La cuarta etapa de un 'Tourmalet' llamado Feria

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El martes, tras un festivo y con la vuelta al trabajo de muchos, es el día de los cacharritos y de las comidas con amigos antes de la previsible avalancha de foráneos del final de semana. 

Al cuarto día de Feria los pies ya pesan, las fuerzas flaquean, la cartera está pidiendo auxilio, la voz se resiente y hay órganos del cuerpo que no funcionan todo lo bien que deberían. ¿Pero quién dijo miedo? Después del puente y con la vuelta al trabajo –para el que lo tenga, claro– la jornada de martes amanecía soleada. El tiempo invita a salir, ¿y por qué no hacerlo? A estas alturas los zapatos han perdido ya su color original. El albero es parte de ellos. ¡Benditas toallitas! Una ducha, pantalones nuevos y camisa, de lunares por ejemplo, que para eso estamos en Feria. Y a la calle. Mejor dicho, a las calles, del Hontoria concretamente. Quién más quién menos ya se sabe de memoria dónde están sus casetas favoritas. Aunque el feriante profesional no necesita ni ver el plano. Lo lleva grabado a fuego en la cabeza.

Allí, a mediodía, ya cuesta andar. Como recibimiento, un torbellino provocado por una ráfaga de viento. El puñetero Levante no se irá en todo el día y amenaza con quedarse. Habrá que convivir con él como mejor se pueda, para mayor pena de los alérgicos. Pero el jartible no se rinde ante detalles nimios como un serranito lleno de albero. ¡Estamos en Feria! 

Por las previsiones meteorológicas tiene pinta de que este martes es el último día con sol –al menos tanto– de lo que queda de fiesta. La jornada, previa a la de las mujeres y con descuentos en los cacharritos, hace que el Real esté lleno de niños. “Yo a la noria, vamos al ala delta…”, para gustos, colores. Pero más allá de eso, el día es el típico que se queda con amigos para almorzar –y lo que surja– hasta que los zapatos vuelvan al estado en el que estaban por la mañana antes de darles con las toallitas y la cartera tenga más agujeros que las cuentas del Ayuntamiento.

Los platos ya se repiten. Tortilla, lagrimitas de pollo, serranito, jamón, adobo… comer en Feria y dieta variada no son sinónimos precisamente. Pocas florituras permite. Pero está todo tan bueno, ¿verdad? Y para bajar la comida, rebujito o fino, vamos a hacer patria. Entre sarandongas, sevillanas y canciones de artistas tan variopintos como El Barrio, Azúcar Moreno o Chayanne –¿pero este hombre sigue en activo?– se pasa la tarde. Da igual que no te guste, con algún rebujito de más encima y el ambiente de la caseta, los pies se van solos.

Entre una cosa y otra, la visita a la caseta del amigo, el “vamos a dar una vuelta que estoy harto de ver la misma gente”… llega la noche. Toca reponer fuerzas. ¿Papa asá, kebab, baguette o menú tradicional en caseta? La decisión es complicada, pero para eso está la democracia. Mano alzada y recuento a pie de urna. Gana la papa asá. Mañana ya veremos.

De vuelta a casa el panorama no tiene nada que ver con el que presentaba el Hontoria cuando llegaste maqueado dispuesto a comerte la Feria. De madrugada ya te la has comido, toca ir a casa y digerirla. El paseo de las palmeras está semidesierto, se ve alguna pareja escarriada y un grupo de amigos que va en busca del primer autobús que pase. Aunque también está el que va en bici –se han instalado aparcamientos en la entrada del Hontoria–. Pocas, pero alguna se ve. ¿Alguien ha probado a volverse a casa pedaleando? Tarea digna de equilibristas.

Aunque antes de emprender el camino en busca de la cama, una extraña visión llama la atención. En la Rosaleda una nube de bolsas, a modo de medusas en la orilla del mar, puebla la explanada donde horas antes cientos de jóvenes bebían para ahorrarse unos euros. ¿Qué pensaría el alcalde Julio González Hontoria del aspecto que presenta su parque? Bueno, se recoge y vuelta a empezar. Llegas a casa y... objetivo conseguido: un día de Feria más que sigues vivo. A por el pleno.

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