Ansiolíticos y alcohol para no sentir ansiedad: "Me daba vergüenza admitir que estaba cansada de vivir"

Tres jóvenes andaluces relatan la importancia de la asistencia psicológica gratuita y la necesidad de normalizar los problemas de salud mental en la sociedad: “Nunca fui al psicólogo, aunque había días que realmente pensaba en morirme"

Ansiolíticos en una imagen de archivo.
Ansiolíticos en una imagen de archivo.

Los llaman la generación de cristal porque están tristes y lo admiten. Los jóvenes han conseguido poner la salud mental en el punto de mira de políticos y estudios de salud, han alzado la voz y han dicho que no están bien y que necesitan asistencia psicológica gratuita sin meses de espera para ser tratados. España dedica apenas el 4% de la inversión en sanidad a salud mental la media europea es del 5,5%  y en la red pública hay 11 psiquiatras por cada 100.000 habitantes.

Según los datos del observatorio estatal del suicidio, en 2020 se quitaron la vida en España 3.941 personas. El suicidio es la primera causa de muerte no natural: provoca casi el triple de víctimas que los accidentes de tráfico, 13,6 veces más que los homicidios y casi 90 veces más las asesinadas por violencia machista. Con 300 muertes por esta causa, el suicidio es, después de los tumores (330 defunciones) la principal causa de muerte entre la juventud española de 15 a 29 años.  Asimismo, los datos del Instituto Nacional de Estadística, Andalucía es la segunda comunidad autónoma con más intentos de suicidios en España, por detrás de Cataluña, en las edades comprendidas entre 15 y 29 años.

M.V, de 24 años, que prefiere mantener su anonimato porque dice que tiene aún este tabú sobre la salud mental, reconoce que al principio nunca se paró a reconocer que podía tener problemas mentales, sino que eran situaciones habituales que creía que debía tener cualquier persona: “Empecé con los ataques de ira de adolescente porque tuve problemas en casa. Mi familia se rompió cuando era muy pequeña, mi padre se fue y yo me quedé sola con mi madre. Ella, tras el abandono sufrió una gran depresión. Yo era una niña y tenía que cargar con eso”.

Eso fue el desencadenante: “A veces, no podía más y explotaba contra ella, golpeaba las puertas y hasta a mí misma. Me sentía muy sola y empezaba a vomitar de los nervios”. La joven cuenta que nunca se paró a pensar que tenía que ir al psicólogo, tampoco en su familia nadie se le había ocurrido. “Nunca fui al psicólogo, aunque había días que realmente pensaba en morirme. He tenido pensamientos suicidas toda mi vida, porque suelo tener bajones, sentir que no valgo nada. Es lo que más vergüenza me ha dado reconocer, que estaba cansada de vivir cuando a simple vista parecía tenerlo todo”, cuenta a lavozdelsur.es

M.V: "He estado tomando diazepam durante tantas noches que he perdido la cuenta"

Empezó a ir a terapia tras una relación en la que sufrió maltrato psicológico. “Me llevé tres meses sin comer, llorando prácticamente todos los días. Sentía que no valía nada, que daba igual si me quitaba del medio. Me di cuenta de que era una persona muy sensible, que sentía las cosas mucho y no sabía gestionar mis emociones”, narra con la voz entrecortada, y recuerda que solía recurrir a las pastillas: “He estado tomando diazepam durante tantas noches que he perdido la cuenta. Era lo único que me hacía dormir, y eso me gustaba, porque era el único momento en el que no sentía nada. Por eso me llevaba tardes y tardes durmiendo”.

Una de cada diez personas toma ansiolíticos a diario

En España, según datos del Ministerio de Sanidad, una de cada diez personas toma ansiolíticos a diario, siendo uno de los países de la Unión Europea que más consumen. Los jóvenes empiezan cada vez más temprano, la mayoría sin receta acuden al botiquín de sus padres. Aunque la edad media de inicio de consumo sin receta en España sean los 31,6 años, el 2,4 por ciento de los jóvenes entre 15 y 34 años toma ansiolíticos a diario, y el 12,4 por ciento los ha consumido alguna vez.

