El desplante machista a la presidenta de la Comisión Europea en su visita a Turquía: su gesto lo dice todo

El protocolo dejó sin asiento junto a Erdogan a la máxima autoridad del ejecutivo europeo. El desplante puede tener consecuencias diplomáticas

El momento en el que Von der Leyen muestra su disconformidad con el desplante en Turquía.

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, es la máxima autoridad del poder ejecutivo de la UE, con el rango de un presidente o primer ministro de un Gobierno estatal. Junto a Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, acudió a una visita institucional a Turquía, donde fue recibida por la máxima autoridad, el presidente, Recep Tayyip Erdogan

En la recepción, el acto en el que las autoridades se sientan a hablar frente a las cámaras, que generalmente precede a encuentros más informales para negociar alrededor de una mesa, Michel llegó a la sala junto a Erdogan. Quedó atrás Von der Leyen. Y el protocolo turco había preparado solo dos asientos presidenciales, en lugar de los tres habituales.

Porque ciertamente Michel tiene el mismo rango de autoridad que la presidenta de la Comisión, ya que en su cargo representa no al poder ejecutivo de la UE, sino al órgano que representa a los jefes de Gobierno de cada uno de los estados que forman parte de la UE. Esa división de poderes es algo compleja en Europa. Pero, por esa razón, en visitas anteriores a Turquía y a cualquier otro país en el que coinciden ambos cargos de la máxima responsabilidad, se sientan al mismo nivel que el presidente que les recibe. El  "ehem" con el que responde Von der Leyen lo dice todo.

En este caso, no es menos que obvio que el cambio protocolario ha coincidido con que la Comisión Europea está ahora dirigida por una mujer. Turquía, desde hace décadas, ha vivido un proceso de tensión-distensión con al UE, siendo país candidato a formar parte y siendo igualmente vetado por grandes potencias, que mantienen sus dudas sobre si es posible abrir la puerta a un país con apenas un pequeño porcentaje de suelo en Europa y con diferencias culturales importantes, con la clave en la religión procesada. Además, Erdogan mantiene una mano de hierro en su país, donde es elegido democráticamente, pero con acusaciones de violaciones de los derechos humanos y de no permitir libertad a la oposición, en un proceso de cierta islamización moderada tras una tradición de casi un siglo de ejemplo de país laico pero de mayoría musulmana.

Entre tanto, la presidenta de la Comisión se ha mostrado en privado muy enfadada tanto con el protocolo de la UE como con el de Turquía, exigiendo responsabilidades para que no vuelva a ocurrir algo similar. Este tipo de ámbitos son de la máxima importancia, pues cualquier desencuentro puede derivar en dificultar las relaciones entre ambos, y de considerarse que fue deliberadamente un mal gesto del presidente turco, las consecuencias del desplante pueden ir mucho más allá de lo simbólico.