Anabel y Alex, confinados en un velero en una isla del Caribe: su vuelta al mundo tendrá que esperar

Una pareja, ella sevillana y él castellonense, se encuentra en Martinica, una isla francesa donde han hecho un parón forzoso al proyecto que emprendieron hace unos meses

Anabel y Alex, en el Intrépido.

José Alberto Aleixandre, más conocido como Alex, llevaba varios años con una idea clara: iba a dar la vuelta al mundo en su velero. “Llegué a una edad en la que tenía un piso, negocios, una familia… pero las cosas no iban bien. Me pregunté: ¿con esto soy feliz? Y la respuesta era no”, cuenta Alex, un castellonense —de Villarreal, concretamente— al que su padre, su "gurú", lo animó a embarcarse en una aventura que dio en llamar Intrepido Experience. Lo acompaña Anabel Torrejón, vecina de la localidad sevillana de El Cuervo, su pareja de vida y de proyecto. Dos enamorados de la navegación que, tras años de formación y preparación del barco, zarparon de Burriana (Castellón) el pasado mes de diciembre y a los que el coronavirus ha confinado en la isla de Martinica, en pleno Caribe, aunque perteneciente a Francia.

“Nuestra vida navegando ya es aislada, pero ahora tenemos la limitación de no poder movernos”, cuenta Torrejón. Una vez al día, durante una hora, salen del velero y se dirigen hacia la isla, para pasear o hacer compras, como establece el Gobierno francés en todo su territorio. El resto del día lo pasan en el Intrépido, su casa desde hace unos meses. “Estamos fondeados enfrente de un pueblo, para comprar cogemos una lancha”, relata Anabel. La isla tiene unos 190 casos de coronavirus, aunque se encuentran lejos de la capital, mayor foco de contagios. “Estamos bien, no hemos sentido el pánico que se ve en otras partes del mundo”, relata ella.

Intrepido Experience, además de un medio para “abandonar ataduras” de Anabel y Alex, es un proyecto que contempla la participación de personas como parte de la tripulación durante algunas de las etapas previstas. En la primera, entre Burriana y Algeciras, se embarcaron varios vecinos de El Cuervo, conocidos de Anabel, “que no habían navegado nunca”, y también estuvieron acompañadas en la ruta entre Cádiz y las islas Canarias y en el tramo hasta Cabo Verde. Desde su llegada a Martinica están solos. “No nos hemos puesto en contacto con nadie, ni hemos hablado con nadie, ni hemos tocado a nadie”, relata ella.

“Mucha gente tiene la idea de conocer el mundo y no existe mejor manera que con un velero, que es capaz de llevarte por todos los rincones de este mundo y ofrecerte una de las mejores experiencias en plena naturaleza”, recoge la web del proyecto. “Nos preparamos para muchas cosas, hice cursos de patrón profesional, de operador radio, de seguridad…. He intentado prepararme y preparar el barco para cualquier cosa, pero esto no lo esperaba nadie”, cuenta Alex. “Es una aventura con mayúsculas”. La idea de la pareja es partir de Martinica, como muy tarde, a principios de junio, cuando comienza la temporada de huracanes en la zona. Por eso manejan tres opciones: “Ir hacia el oeste, a Panamá —parar en Curaçao sería estupendo—; esperar y si viene un huracán, que se sabe con seis días de antelación, ir hacia el sur a Trinidad y Tobago, aunque es una opción arriesgada; o regresar a España, aunque es un mes de navegación y no es tan fácil”, relata Alex. Él, personalmente, prefiere la primera opción.

“Han sido años de preparación. Dar marcha atrás ahora sería complicado y no sabemos tampoco si podremos volver. Intentaremos continuar”, dice decidido el patrón del velero. Lo cierto, cuentan Alex y Anabel, es que estar confinados en Martinica no les supone “gran esfuerzo”. “No son muy diferentes los días a los que teníamos antes”, dice él. “La vida de los marineros, un día normal, consiste en levantarse, desayunar, hacer una lista de cosas que reparar, comprar accesorios si hacen falta, y ponerse a trabajar. Luego comemos, nos damos un baño, por la tarde salimos a pasear y algunas noches a tomar algo donde estemos fondeados. Nos han quitado esa parte lúdica, nada más”, cuenta Alex.

Anabel y Alex, en una playa de la isla de Martinica.

José Alberto Aleixandre, de 47 años, está enamorado de la náutica desde hace más de dos décadas. Este empresario castellonense, que está al frente de dos compañías de telecomunicaciones, llegó a la náutica gracias a un desamor. “Me dejó mi primera novia, a punto de casarnos, y mi padre me propuso que practicara algún deporte que no hubiera hecho nunca. Mi jefe de entonces, con 20 años, tenía un catamarán, probé y dije esto es lo mío, esta es mi vida. Me metí de lleno”. Desde ese día, empezó a competir en regatas por el Mediterráneo, el Atlántico, el Cantábrico, la Bretaña francesa, Cerdeña… y no ha parado. Llegados los 40, “había hecho todas las cosas que creía que me servirían para ser feliz y no lo era”. Su padre, una vez más, lo empujó a buscar su felicidad. Dar la vuelta al mundo en velero era su sueño y lo está cumpliendo, coronavirus mediante.

Anabel Torrejón es enfermera. Una vez que terminó la carrera, en plena crisis, se fue a Inglaterra a “coger puntuación”, y regresó a España para trabajar en Palma de Mallorca, donde ha estado cuatro años. En Ibiza conoció a Alex. “Este era su plan, yo me he metido por medio”, dice. En una embarcación se conocieron y fueron mascullando una aventura que están viviendo juntos desde finales de 2019. “Al principio, cuando me lo propuso, me lo pensé mucho, pero sin darme cuenta ya estaba involucrada en el proyecto”, relata. “Es una manera de vivir diferente, a nosotros nos da la vida”.

“Lo más complicado es tener a la familia tan lejos”, dice Anabel. “Mis padres me respetan, pero no les gusta nada esto. Todos los días me preguntan si me vuelvo. Es algo que elegí y que tiene muchas horas de trabajo, formación, de ver cómo funcionan las leyes de cada sitio... No es tan sencillo como se ve desde fuera”, señala. El proyecto, de momento, continúa adelante. A Alex le preocupa, sobre todo, “qué va a pasar a partir de ahora, cómo van a reaccionar los países a este miedo. Pero soy un tío positivo y estoy seguro de que todo va a salir bien”. Anabel, además, lleva consigo un objeto que para ella tiene un gran valor sentimental: la bandera de su pueblo que le entregó el Ayuntamiento. “La ponemos de vez en cuando para que se vea, cuando se puede. Llegará de nuevo a El Cuervo”, vaticina. La fecha exacta la “decidirá” el coronavirus.

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