Sopla el levante y a medida que avanza la mañana, el viento coge más cuerpo y provoca que hasta la arena pique.  Pero aquí a nadie parece molestarle: ni a las vacas de retinto que descansan casi en la orilla de la playa de Bolonia ni a ninguno de los lugareños de esta aldea de Tarifa que aún, en el mes de octubre, sigue aprovechando el turismo de alemanes que apuran sus vacaciones. El levante, cómo no, forma parte de sus vidas y permite que Bolonia no haya sucumbido a un turismo masivo y configure un ecosistema que es su mayor riqueza.

De la flora, fauna y de todo este entorno saben bien los pequeños del Colegio Público Rural Campiña de Tarifa, uno de los ocho centros rurales que la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía tiene en Cádiz. Una provincia en la que una escuela rural puede estar en la ladera de una montaña o pie de playa y al lado de unas de las más importantes ruinas romanas.

El de Bolonia es uno de los tres centros en los que se divide el CPR Campiña de Tarifa con escuelas también en Tahivilla y en La Zarzuela. En Bolonia hoy esperan visita: llega el nuevo auxiliar de conversación de inglés, puesto que es el primer colegio rural de la provincia que se ha adherido a la red de centros bilingües. A su director, José Triviño, se le acumula el trabajo y a la llegada del nuevo ayudante, se une nuestra visita y trabajos de mantenimiento. Pero aquí parece que el tiempo se gestiona de una manera más eficiente

Construida entre los años 87-88, la escuela de Bolonia, está formada por dos edificios en medio de un gran jardín que es el patio de los alumnos. Es el centro que más pequeños alberga, 54 de los 106 que hay entre los tres. La plantilla de profesores está formada por 22 profesionales, algunos de ellos, itinerantes: son los especialistas de disciplinas como  música o inglés que tienen que desplazarse una media de veinte kilómetros entre centros. “Aquí los cambios de clase son de veinte minutos o media hora entre que vas a un centro o a otro”, explica el director del colegio.

colegio_rural_bolonia-20.jpg Alumnos del colegio rural. FOTO: MANU GARCÍA

Por ser el más numeroso, el de Bolonia es el que más ciclos educativos tiene, desde Infantil hasta primer ciclo de la ESO y la convivencia entre alumnos de diferentes edades es otra de las ventajas de este tipo de educación. La rural, y en este entorno, permite una educación casi personalizada, manipulativa, con juegos educativos y por proyectos. “Nosotros no dedicamos más de dos horas al lápiz y la goma. El libro de texto es una herramienta de trabajo más pero no es el único recurso”, explica Miguel, profesor de 1º y 2º de Primaria. Y todo, dentro del programa educativo y los objetivos que marca la Consejería.

La diferencia es el número de alumnos, el entorno y “un equipo directivo valiente que apuesta por otros métodos educativos”. “Esto es un oasis, un cuento de hadas, aquí podemos aplicar las técnicas que hemos estudiado en la carrera, como el constructivismo. Trabajamos una educación vivencial”, pero "no es real, no lo es común". E insiste Miguel: “Damos todos y cada uno de los contenidos y echamos muchas horas extra de tu propio tiempo personal para dar clases distintas".

"Nosotros no dedicamos más de dos horas al lápiz y la goma. El libro de texto es un recurso más, no el único"

La diferencia está en la metodología y en el aprovechamiento de los recursos naturales. Los alumnos de la escuela de Bolonia participan en programas de la Fundación Migres del Ministerio de Agricultura y Pesca o, incluso, ponen en marcha proyectos de investigación y recuperación, como el de chorlitejo patinegro, una especie de ave autóctona y que está desapareciendo porque la gente pisa sus huevos en la playa de Bolonia. Ante ello, el colegio puso en marcha una campaña de información y recuperación haciendo incluso toda una señalítica de madera que hicieron los propios alumnos.

