Si Charles Dickens se hubiera dejado caer por Jerez de la Frontera seguramente se hubiera fijado en Ramón Manzano, el amigo de todos, una auténtica celebridad en el centro de la urbe. Su día a día transcurre en una de las esquinas de la plaza del Arenal, donde cada jornada despliega, en una vetusta maleta de ruedas, la mercancía que le permite sacar algunos euros para poder sobrevivir. Nos referimos a decenas libros. Títulos de toda índole: desde grandes clásicos de la literatura, hasta biografías de personajes, best sellers o cuentos infantiles. Revistas o grandes tomos. Todo cabe en su puesto. El caso es que Ramón no adjudica un precio para cada libro. El público que pasea curioso por el Arenal decide la cuantía, incluso se puede llevar gratis el ejemplar que anhele. Simplemente debe "dejarse caer". Hay un cartel que reza: “Hola. Hoy aquí un libro gratis por su voluntad”.

“La gente que se lleva libros suele poner algo de dinero, la verdad”, comenta Ramón. La vida de este dandi de los tabancos daría para un novela de Kennedy Toole. Nació en las inmediaciones de la plaza del Arroyo; en aquel barrio creció, jugó y se educó antes de irse a vivir a San Miguel, donde reside actualmente. Desde muy pequeño comenzó a trabajar, como se hacía antaño. Primero acompañando a su padre: “Vendíamos castañas en otoño y helado en verano. Siempre tuvimos algo que vender: en navidad, zambombas, panderetas y golosinas. Todo lo que nos diera dinero porque teníamos una familia que alimentar”, explica a lavozdelsur.es. “He hecho de todo. Trabajé en lo que ahora es el bar Juanito, antes llamado Los Faroles. Fui un gran camarero. Más tarde llegué a fabricar con mis propias manos cal viva para la gente que pintaba fachadas en un galería cercana al Arroyo. Después fui transportistas de paquetería en una especie de triciclo. A lo largo de mi vida hice lo que tenía que hacer para salir adelante”.

Ramón Manzano, en un momento de la entrevista. FOTO: MANU GARCÍA

Y tanto que lo hizo. Ramón es un Eddie Felson en clave jerezana, siempre haciendo funambulismo para sobrevivir. Un buen día, de la noche a la mañana, se hizo librero: "Lo de ahora se me ocurrió cuando me dieron un montón de libros. Decidí a venir aquí, ponerlos y que la gente me diera lo que quisiera. Llevo ya casi diez años”, relata Ramón. Pero su historia no es, ni mucho menos, un cuento de hadas: “Mi mujer me echó a la calle. Yo vivía en Valencia con ella pero todo se torció: Vete a tu pueblo, me dijo” y tuve que regresar". Nuestro protagonista, que ha dejado atrás a sus cuatro hijos, prefiere no ahondar en ese trance emocional pero desvela algunos detalles de esa etapa: “allí fui camarero de bingo. Lo ganaba bien, casi 120.000 pesetas de aquel entonces. Llegué a ser el encargado. Ganaba mucho con las propinas, más que el sueldo”.

Más vueltas que una noria ha dado la vida de Ramón, que se muestra tan inquieto como reflexivo. Hay una pizca de nostalgia en sus ojos. Él lo cuenta todo con buen humor, siempre al borde de la autoparodia: “¡Me gusta la vida! Yo te canto, te bailo, te cuento un chiste, todo lo que quieras. ¿Sabías que Arévalo es amigo mío? ¿Y que una vez tomé una cervecita con mi amigo Gila? Yo conozco a un viaje de gente. De aquí conozco o he conocido a los mejores: El Terremoto, Pansequito, Tomasito, el Agujetas, el Rompetechos, El Capullo de Jerez, to esa gente ha estao conmigo en los tabancos. Yo es que me meto hasta en la sopa”.

Ni en Semana Santa desmonta su chiringuito. Por las mañanas sigue abriendo su puesto de libros, si no llueve claro: "Yo soy creyente, fui hermano en Santa Marta, un buen cofrade. Pero lo tuve que dejar". Ahí está él, con su colección de sombreros, uno para cada momento del año: "Ahora tengo este verde, muy de verano. Así le doy color a la plaza", sonríe. 

Una mujer divisa los libros del puesto de Ramón. FOTO: MANU GARCÍA

Ramón parlotea con toda persona que se le acerca. Algunas muestran empatía, otras son más desconfiadas. En cualquier caso, él es una persona muy conocida en el Arenal. Vecinos, trabajadores y camareros de la zona le saludan e incluso hay un grupo de mayores que pasan el tiempo con él cada mañana, charlando. No se separa de su inseparable Jero, un perrito que lo acompaña allá donde va. Hace poco este can fue protagonista en las redes sociales en Jerez porque había desaparecido. Ramón y los vecinos no lo encontraban y pasaron un buen susto: “Resulta que se lo llevó el Seprona, pero al final me lo devolvieron”, recuerda.

Desde entonces Ramón y Jero (que tiene un hijo llamado Leo) son indisociables: “Me lo llevo a todos lados. Ahora se vendrá conmigo a Valdelagrana, Julio y Agosto. Allí me pongo con mis libros al lado de la oficina de turismo. Vamos en el tren o en el bus, me llevo al perro y mi hamaca. Y luego me quedo allí a dormir si hace falta”.

Es lógico que Ramón vaya a donde pueda sacar algunos euros, asegura que en Valdelagrana tiene más éxito que en Jerez: “Hay días buenos, hay días malos y hay días peores. Algunos días no me llega ni para ir al Polvillo (una tienda cercana) a por un bocadillo y una cerveza. Depende. Hay libros que lo valoran muy bien, hasta diez euros me han llegado a dar por alguno. Y yo les digo que se lleven otro si quieren. Yo tengo libros muy buenos, algunos valen 20 o 30 euros”, explica. Su situación económica, como tanta gente en Jerez, es muy precaria: "Tengo alguna ayuda para mantenerme y después lo que reúno con los libros. Espero jubilarme pronto. Quizás en dos o tres años. Creo que ya he trabajado suficiente”, concluye.

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Alejandro López Menacho

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