Tomás, 25 años, Sanlúcar, dice que empezó con la ansiedad desde muy pequeño, pero se intensificó de adolescente, cuando empezó a tener novia y a beber. "Siempre he sentido que sobraba en la vida de la gente y me busqué la felicidad de manera artificial. Alcohol, drogas y sexo. Empecé a beber a diario, desaparecía de casa o dormía en el coche”, relata el joven que admite que entró en un bucle de tristeza: “Me gustaba sentirme así, era adicto a estar triste. Cuanto más mal estaba, el subidón era muchísimo mejor”.

Toco fondo cuando volvió de vivir unos meses en el extranjero y su exnovia se había cortado las venas, entonces todo fue cuesta abajo: “La universidad me iba fatal, me habían echado porque no era capaz de estudiar. Todos los días tenía peleas con mis padres, ni siquiera aguantaba a mis amigos”. Afirma que empezó a ir al psicólogo por un amigo, porque lo vio llorando mientras bebía y al día siguiente se decidió a ir y mejorar porque también tenía pensamientos suicidas constantemente.

Tomás: "Me ponía con el coche a fondo a ver si me estrellaba"

“Yo llegué a romantizar el suicidio, pero nunca tuve el coraje de matarme. Me ponía con el coche a fondo a ver si me estrellaba. Me emborrachaba y me dormía boca arriba para ver si me ahogaba. Quería sentir algo porque para mí todo era una mierda. Lo único que me quedaba es estar borracho en la calle”, cuenta el sanluqueño.

La pandemia y la salud mental

Julia Santiago, una psicóloga jerezana especializada en psicología social habla desde la voz de la experiencia, ya que además de dedicarse a la salud mental, también ha padecido durante su vida episodios de ansiedad ligado a la precariedad sobre un futuro incierto, algo que se incentivó aún más con el confinamiento: "La pandemia nos ha encerrado con nosotros mismos y no nos ha quedado otra que hacernos caso”.

Entre los problemas que más preocupa a los jóvenes se encuentra el de la precariedad juvenil, la visión gris de una estabilidad que nunca llega y que el virus agravó: “La vida se nos ha parado. Yo tenía ansiedad porque tenía mi vida encaminada y de repente el covid la paró. Durante la pandemia hay gente que ha perdido el trabajo, los familiares y no podían hacer nada. Si no vas a tener un futuro, eso te causa ansiedad y te bloquea. Acabas de teniendo también enfermedades físicas, porque uno deriva a lo otro”.

Julia Santiago: "La pandemia nos ha encerrado con nosotros mismos y no nos ha quedado otra que hacernos caso”

Insiste en la importancia de una asistencia psicológica pública y gratuita como solución a que la sociedad avance. “Yo también he estado yendo al psicólogo y valía 50 euros la sesión, pero necesitas meses para tener una mejoría. Hay gente que no se puede permitir pagar 400 euros por 8 sesiones, pero si no puedes pagarlo y en lo público no te lo dan hasta cuatro meses, después puedes llegar a estar en una fosa de la que es muy difícil salir”, cuenta y añade que “es como si te rompes una pierna y tienes que esperar cuatro meses a que te pongan una escayola”.

Asimismo, habla de la importancia de clases, de como los problemas psicológicos afectan más a las familias pobres que a los más ricos porque la asistencia médica no es accesible para todos: “He trabajado con familias que a lo mejor tenían problemas de salud mental a nivel genético y no podían tratarse. Eran personas que necesitaban un tratamiento continuado y que y los servicios sociales no te lo dan y la Seguridad Social te dan cita cada cuatro meses”.

El Gobierno ha aprobado este viernes la nueva actualización del informe sobre la Estrategia de Salud Mental en el Consejo de Ministros. En concreto, a nueva Estrategia dispondrá de un presupuesto de 100 millones de euros para los próximos tres años y supondrá la actualización de la ya existente, que se encuentra vigente desde el año 2009. Sin doce años sin actualizarse, cómo evolucionará todavía es un secreto, lo que sí está claro es que las nuevas generaciones piden dejar de estar triste sin tener que arruinarse en para conseguirlo.

Sobre el autor:

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Lucía Velázquez

Natural de Sanlúcar de Barrameda, estudió periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Aprendió el oficio entre las paredes de la redacción de Europa Press y luego pasó a seguir creciendo en el diario Público. Especializada en temas de feminismo, migración y fake news, cree en un periodismo comprometido con el derecho a una información veraz a través del respeto de testimonios, las fuentes y la empatía.

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