El patio de recreo del colegio es un jardín donde los pequeños juegan a juegos de siempre. FOTO: MANU GARCÍA

Famoso fue el proyecto de Recuperación de la gallina andaluza que puso en marcha el colegio y que les llevó a tener una producción propia y una implicación total de los alumnos en la recuperación de la especie. Otros de los proyectos del Campiña de Tarifa son las guías didácticas del litoral tarifeño o de árboles y arbustos de Tarifa. Verdaderos programas de investigación puestos en marcha por el profesorado del centro y desarrollado por los alumnos y que conservan en papel y como oro en paño en una de las zonas de la biblioteca que hace unos años abrieron en la buhardilla del edificio principal.

Tras una puerta verde corredera y una escalera de caracol, se accede a una biblioteca dividida en tres espacios: la propia sala de consulta, una habitación de lectura y relajación para los más pequeños que es una suerte de chill out educativo con colchones en el suelo y otra pequeña habitación donde se exponen como auténticas obras de arte, dossieres con los proyectos elaborados por el colegio. No sólo de naturaleza. Famosa también es la guía didáctica de rutas arqueológicas de Bolonia, que realizó el colegio. Qué mejor que visitar Baelo Claudia para conocer a griegos y romanos…”Nosotros tenemos siempre las puertas abiertas”, explica José. El Campiña de Tarifa fue seleccionado como un centro con prácticas educativas de éxito por la Agencia Andaluza de Evaluación Educativa.

Las dificultades de nivel se localizan sobre todo entre los niños que saben leer y los que aún no han aprendido

Pero todo no es tan idílico. Enseñar a alumnos de distintas edades implica serias dificultades a la hora de abordar las clases. En Infantil, por ejemplo, donde la escuela de Bolonia tiene a ocho pequeños, las diferencias de desarrollo entre un pequeño de tres años y otro de cinco son más salvabables educativamente hablando pero la dificultad se localiza, sobre todo, entre los niños de primero y segundo de Primaria porque hay una diferencia que los separa enormemente: la lectoescritura. “Menos mal que este año tenemos suficientes niños para formar un grupo de primero y otro de segundo”, juntos, eso sí, en el mismo aula.

Las distancias entre las escuelas es otra de las dificultades y por eso, estos son centros son considerados de difícil desempeño. Francisco es el profesor de Música y él es uno de los itinere, que va de un lado a otro. Hoy está en Tahivilla, el segundo centro más numeroso del Campiña Tarifa. Las cigüeñas del campanario del colegio explican el dibujo identificativo de su escudo y este año, los alumnos asistieron al anillamiento de los nuevos cigüeñinos a los que, por supuesto, bautizaron: Enrique y Víctor.

El director muestra uno de los proyectos de investigación realizados por el colegio en una de las zonas de la biblioteca. FOTO: MANU GARCÍA

Allí en Tahivilla, estudian 29 alumnos y las diferencias con el centro de Bolonia, se notan desde el principio. En la aldea playera, hay pequeños de Bolonia, de los cortijos cercanos y extranjeros del norte de Europa pero en Tahivilla, la población educativa es toda local. Con una población de unos 500 habitantes, el nacimiento de niños es algo celebrado en todo el pueblo. “El año de Nerea, no nació ningún otro niño más”, explica Isabel, la profesora más veterana. Ella, lleva 26 años en la escuela y considera que este tipo de educación tiene, “como todo”, “cosas buenas y malas”. Bolonia, dice, “es un mirlo blanco”: un mayor número de niños y un entorno privilegiado. En Tahivilla, hay este año un alumno de primero de la ESO y dos de Segundo. “Se ayudan mucho entre ellos y en materias como Naturales o Sociales se dan los mismos temas pero se adaptan las actividades a cada ciclo”.

La Zarzuela es donde menos alumnos y ciclos hay pero, a pesar de las distancias, los centros están muy conectados entre sí. Una vez al trimestre, todo el alumnado y el profesorado se traslada a un centro. Como su biblioteca itinerante, más de veinte kilómetros para llevar la cultura de una punta a otra de la campiña tarifeña.

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Vanessa Perondi

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