténtico lujo rural, ayudado de su bastón. Lo suelta en cualquier parte y agarra su vieja bici, que ni siquiera tiene frenos. "No le hacen falta, porque yo voy despacito", explica él. "Lo que sí me hace falta es el cajón, para los mandados". 

Y sale como Eugenio por su casa, aprovechando que una de sus nietas acaba de abrir la cancela para entrar con el coche y dejarlo estacionado junto al pozo y la ropa tendida al viento de la tarde, impulsada como va el propio Eugenio por esa brisa que lo acaricia en la fortuna de que "seguimos aquí hasta que Dios quiera", como él dice, sin preocupaciones, sin móvil, sin prisas, sin culpas, porque ya ha cumplido con la vida y ahora la vida sigue cumpliendo con él… 

 

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